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La fotografía de este primer pleno de investidura arroja una desoladora imagen. Y es que la política española ha entrado en un bucle de crispación y radicalidad que la sesión de este domingo corroboró hasta el extremo. Cuando la pasión sustituye a la razón se ... corre el riesgo de desenfocar el objetivo. Pues en esas estamos. Se tuvo que emplear a fondo la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, para mantener la calma. Los gritos de los bancos del PP, Ciudadanos y Vox durante la intervención de la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, provocaron momentos de máxima tensión, inéditos en la historia de la Cámara. Muchos diputados del centro-derecha perdieron literalmente los nervios –y algunos los papeles– durante el discurso de la dirigente abertzale. Se podrá discrepar radicalmente de su contenido, o reconocer que obviar el lastre que ha supuesto ETA es de un cinismo atroz. O pedir a Sánchez que eleve el listón de la exigencia en sus relaciones con los independentistas. Pero el espectáculo de ayer sonaba más a una sobreactuación forzada condicionada por la irrupción de la extrema derecha. Y alimentar el argumento de un gobierno «legítimo» precipita una espiral muy peligrosa.
La tensión se palpaba con un punto desgarrador. Los gritos reflejaban una excitación impropia de la mañana de un domingo víspera de Reyes. La bronca fue monumental y obligaba a Batet a reclamar libertad de expresión y respeto al pluralismo. El escándalo estaba servido en bandeja. La mañana se convertía en una campo bélico de aspavientos y ataques que puede ser el aperitivo de lo que viene. La socialista Adriana Lastra acusaba a «las derechas» de haberse deslizado hacia el radicalismo de la ultraderecha y de alentar el golpismo. Su discurso fue aplaudido con entusiasmo por los diputados socialistas y de Unidas Podemos. A la 'coalición progresista', el marcaje conservador le va a cargar las pilas. Su música refleja el ácido tono del debate. Su letra, una agresividad que no recordaban ni siquiera los más veteranos. Y el griterío es una muestra de la orientación convulsa de una legislatura que nace bajo el estigma de la división frontal y una guerra de bloques que erosiona los consensos básicos de la Transición. Dos frentes, uno que acusa a Sánchez de ser un 'traidor' por llegar a La Moncloa con un pacto con ERC bajo el brazo. Y el otro, que reprocha al PP de Pablo Casado de formar parte de un frente antidemocrático para impedir que gobierne la izquierda. Los peores fantasmas de nuestra historia asoman por la puerta. El peor regalo de Reyes.
Sánchez no salió elegido en esta primera votación por mayoría absoluta y tendrá que esperar a mañana para salir designado por mayoría simple en una ajustada votación. Pero la crudeza y ferocidad de la discusión auguran también unas próximas horas de infarto. Las denuncias de maniobras oscuras para impedir la investidura al final, con presiones a los diputados dispuestos a votar sí y una campaña de acoso denunciada por el aspirante, amenazan con convertir las próximas horas en un lodazal. Madrid es ya un hervidero de rumores. Se especula, incluso, con que en JxCat y en la CUP se ha abierto un debate para que sus diputados no participen en la sesión y no engrosen así el bloque de los 'noes' con sus papeletas. La sombra de un posible 'tamayazo' es un señuelo movilizador. Circula otra extraña hipótesis. Que, en un caso extremo, algunos votos de EH Bildu o de ERC podrían posibilitar la investidura e inclinarse por el sí. Sería una mayúscula sorpresa pero no se descarta nada. Sánchez pedía «moderación y progreso» en su arenga final a los diputados de la izquierda. La batalla en el barrizal se antoja dura y difícil. El ajustado resultado de este domingo –166 a favor y 165 en contra– esa premonitorio. Un preludio de lo más sombrío.
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