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12.33 horas. Redacción de Leonoticias. Mientras los redactores trabajamos se va la luz. Primeros comentarios de broma: «¿Hemos pagado las facturas, no?». Nos asomamos a la ventana. Los semáforos están apagados. Llegan los primeros mensajes antes de que la red móvil se pierda. En el hospital no hay luz, en los negocios de nuestra familia tampoco. Todo el mundo nos pregunta si sabemos algo. Las llamadas de teléfono se cortan, no podemos hablar con nadie. Bajamos a la calle para entender qué está pasando y, pensando que será algo temporal, nos encontramos un León sumido en la incertidumbre.
Cámara y teléfono al hombro, encaramos el jardín de San Francisco. De momento la gente no habla mucho del tema, pero ya en la entrada de Correos se escucha a algún peatón quejándose de que el móvil no le funciona, que no puede llamar. Aunque el peligro real está en la carretera. Con los semáforos apagados, los peatones como Juan, que cruza con un amigo hacia las cercas, tienen que extremar la precaución. «Se ha ido la luz parece, gracias que no nos ha pillado en el ascensor», comenta solo unos minutos después del inicio de algo que parecía breve.
En la otra cara de la moneda, los conductores. Justo a nuestro lado aparca una furgoneta de un servicio de ascensores. Sus ocupantes no nos pueden atender: están saturados de llamadas de personas que han quedado encerradas y tantas otras que no pueden avisar porque los teléfonos ya no funcionan. Incluso el 112 de emergencias está saturado. Y los nervios comienzan a extenderse.
Desde el Hospital de León garantizan la asistencia a pacientes críticos en todo momento gracias a sus generadores y sistemas de autoabastecimiento. Algunas pruebas y operaciones se han suspendido hasta mañana, a la espera de que se restituya el sistema.
Seguimos caminando por León. Llegamos a la gasolinera donde David, su encargado, nos explica que no puede hacer nada. «Me está fastidiando porque no he podido echar nada a ningún cliente, ni podré cerrar cuando me toque. Esto es un fastidio». Mientras hablamos con él, un agente de la policía local comienza a regular el tráfico en el cruce de Lancia con Alcalde Miguel Castaño.
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Precisamente por esa vía avanzamos para conocer qué está pasando. El reloj marca ya las 13.00 y parece que la situación, lejos de mejorar, empeora. Ya no podemos hacer llamadas a nadie, y los datos del móvil apenas permiten que nos llegue algún mensaje. Tampoco nos deja enviar nada. Estamos incomunicados con nuestros compañeros.
Susana se encontraba atendiendo a sus clientas de La Alpargata cuando se fue la luz. «Nos quedamos a oscuras. Pensamos que era cosa nuestra y salimos a la calle y vimos que el semáforo estaba apagado. Justo empezaron a hablar compañeras por whatsapp diciendo que no había luz en Oviedo, ni en San Mamés, ni en Pinilla… y ya dijimos ¿qué está pasando ahora?». El datáfono al principio funcionaba, pero tenían que seguir apuntando todo como antiguamente.
«Tiene mala pinta porque dicen que es a nivel nacional». «¿¡A nivel nacional!?» Se sorprende otra clienta que todavía miraba las zapatillas de la tienda. Efectivamente, salimos a la calle, y la noticia ya corría entre la gente: el apagón no era solo en León, era al menos en todo el país y ya se hablaba de que afectaba a países vecinos como Portugal o Francia. La radio estaba siendo el gran aliado de la información ante el apagón de internet.
En la acera de enfrente más negocios sufriendo las consecuencias como el de Enrique, donde vende productos de peluquería. «Se nos ha ido la luz, no tenemos conexión a internet, no podemos cobrar… no podemos trabajar. Es un caos total, otro más, y estamos totalmente parados». Y termina con resignación: «Para empezar bien la semana».
Un poco más adelante encontramos un negocio que, si no es por la luz apagada, parece que sigue funcionando con normalidad. Ruth y sus compañeras siguen cortando el pelo a dos clientes. «Justo lo que nos quedaba por la mañana eran caballeros así que aquí estamos, con tijera y maquinilla lo que dure la batería y mientras a esperar que se recupere». Eso sí, de secador no se puede hablar.
