Tres rayas pintadas en el suelo para marcar el protocolo. Pendón contra pendón; síndico frente a cabildo. Las campanas de San Isidoro marcaron el momento en el que el corregimiento acudía fielmente a su cita del último domingo de abril.
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La ceremonia de las Cabezadas ... sirvió un moderado debate en el que el acuerdo, como marca la tradición, volvió a ser imposible. Ganó el sorteo de campos el síndico, que disfrutó de la sombra en una mañana soleada.
La ciudad de León acudió a agradecer al santo sevillano su intercesión para acabar con una sequía en 1158, situación que parece revivirse casi nueve siglos después.
El alcalde dio voz al pueblo para relatar la historia de este debate que trae al corregimiento al claustro d forma, aseguró, libre y voluntaria. «Lo que nace del corazón no puede ser obligado; recíbanlo como algo voluntario».
Enmendó sus palabras el hasta este año abad de la Colegiata de San Isidoro. Francisco Rodríguez defendió el planteamiento del clero, desterró la idea de que lo que hay entre los muros del templo sea el santo grial y puso en valor al santo y la obligación del pueblo con el mismo. «Le pido qu diferencie la paja dialéctica del grano de la creencia. El trigo verdadero es el de que el pueblo de León tenga sentimiento de convencimiento de que esto es un foro y una obligación».
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Como por esa vía, el síndico no se veía capaz de convencer al cabildo, Diez dejó a un lado la cabeza y se fue al corazón y ahí sí se apuntó el tanto emocional del debate. Agradeció a su contrincante los 20 años al frente del cabildo isidoriano y lo «mucho» realizado por don Francisco para seguir estrechando el amor de León con esta casa. «Me ha enternecido con estas palabras, pero le pido que no sean un pretexto para doblegar mi autoridad, fuerza de voluntad y posibilidades, que ya son débiles», manifestó el abad para poco después reconocer: «Me ha vencido».
No faltó en la tertulia la barrica de vino que custodian los muros de San Isidoro, a quien el alcalde se refirió como «única fuente fiable para el cabildo».
Diez levantó los aplausos al recordar las libertades que persiguen los leoneses «desde hace 40 años» apremiando a «quitarse pronto ese yugo» y entregó a Rodríguez una bandera de León para evitar recelos con sus compañeros de la catedral. «Se la di en las Cantaderas al cabildo de la Catedral de León y espero que así no me vengan con que para unos sí y para otros no».
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Tanto halago y regalo lo vio sospechoso el representante del clero, quien temió estar siendo fruto de un chantaje. «No creo que esté intentando un chantaje de mala manera», le regañó el isidoriano. «Tenemos amistad personal, palabras de halago y un obsequio a la colegiata. No creo que sea esto un chantaje al cabildo», reiteró.
Entre diablillos y palabras de caballeros, ambos acordaron no acordar nada. Ni pidiendo una última voluntad como abad logró don Francisco doblar la voluntad del pueblo de León. Ambos siguieron en sus trece y el corregimiento abonó la oferta, que el cabildo recibió como foro, de dos hachones de cera y un cirio de un arroba bien cumplido.
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