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Isaac Asenjo
Madrid
Sábado, 20 de junio 2020
El 14 de marzo los casos de coronavirus en España alcanzaron los 5.753. Ese día, el Gobierno presidido por Pedro Sánchez decretó el estado de alarma en España.
La sociedad española se une en los aplausos sanitarios, que buscan agradecer a todo el personal de primera línea su entrega. La iniciativa surgió en las redes sociales y tuvo un gran seguimiento. Antes de finalizar esta etapa aún se resisten a desaparecer en las calles y barrios de las ciudades y pueblos españoles
La reacción de la ciudadanía fue inmediata al anuncio del decreto de estado de alarma: las estanterías de los grandes supermercados se quedaron sin algunos productos básicos, pero sobre todo sin papel higiénico, que fue acaparado de forma excepcional, aunque en aquellos días aún se desconocía que la descomposición intestinal sería uno de los síntomas atribuidos también a la Covid-19. Fue la primera fotografía más difundida de la pandemia.
En un principio no fueron obligatorias y ahora son un complemento más para salir a la calle y sentarse en cualquier terraza. Las mascarillas llegaron para quedarse y pronto se hicieron virales los vídoes para fabricarlas de forma casera. La OMS y el Gobierno cambiaron poco a poco su criterio y ahora sí las recomiendan para prevenir el contagio generalizado.
Observar arterias comerciales como Gran Vía de Madrid o Las Ramblas de Barcelona vacías se antojó sobrecogedor. Las calles comenzaron a vaciarse y las avenidas de las principales ciudades permanecieron desiertas. Calles normalmente abarrotadas y que definen España, eran difícilmente reconocibles y la ausencia de gente dejó paso a un paisaje casi post-apocalíptico.
Comenzó la vida de balcones y ventanas para ver pasar los días de confinamiento. Nadie imaginó que duraría tanto. Las azoteas sirvieron para hacer deporte, los balcones para ofrecer espectáculos a los vecinos o aplaudir cada día a las 8 de la tarde el esfuerzo titánico del personal sanitario, en una iniciativa acompañada por la canción 'Resistiré'.
Las cifras de contagios y fallecidos iban aumentando. Las imágenes de las UCI saturadas y las morgues improvisadas reflejaban la gravedad de una pandemia por el coronavirus que azotaba con dureza y crueldad, dejando familias rotas y con la impotencia de no poder despedir a sus seres queridos. El Palacio de Hielo de Madrid llegó a velar casi 1.800 cadáveres, o el aparcamiento subterráneo del cementerio de Collserola en Barcelona, que tuvieron que refrigerar para guardar más de 3.200 féretros, han sido dos de las fotografías más impactantes de las morgues que se tuvieron que habilitar contra reloj ante la saturación de los servicios funerarios.
La pandemia golpeó a las residencias de mayores, convirtiéndolas en la imagen más dramática de esta crisis sanitaria. El número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las aproximadamente 5.457 residencias de ancianos españolas -ya sean públicas, concertadas o privadas- con Covid-19 o síntomas similares se sitúan en 19.535 según los datos proporcionados por las comunidades autónomas.
El 18 de marzo el Congreso ofrecía una imagen inédita, con la mayoría de escaños vacíos y una veintena de diputados desafiando a la tradición de que la Cámara baja nunca cesó su actividad, ni en tiempos de guerra. A su entrada en el hemiciclo, y antes de que diera inicio la sesión plenaria, los asistentes se saludaron a distancia, siguiendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias, y se fueron sentando en sus escaños con una distancia de dos metros entre ellos.
El silencio de las calles contrarrestaba con el ruido del Congreso. La gresca de unos contra otros protagonizaban las sesiones en el Congreso de los diputados. Las cifras de fallecidos, los muertos en las residencias y la gestión en la pandemia mantenían la crispación. Se escuchaba hablar de manos tendidas y de no buscar la pelea, pero todo terminaba en espejismo.