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Seguimos caminando. En la puerta de un banco, un mensaje escrito a mano: «Cerrado por apagón». Mucha gente apostada a las entradas de tiendas hablando del tema y comentando lo que ha pasado. Lucía, farmacéutica, repetía lo mismo que todos. Estaban trabajando normal, la luz se fue, vieron que era algo general y el susto llegó cuando se enteraron de que era algo nacional e incluso europeo. «Somos una farmacia de barrio y los habituales se asoman para preguntarnos y les contamos lo que sabemos, que es nada». Recuerda que las farmacias son sitios «organizados y preparados para aguantar tiempo, pero preocupa que sea algo en varios países y a ver qué pasa».
Justo al lado de la farmacia está el Mercadona. Es de los pocos supermercados que han podido seguir trabajando al contar con un sistema propio de electrógenos. Los clientes seguían comprando, con la incertidumbre propia del momento.
Y también lo hacen las panaderías y los bares. Hasta el fin de existencias, los locales con colas inmensas de leoneses venden barras de pan, pasteles y lo que les queda. En los bares, como el que regenta Teresa, la terraza está llena y la gente sigue tomando algo, como Felipe. Estaba en el ambulatorio, de donde tuvo que salir porque «estaba todo parado». «Aquí estamos pasando el ratín y a ver si acaba pronto y no es nada grave».
Dentro del local, Teresa cuanta cómo vivieron el apagón en el bar. «Estaba hablado por teléfono y se cortó. Lo llevamos como podemos, sin café, casi sin vajilla… La gente está a mostos y a vinos que ya se sabe que en León es así y con la tapa que daremos hasta que se acabe. Y, cuando se enfríen, todos a ensaladilla, no queda otra», cuenta con resignación e intentando sacar el lado positivo de una situación alarmante, incómoda y preocupante.
Del apagón no se salvan ni los negocios de toda la vida. Es el caso de la mercería de María Ángeles en José Aguado. «No puedo hacer nada, la máquina de coser es eléctrica y no puedo hacer nada. Vienen a dejarme cosas pero hasta que no haya luz no puedo coser, ahora todo va con luz», explica.
Incluso para bajar una trapa es imprescindible. A las puertas de un local de medicina estética en la misma calle, Nuria y María intentan encontrar la forma de cerrar la trapa de forma manual. Estaban en el centro, realizando tratamientos, y se fue la luz. «Ahora no podemos hablar con el resto de clientes para cancelar las citas, luego habrá que ver dónde las encajamos… Creemos que esto va para largo», lamentan, al tiempo que esperan que «vuelva todo pronto».
Casualmente, encontramos la única cosa que sigue funcionado en León: el parkímetro. César, que acudía a José Aguado para recoger a su nieta del colegio, se encontraba con la sorpresa. «Pues parecía que no funcionaba porque va lento, pero sí. A ver si se arregla todo cuanto antes».
La situación en otros puntos de León no distaba mucho de la vivida en José Aguado. En la estación de trenes se podía leer en las pantallas que algunos convoys ya sufrían demora. El personal de información se afanaba en pedir tranquilidad a los viajeros cuyos trayectos se cancelaban por seguridad mientras la incertidumbre reinaba. El centro de la ciudad lucía una imagen nada habitual para un lunes soleado de abril: todos los negocios de Ordoño II bajaban la trapa -los que podían, el resto cerraban sin más-, mientras la gente comentaba en las calles lo que pasaba.
La banda sonora de todo este paseo por León la ponían las sirenas de bomberos y ambulancias y los pitidos de la policía regulando el tráfico. A las puertas de los edificios mucha gente preocupada por la gente atrapada en los ascensores, confiando en logar hablar con un 112 saturado de llamadas. Mientras, las noticias y los rumores seguían circulando por las calles. Se habla de un ciberataque, otros bromean con «quién ha pisado el cable», algunos no dudan en culpar a Putin y otros pocos lamentan no haber hecho acopio del kit de emergencia del que tanto se habló hace unas semanas.
Entre tanto, de la resignación y la positividad inicial se pasa al cabreo y la frustración de no poder contactar con familiares, al temor de tener una emergencia y no saber cómo actuar, a la preocupación por cuál es el motivo de esta situación que nadie jamás esperó vivir y a la incertidumbre de cuándo se recuperará una normalidad en un 28 de abril de 2025 que es seguro que nadie olvidará.
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