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Su relación comenzó en 1992. Él era concejal en el Ayuntamiento de Cimanes del Tejar, adonde pertenecía su pueblo natal, Velilla de la Reina, y quería lograr unas piscinas que costaban 100 millones de pesetas. Ella era la delegada territorial de la Junta -primera mujer ... que ocupó ese cargo- y aceptó la propuesta: abonaría el 80% del coste. «Fue una relación breve. Rompía y rasgaba muy rápido».
Quince años después, la relación entre Juan Martínez Majo e Isabel Carrasco sería ya muy diferente. El que fuera un joven político de 24 años en su primer encuentro, osó, década y media después, por disputarle el poder a una mujer que ya había pasado por el ejecutivo autonómico, por el Senado y se había convertido en la primera presidenta del PP en León.
Ahora, alejado de la esfera política y refugiado en su asesoría en Valencia de Don Juan, municipio del que fue alcalde durante un cuarto de siglo, el expresidente popular y de la Diputación de León, tomando el relevo natural de la propia Carrasco tras su asesinato, recuerda la figura de la mujer «omnipotente» en la provincia.
«Isabel era ruda de carácter, firme en sus convicciones, que no siempre compartíamos, y eso la marcó. Tenía un carácter demasiado fuerte, en ocasiones agrio, y en reuniones de la junta de gobierno mostraba un ensañamiento hacia persona que no era muy normal», ha explicado diez años después de su muerte a tiros en una pasarela sobre el río Bernesga de León. Ese carácter «hasta grotesco» definía su manera de actuar «con contundencia» para emplear fortaleza a su toma de decisiones que nadie rebatía.
Majo fue el último hombre que se atrevió a enfrentarse políticamente a Isabel Carrasco. Reconoce que su relación fue «menos complicada de lo que la gente piensa» y él nunca recibió una voz de la presidenta.
Fue en 2007 cuando tomó la decisión de plantar cara a la mujer que gobernaba en el Partido Popular con mano de hierro y que aspiraba a llevar su poder hasta la Diputación de León. «Lo que hice, lo hice de frente. No tomé la decisión solo. Me tiré a una piscina que estaba llena de agua y se vació muy pronto, en unas horas», explica mucho tiempo después el exdirigente del PP. La llamó por teléfono -a Isabel- y le explicó que pretendía convertirse en presidente provincial. Fueron unos días en los que el 'opositor' vivió «de todo» y se dio cuenta de las aspiraciones de Isabel por controlar el partido. Además, guarda silencio sobre la traición cercana a él que acabó posicionándose del lado del carrasquismo y entregando su apoyo a la presidenta.
Ese paso al frente de Martínez Majo duró apenas 15 días. Hoy, todavía cree que hizo lo que debía hacer y se arrepiente de no haber llegado hasta el final. «No sé si merecía la pena, pero me he arrepentido de dar marcha atrás, aunque el resultado hubiera sido el mismo».
Y es que se encontró de frente con una gobernante que tenía «un poder omnipotente» dentro de la estructura del PP y de la Diputación de León. «Nadie se atrevía, ni nos atrevíamos, a llevarle la contraria». Y, sentencia: «Había respeto que rozaba el miedo o miedo que se convertía en respeto».
Juan Martínez Majo, que tuvo que dar un paso atrás y permaneció como vicepresidente primero, apartado junto a Francisco Castañón y José María López Benito, recuerda cómo despachaba con Isabel cada 15 días para hablar de su encargo en Productos de León y con el personal de una casa. Su última conversación tuvo que ver, precisamente, con una campaña de la Feria de Productos de León. «Estuvimos hablando. Me miró a los ojos, pero la vi muy apagada. Me dijo que tirara para adelante con ello, pero me lo dijo de otra manera. Pensé que sería por circunstancias personales, pero no que fuera por esto», explica sobre los posibles temores que pudieran perturbar a la presidenta.
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Juan Carlos León López
Tras su asesinato y el gobierno interino que dirigió el Partido Popular y la Diputación de León hasta el nuevo congreso provincial y las elecciones, Juan Martínez Majo logró hacerse con ambas presidencias en el periodo entre 2015 y 2019.
El coyantino se encontró una casa, a nivel personal, «con miedos» y tras un periodo de experiencias «nada agradables», por lo que quiso convertir el Palacio de los Guzmanes en algo «amable, con relación humana y puertas abiertas». Mismo sentimiento encontró en el PP, que estaba «muy escalonado» tras el paso de Carrasco que «mandaba todo» y había impuesto una ley de «miedo y respeto absoluto a dar opiniones».
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