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Vox existe, compite y ha pesado en el trasfondo ideológico del cisma interno que casi tumba al PP. Pero en el congreso de Sevilla, Santiago Abascal y los suyos son como el elefante en la habitación: todo el mundo sabe que está presente, pero no ... se le menciona con nombres y apellidos. Y salvo alguna excepción, las referencias veladas, implícitas, son para marcar distancias. Se trata de una alquimia complicada. Esta mañana, con la guerra de Ucrania socavando la seguridad y el bienestar comunes y en medio de las críticas al Gobierno de Sánchez por ser el «más incapaz» para gestionar la crisis inflacionista que sigue a la pandémica, el PP de Alberto Núñez Feijóo ha hecho bandera de europeísmo frente a las amenazas que penden sobre la democracia liberal. «Está siendo atacada sin complejos», ha alertado la portavoz del partido en el Parlamento de Estrasburgo, Dolors Montserrat, que ha señalado como amenazas a «los populismos» y al «ultranacionalismo» emparentado con Vladímir Putin. Al fondo de esa alerta emerge la sombra de Vox y una primera e inédita coalición de gobierno en Castilla y León con la que Feijóo no ha querido mancharse las manos.
XX congreso del PP
María Eugenia Alonso
El nuevo presidente del PP se ha rodeado el día de su entronización del líder de los populares europeos, el alemán Manfred Weber, y del vicepresidente de la Comisión, el griego Margaritis Schinas –la presidenta de la Eurocámara, Roberta Metsola, ha excusado su presencia en el cónclave sevillano al encontrarse en Kiev- en un cierre de filas después de la brecha abierta por la alianza con el extremismo; un extremismo que la derecha comunitaria deplora en los distintos puntos de la Unión en los que la radicalidad aflora y presiona. Lo ha recordado Schinas al rememorar el auge del populismo en varias direcciones durante la debacle financiera de 2008 que asoló la economía helena y cómo, «gracias al apoyo europeo», su país remontó el bache y acabó orillando las opciones políticas más radicales para devolver al poder a la derecha clásica. Un mensaje dirigido a un PP de Feijóo que en este congreso del «reseteo» se ha esforzado por situarse en un centro estratégico entre el Gobierno «socialista y populista» y ese Vox del que aquí no se habla.
Los organizadores de la cita sevillana con la que el primer partido de la oposición se ha afanado en restañar heridas, hacia dentro y hacia fuera, y en volver a presentarse como opción de gobierno se habían trabajado en los preliminares la adhesión de sus pares europeos, después del tropezón que supuso la materialización del pacto con los de Abascal para amarrar la investidura de Alfonso Fernández Mañueco. Una entente interpretada como «una capitulación» singularmente por el expresidente del Consejo Europeo, Donald Tusk –el crítico más explícito-, y que vino a alentar Pablo Casado al congratularse ante sus correligionarios comunitarios, en su despedida del grupo, de no haber sellado un acuerdo similar con Vox a lo largo de su mandato. Casado, sentado hoy de nuevo en el congreso que ha finiquitado su corto período al frente de los conservadores y al que Schinas ha querido homenajear en su intervención, sorteó entonces los zigzagueos protagonizados bajo su liderazgo en la espinosa relación con Vox.
Feijóo ha focalizado este congreso en erigirse en la alternativa «seria» y viable al Ejecutivo de Sánchez, sacudiéndose que los números hoy no le darían sin la suma de la ultraderecha. Weber ha secundado a los dirigentes del PP en sus críticas al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos, mientras que Schinas ha subrayado que «el mejor antídoto» contra los extremismos y los populismos es «la buena política». Ha sido el preludio a su nítido espaldarazo a Feijóo, con quien compartió un recorrido del Camino de Santiago en el que pudo comprobar, según su relato, cómo no solo gallegos, sino «asturianos, madrileños, andaluces y también alemanes» paraban al presidente de la Xunta para requerirle su salto a la política nacional.
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