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Actores secundarios de un drama inolvidable

Actores secundarios de un drama inolvidable

5 - Testigos en primera fila ·

Una política, un periodista, un médico, un forense y un ertzaina. Todos tuvieron que hacer su trabajo hace 20 años por Blanco y por los suyos

Lunes, 10 de julio 2017, 06:17

Las escenas del drama que relata este reportaje transcurren en Bilbao y en San Sebastián, con Ermua como gran telón de fondo. Hay que advertir que los personajes no llegan a encontrarse salvo en un caso y que no conocen de nada a Miguel Ángel Blanco. Pero estaban allí, junto a él y los suyos, hace 20 años.

Mari Carmen Garmendia. Política

«La madre solo me preguntaba si le iban a matar»

«¿Usted cree que le matarán?». La voz tenue de la madre de Blanco, Consuelo, interpela a Mari Carmen Garmendia. Es el 12 de julio y una riada de ciudadanos inunda Bilbao para exigir a ETA que libere al concejal. Al frente de la manifestación camina penosamente la familia. Ambas mujeres van agarradas del brazo, apretadas a pesar del bochorno, como dos amigas, como dos hermanas. «La sentía muy cerca. No lloraba, estaba en silencio, solo me hacía esa pregunta de vez en cuando y yo trataba de consolarla. Le decía que prefería pensar que habría cordura. Bebía un poco de agua de un botellín, porque el calor era insoportable, inclemente».

Garmendia, entonces consejera de Cultura y portavoz del Gobierno Vasco, se convierte en la sombra de los Blanco Garrido; sobre todo de ella, de la madre. «Estaba conmovida desde que los vi al comienzo de la manifestación, desorientados, sin creerse que todo aquello tuviera que ver con ellos. Y con aquella tristeza inmensa, austera y callada. El silencio rompía el alma». La exconsejera tiene grabados aquellos días en los que se cruzó con «lo peor y lo mejor de los seres humanos»; con lo mejor y con lo peor de la política. Y luego estaba la inolvidable madre de la víctima. «El dolor era tremendo. Lo he dicho alguna vez: me sentía como esa imagen de las marías que llevan a la Virgen al Calvario».

Juan Carlos López. Periodista

«Tengo clavada esa imagen de aquella cara sin vida»

El periodista Juan Carlos López vuelve a Donostia después de apoyar al equipo de su emisora que cubre la multitudinaria manifestación de Bilbao. Algunos compañeros se quedan en la capital vizcaína, otros optan por acercarse a Ermua. Pero él decide retornar a la capital guipuzcoana. «Así lo hice, pero empecé a escuchar ambulancias que iban en sentido contrario. Me imaginé que algo podría haber ocurrido y me fui al hospital». Lo siguiente que contempla es la acelerada llegada de la ambulancia en la que se traslada a la víctima.«Lo sacaron y me pareció que estaba muerto, aunque iba entubado, con los brazos cayendo de la camilla. Tengo aquella visión clavada, con aquella cara sin vida que tenía un orificio por el que salía sangre. Fue tremendo, espantoso». La camilla entra a toda velocidad en el recinto hospitalario al que ya no puede acceder nadie no autorizado. Además, es el momento de narrar la crónica en antena. Se aclara la voz. «Tragué saliva, mucha, y me dije eso de ‘adelante’. Fue duro. Aún recuerdo a una periodista de televisión que se puso a llorar en pleno directo. No me extrañó nada».

Patxi García Urra. Médico

«La bala entra como un lápiz y sale como un cono. No había nada que hacer»

El doctor Patxi García Urra, actual jefe de Intensivos del Hospital Donostia, está de guardia aquella tarde, preparado para lo que pueda pasar. «Primero nos dijeron que estaba bien, que había aparecido vivo. Nos felicitamos todos, sentimos un alivio inmenso. La presión ambiental era tremenda y compartíamos ese sentimiento de que no podía ser, que no iban a ser capaces de matarlo».

Los abrazos duran muy poco. A los cinco minutos se sabe ya que el estado de Miguel Ángel es grave, muy grave. La camilla ni siquiera se detiene en Urgencias. Viene ya intubado y está claro que su destino es Intensivos. «La policía, no recuerdo cuál, tuvo que proteger nuestra zona de trabajo, porque si no era imposible atender a aquel chico en coma sin posibilidades de salir adelante, aunque la familia todavía mantuviera esperanzas. Al principio tenía algo de respiración espontánea y algún leve destello neurológico y eso les hacía aferrarse a que tal vez pudiera salir adelante».

