Su complicado nombre completo, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, comenzó a oírse en los mentideros cercanos a Zarzuela por primera vez en 2010. Dos años después, cuando se supo que era ella quien acompañaba a Juan Carlos I en el viaje de caza de elefantes a ... Botsuana en el que el entonces jefe del Estado se rompió la cadera, los españoles terminaron por aprender a pronunciar sus aristocráticos apellidos alemanes. Apellidos que, en realidad, no son suyos. Y es que Corinna, a pesar de haberse divorciado en 2005 de su segundo marido, el aristócrata germano Casimir zu Sayn- Wittgenstein, siguió durante años usando sus sonoros apellidos para abrirse puestas, lo que le valió más de una discusión con la familia de su ex.
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Corinna oficialmente sí que era «princesa serenísima» cuando conoció en febrero de 2004, todavía casada con el noble teutón, a Juan Carlos I en una montería en finca La Garganta, en Ciudad Real, propiedad del VII duque de Westminster. Dicen que el emérito, que entonces tenía 66 años, cayó rendido desde el primer momento ante los encantos de Corinna, que entonces, con 39 años, no había pasado todavía tantas veces por el quirófano.
Enseguida se convirtieron en amantes y, Corinna, que hasta ese momento tabaja como gerente en Boss and Company, una empresa dedicada montar cacerías para los más poderosos del planeta, se convirtió de la noche al día en la acompañante asidua de don Juan Carlos, incluso en sus desplazamientos oficiales.
La empresaria, convertida según ella misma en una suerte de «representante» del todavía Rey, se mudó incluso a La Angorrilla, una casa de El Pardo cercana a la Zarzuela, donde residió largas temporadas junto con Alexander Kyril, su único hijo, fruto de su relación con el noble alemán. De aquellos días felices en los que el jefe del Estado tuvo en la práctica una segunda familia es la famosa y desenfadada foto en la que el Rey, en bañador y con gorra hacia atrás, vigila una barbacoa en compañía de Alexander, quien llegó a llamar «papá» al Monarca.
En su papel de amante-secretaria durante aquellos años de idilio la exprincesa se encargó de organizar, por ejemplo, la luna de miel de los entonces príncipes de Asturias; estuvo a los pies de la cama del marido de doña Sofía cuando en 2010 le operaron de un nódulo en el pulmón; realizaron viajes privados por Europa y África… e incluso Corinna entró a formar parte del séquito oficial de Juan Carlos I cuando fue recibida en 2006 con honores en el aeropuerto de Stuttgart, caminando detrás del Monarca.
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En ese 2006 conjugó su papel de ‘segunda dama’ en la sombra con el de empresaria internacional, acompañando a Arabia Saudí a Juan Carlos en plenas negociaciones por el famoso contrato del AVE a la Meca. En 2009, según la propia Corinna, el Rey llegó a conocer al padre de su amante y pedirle la mano para casarse con ella.
Pero todo se torció ese 2012 y no solo por el escándalo cinegético en África. Aquel año, en el sumario del ‘caso Nóos’ también apareció su nombre vinculado a los supuestos apaños de don Juan Carlos para buscar a Iñaki Urdangarin un puesto de lujo en una conocida fundación deportiva. A punto de ser llamada declarar en los juzgados de Palma, el CNI, según la versión de la exprincesa, apareció en escena en 2015 para garantizarse el silencio de la ya «examiga íntima» a base, siempre según Corinna, de amenazas. Unas coacciones, que son el origen de la demanda que se ventila en los tribunales británicos y que se extendieron hasta 2020, de la que la mujer culpa a su examante, que habría enviado al entonces máximo responsables de los servicios secretos españoles, Félix Sanz Roldán, para que no hablara sobre los turbios negocios del Emérito. Irregularidades que la Fiscalía española da por probadas pero que ha decidido en las últimas semanas no llevar a juicio al considerar que o bien han prescrito o bien se cometieron cuando el Rey era inmune por su condición de jefe del Estado, antes de su abdicación en junio de 2014.
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Así, seguirá entre tinieblas la razón real por la que Juan Carlos puso a nombre de la mujer de la que se estaba separando una cuenta con 64,8 millones de euros tras liquidar la Fundación Lucum. La sociedad panameña administrada por él y que nunca fue declarada al fisco. Precisamente, en su cuenta recibió en 2008 los famosos 100 millones de dólares que le «regaló» el rey Abdulá, vinculados supuestamente a las comisiones de la obra española del AVE saudí. Fue precisamente, según Corinna, cuando en 2014 se negó a reintegrarle ese dinero cuando comenzaron las supuestas amenazas del entorno del emérito.
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