Ángel y Diego Fernández son el claro ejemplo de que el servicio a la patria se lleva en la sangre. Diego, un joven leonés de 31 años, desde pequeño tenía claro que quería seguir una tradición familiar que con él se remonta a cinco ... generaciones, un objetivo en el que su padre Ángel ha tenido mucho que ver. Tras más de 38 años como Guardia Civil, Ángel se enorgullece de que su único hijo haya decidido seguir sus pasos y especializarse en tráfico. «Tengo el honor de que a mi hijo le haya gustado la misma especialidad que a mí», cuenta, y asegura que lleva «toda la vida dedicado a la Guardia Civil y es un honor que mi hijo haya heredado esa vocación y continúe con la tradición familiar».
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Una tradición que se remonta al tatarabuelo de Diego y que sus descendientes, uno tras otro, han continuando con la misma pasión y vocación por el servicio público. Tras ingresar en 2017 en el cuerpo, Diego se encuentra actualmente realizando un curso para convertirse en Guardia Civil de Tráfico siguiendo el legado de su padre. Gracias a sus buenas notas en los exámenes teóricos consiguió plaza para realizar las prácticas con un mentor de ensueño: su padre. Aunque reconoce que se le hace «raro» trabajar codo con codo con Ángel, asegura que «aprender de los veteranos es importantísimo y si es con mi padre, con el que tengo toda la confianza del mundo, todavía mejor».
Con cariño y paciencia Ángel instruye a su hijo. Controles de alcoholemia, patrullas con el radar y vigilancia de las carreteras son las prácticas que realizan juntos, en las que siempre hay tiempo para hablar sobre las experiencias que más han marcado al padre en los años de servicio en León, Asturias y País Vasco, como el accidente aéreo en Bilbao en el que murieron 148 personas o la Vuelta a España que Ángel cubrió entre 1999 y 2001.
A pesar de coincidir en el servicio, los 27 años de diferencia entre padre e hijo son notables en cuanto a las experiencias que han vivido. Si en su infancia Ángel, de padre Guardia Civil, tuvo que hacer frente a nueve cambios de destino, Diego solo ha conocido la vida en los cuarteles de Astorga y León mientras vivía con sus padres. «Los nueve destinos que tuvo mi padre en diferentes pueblos de Zamora, Asturias y León los hice con él y tengo grabado el sexto curso, que lo hice en tres escuelas diferentes de dos provincias», cuenta Ángel, que recuerda que aquellos cambios de domicilio eran «terroríficos pero habituales para los Guardias Civiles de finales de los 60».
Con mucho cariño recuerda Diego «las batallitas» que le contaba su abuelo sobre sus años de servicio, historias que mamó desde la cuna y que han tenido una gran influencia en su presente. Hoy, y aprendiendo «del mejor maestro posible», Diego sueña que en el futuro su hijo de apenas siete meses continúe con esta tradición de servicio público que para los Fernández es ya cosa de familia.
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