Los médicos examinan al protagonista del drama, saben que están al límite. «Los neurocirujanos no podían hacer nada por él. La bala entra como un lápiz y sale como un cono, destruye todo por donde pasa. El daño resultaba incompatible con la vida», se conduele García Urra. El electrocardiograma es plano, indica que ya no hay conexión entre el cerebro y el cuerpo. Se vuelve a repetir y el resultado es el mismo. Ya solo falta esperar a saber cuánto aguanta el corazón de aquel chico tan joven atendido en un box al que algunos se acercan a ver a través del cristal. Pasan cinco horas antes que muera, después del último electroencefalograma. ¿Sufre durante aquella agonía? «Que nosotros sepamos no, médicamente no. No había nada que hacer, y eso que, en aquellos tiempos y por desgracia, éramos los más expertos en herida de bala», concluye García Urra.

Luis Miguel Querejeta. Forense

«El primer disparo no fue mortal; el segundo, sí»

«Son dos disparos por arma de fuego, de los que uno le causa la muerte. El primero se queda incrustado en el hueso detrás de la oreja sin compromiso para la vida. El segundo, el mortal, atraviesa todo el cerebro de atrás hacia adelante». Es el resumen de la autopsia que realiza el forense Luis Miguel Querejeta, de guardia aquel sábado 12 de julio. Los datos fríos, propios del profesional que es Querejeta, ni sufren ni se emocionan. No le ocurre lo mismo al forense, experto en disociar sentimientos y trabajo y que se viene abajo después del funeral, en plena calle San Martín. «La emoción estaba contenida, pero acabó saliendo. Era inevitable».

La historia de este personaje empieza frente a la tele. Querejeta está de guardia, aunque mira las noticias «con aquel reloj que marcaba la marcha atrás que estaba puesto en la pantalla. Hacia las cuatro de la tarde me llamó la secretaria del juzgado para decirme que había una persona herida, que la llevaban a San Sebastián y que parecía ser Miguel Ángel Blanco». No es el procedimiento habitual, suele ser el hospital el que llama al forense. Pero este no es un día normal. Cuando Querejeta y su equipo llegan al hospital, la víctima está siendo sometida a un escáner. «Todo indicaba que no saldría con vida». Así es. La autopsia es la de un hombre sano, sin ninguna lesión física ni señales de haber sido golpeado. La bala letal le ha hecho perder mucha sangre. La trayectoria permite reconstruir el asesinato, los últimos minutos con vida del edil. Los cazadores que lo encuentran declaran que tenía las manos atadas hacia adelante, tirado en el suelo, y que sangraba. Querejeta lo explica. «La primera bala no es mortal, pero produce dolor y cae de rodillas. La víctima queda bajo el plano del que dispara y la bala entra de atrás hacia adelante. Le destroza el cerebro».

Javier Núñez. Suboficial de la Ertzainta

«Nos miramos y nos quitamos el casco y el verduguillo; fue increíble»

Javier Núñez, suboficial de la Ertzaintza, disfrutaba de su semana de descanso cuando fue requerido para que volviera al servicio. Es domingo, 13 de julio y Miguel Ángel, cuyo rastro el agente ha ayudado a buscar en vano, ya ha muerto. El ertzaina acude a la sede de Herri Batasuna en San Sebastián, un piso ante el que la gente clama contra el crimen. Está atento, como siempre.

Los manifestantes se vuelven hacia el cordón que forman los agentes y les gritan que son de los suyos, que están con ellos. Como tantas veces en aquellas fechas, la turbación, la emoción de las situaciones no vividas, estalla en la calle. «Nos miramos y nos quitamos todos a la vez los cascos y el verduguillo. Nunca nos habían dicho eso y la emoción era terrible. Nos abrazaban, nos daban ánimos. Increíble. Un compañero decía que ojalá no tuviéramos que volver a ponérnoslos». Pero no queda más remedio. La manifestación se dirige a la Parte Vieja, al Herria, bar enseña de HB. Dos ertzainas antes abrazados ahora son agredidos. La esperanza de aquel agente queda truncada en pocos minutos. «Tuvimos que ponernos el verduguillo todavía muchas veces más».

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