El 19 de junio, en torno a medianoche, las urnas dilucidarán por qué palo cantan esta vez los andaluces tras la profunda transformación política experimentada en las citas electorales de 2015 y 2018. Si apuntalan, y hasta dónde, el cambio de Gobierno que desembocó en ... el relevo histórico del PSOE por el PP en el Palacio de San Telmo; y donde dejan a un Vox al alza, la menguante izquierda a la izquierda del socialismo y el cadáver viviente de Ciudadanos. Los 6,6 millones de ciudadanos llamados a votar lo harán por su tierra. Pero la legislatura española transita por tal camino de espinas para el Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, con cuitas generalizadas ahora como la inflación desbocada, que no hay elección que no se proyecte en clave de país. Ocurrió con las catalanas que entronizaron a la Esquerra de Pere Aragonès y con las madrileñas en las que arrolló el electrón libre de Isabel Díaz Ayuso. Desde entonces no es que haya llovido, ha diluviado. Y la previsión de cómo se proyectará este 19 de junio sobre los líderes va por barrios en la recalentada primavera andaluza.
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Malo cuando los cargos de un partido dejan traslucir su desánimo sin que sea preciso, tan siquiera, preguntar por ello. «Estamos en el momento más delicado de la legislatura», confesaba hace unos días, 'sotto voce', un responsable institucional socialista preocupado, tras el estallido del 'caso Pegasus', por el devenir de un cuatrienio que está descalabrando el bloque de aliados que sostiene al presidente Sánchez. El genético aguante del secretario general del PSOE -«Les va la marcha», ironizan en las filas del PP- no camufla el temor que anida en los suyos a una debacle que certifique la evaporación del miedo a la derecha en el fortín andaluz. Un revés que heriría al partido, a un año de la oleada de comicios municipales y autonómicos, donde más duele: en lo político y en lo sentimental. Y todo con un candidato, Juan Espadas, que fue el brazo armado de Sánchez en las primarias que apagaron la estrella declinante de su enemiga íntima, Susana Díaz.
Los socialistas se mantuvieron como la fuerza más votada en Andalucía hace cuatro años, pero la sangría ya fue tan acusada -33 escaños, 14 menos que en 2015- como para que las derechas les desalojaran del poder. Las encuestas anticipan ahora una derrota ante el PP que el PSOE trata de enjugar aferrándose a la activación de sus retraídos votantes. Aunque el problema para los socialistas no está solo en la desmovilización de los suyos, sino en que un significativo porcentaje de ellos -el 11%, según el CIS- sí está movilizado pero a la contra: es decir, dispuesto a fugarse hacia Juanma Moreno.
El adelanto electoral del presidente andaluz ha cogido a Sánchez en el peor trance de su mandato, con la 'geometría variable' desmadrada. Se especula con una nueva remodelación del Gobierno si el 19-J cunde la impresión de que la legislatura está ya amortizada. Resistir es vencer, reza el adagio político. Pero no siempre. Bien lo sabe el Sánchez que estos días celebra los cuatro años de la moción de censura que desbancó a un resiliente de primera hora como Mariano Rajoy.
«Si en Galicia logramos cuatro mayorías absolutas, ¿para qué vamos a cambiar?». El mantra de Génova resuena tras un Alberto Núñez Feijóo que en estas andaluzas se juega algo más trascendental que seguir luciendo con comodidad el traje de presidenciable avalado por la victoria que los sondeos otorgan a esa versión sureña de él mismo en que se ha convertido Juanma Moreno. El líder del PP que ha rescatado a los suyos de la ciénaga del cisma interno libra este 19-J una batalla decisiva sobre el poderío de su proyecto para labrar esas «mayorías amplias», a la gallega, que le eviten el incordio de tener que convivir con los parientes de Vox.
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