El virus se cebó también con los trabajadores sanitarios, que denunciaban la falta de equipos de protección y trabajaban al borde del colapso hospitalario. En el peor momento de la pandemia, a principios de abril, cuando se registraban 9.000 casos diarios, el porcentaje de profesionales afectados llegó a sobrepasar el 20% del total de infectados.
Las críticas se sumaban a la falta de material sanitario y a su dudosa calidad en muchos casos. Sanidad llegó a pagar siete millones de euros por 659.000 test defectuosos a una empresa China sin licencia que tenían una sensibilidad ante el virus del 30%, cuando según las especificaciones esta debe superar el 80%. Ocurrió lo mismo con varias partidas de mascarillas, en un contexto marcado por la escasez de material, la alta demanda mundial y la nula fiabilidad de algunos intermediarios.
Era urgente ampliar el número de camas y plazas UCI y se levantaron hospitales de campaña en muchas ciudades españolas. El caso más paradigmático fue el de Madrid, en Ifema, donde se llegó a atender a 4.000 enfermos de Covid-19. Solo el 1 de abril, en la hora más oscura de la epidemia, cuando el número de fallecimientos diarios tocó el techo con 930 víctimas, ingresaron en sus instalaciones a 1.400 pacientes.
Cuando la epidemia avanzó, las UCI de los hospitales se vieron sobrepasadas, las muertes crecían a centenares diarios y los médicos alertaron de que les faltaban máquinas para auxiliar la respiración de los afectados por neumonías graves. Surgieron decenas de iniciativas de ingenieros y empresas para diseñar y fabricar respiradores de campaña cuyos modelos se publicaron por doquier, como el proyecto participado por Seat, que utilizó un motor de limpiaparabrisas para bombear el aire.
Muchos fueron los que salieron después de pasar momentos muy delicados. Imágenes de alegría también ha dejado esta pandemia, como los recuerdos de los primeros enfermos dados de alta de las UCI que salían encamados y arropados por los aplausos de los sanitarios que les habían salvado la vida.
La imagen del portavoz sanitario del Gobierno saltó de las redes a las camisetas o incluso las banderas. El epidemiólogo se ha convertido en un icono de la pandemia y su rostro se ha hecho popular entre los españoles. Hay ciudadanos que lo considerán un héroe por la forma en la que ha tratado la Covid-19, que él mismo ha sufrido. Otros , no obstante, le han llevado a los tribunales por negligencia, aunque ninguna causa ha prosperado por el momento.
Con el confinamiento también se inició otra crisis, la económica. El Gobierno desplegó un plan de rescate de 200.000 millones de euros y facilitó los ERTE, a los que se acogieron más de 4 millones de trabajadores. Abril fue el mes en el que el turismo desapareció: cero llegadas de extranjeros y cero gasto.
Los niños fueron grandes sufridores de esta pandemia, y llevó a un fuerte debate en torno a la situación de éstos en esta crisis. La polémica se inicio con el estado de alarma. Más de ocho millones de menores en España fueron enviados a sus casas, sin colegio, sin ver a sus familiares no convivientes y sin relacionarse con sus amigos. Comenzaron a desconfinarse tras muchas semanas encerrados en sus casas. Los supermercados y las terrazas eran los nuevos parques de bolas, donde aún hasta la nueva normalidad no podían entrar.
Fue sin duda otra de las imágenes de la pandemia. Vox, con sus líderes al frente, se manifestó por las calles de Madrid y otras ciudades de España en coche para cumplir fielmente con la distancia social. La caravana de vehículos estuvo encabezada por un autobús descapotable ocupado por los líderes nacionales del partido, entre ellos Santiago Abascal, que durante el recorrido pronunció un discurso, divulgado a través de su canal de YouTube, en el que acusó al Gobierno de ocultar información y amedrentar a la oposición, y llamó a seguir movilizándose.
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