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xabier garmendia
Madrid
Domingo, 27 de marzo 2022, 00:03
Aunque la legislatura suma poco más de dos años de vida, han pasado tantas cosas que tal vez no se recuerde cómo hubo un tiempo en el que Unidas Podemos casi paladeaba cada discrepancia con el PSOE en el Gobierno. Bajo la batuta de Pablo ... Iglesias, los morados se empeñaban en acentuar las diferencias con sus socios, ya fuera por cuestiones puramente ideológicas o hasta por el nivel de «calidad democrática» de España. Eran tiempos en los que Ione Belarra señalaba sin remilgos a Margarita Robles como «la ministra favorita» de Vox.
Hace ahora un año que Iglesias abandonó oficialmente el Ejecutivo para aspirar a presidir la Comunidad de Madrid y dejó el liderazgo del ala morada en manos de Yolanda Díaz. Doce meses en los que también ha habido episodios de tensión, sí, sobre todo en este último mes y antes con la reforma laboral, pero la gestión de la discrepancia ha sido diferente. En ello hay algo de fondo y de forma. La actual vicepresidenta ha imprimido un estilo menos duro en las relaciones con los socialistas, pero también en Podemos han tenido que bajar los decibelios en más de una ocasión por el temor a un descalabro electoral irreversible.
Bajo esa presión, sus dilemas no hacen más que agudizarse. Y es que el margen para profundizar en las divergencias internas se agota ante un escenario de ruptura de la coalición de incalculables consecuencias para sus intereses. Toca hacer de tripas corazón. Un claro ejemplo fue la rapidez, en sólo 24 horas, en la rectificación de la alusión al PSOE como «partido de la guerra» en plena disputa por el envío directo de armas a la resistencia ucraniana. Y eso a pesar de que la de la guerra y también la del Sáhara Occidental son cuestiones que afectan de lleno al ADN de Podemos y de la tradición de la izquierda española.
Presión. En el partido de Belarra genera exasperación el ritmo de la vicepresidenta con su proyecto político
En la esfera morada reconocen que Pedro Sánchez se aprovecha de su situación de flaqueza. «Llueve sobre mojado, su dinámica siempre ha sido la de invisibilizarnos», explican fuentes cercanas a la dirección. En algunos sectores incluso se expande la sospecha de que el líder socialista está preparando el terreno para justificar un adelanto electoral que pille con el pie cambiado a Díaz, quien ha paralizado ahora su «proceso de escucha» para centrarse en la respuesta del Gobierno a la crisis, y también al PP, al que pondría frente al espejo de Vox nada más proclamar líder a Alberto Núñez Feijóo.
La presión sobre Podemos es máxima y, a su vez, se deriva de forma automática a la figura de la vicepresidenta segunda, su mayor baza, tal vez la única, para salvar los muebles en los próximos comicios. En el partido de Belarra genera exasperación la lentitud con la que Díaz está gestando el anhelado «frente amplio» −ahora para colmo directamente paralizado− por la sensación de interinidad que ello proyecta. Aunque también son conscientes de que la ministra de Trabajo se siente por momentos «abrumada» ante las grandes expectativas que se vienen depositando sobre ella.
En esa intrincada misión, además, Díaz cuenta con la sombra permanente de Iglesias, que un año después de marcharse del Gobierno y abandonar posteriormente la política activa, se resiste a salirse del foco mediático. El exvicepresidente sigue teniendo la capacidad de acaparar el protagonismo con declaraciones que buscan marcar el rumbo de su partido, como cuando el pasado lunes recomendaba a sus compañeros que no se fiaran de Sánchez porque, con su experiencia, avisa de que «no hay nada más imprudente».
Pese a que fue él mismo quien señaló hacia Díaz como presidenciable, el fundador de Podemos también le ha querido marcar el paso en el diseño de su proyecto político. Tras el gatillazo en las elecciones de Castilla y León, donde Unidas Podemos recabó un solo escaño tras una campaña en la que la vicepresidenta permaneció en segundo plano, le recordó que «no basta» con armar ese «frente amplio». La compleja cohabitación entre ambos líderes, él sin terminar de irse y ella sin acabar de llegar, es otro de los obstáculos en esta maratón hacia la supervivencia política.
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