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Se llevan el tráfico y el dinero. Es lo que se dice muchas veces cuando una autovía esquiva a un pueblo y a todo lo que hay junto a su convencional carretera. La A-60 comenzó a ser una realidad en León en 2012 creando un acceso y salida más rápidos al sur de la capital pero no fue hasta 2018 cuando el segundo tramo, de veinte kilómetros, vació casi por completo de vehículos la N-601 en Santas Martas o Puente Villarente.
En esta última, a apenas doce kilómetros de León, algunos establecimientos han cerrado, quizá ayudados por la apertura de una autovía que ha restado clientes pero otros resisten, incluso resurgen. Algunos no lo dicen a cámara ni quieren aparecer en esta información por miedo a que, aquellos que sí hayan podido pasarlo peor, se tomen a mal sus palabras. Y es que, hace siete años: «Se pasó miedo, se pasó mal, porque pensamos que nos íbamos a quedar solos pero no ha sido el caso».
Jesús García, copropietario de El Horno de Eladia, recuerda aquellos primeros momentos de angustia: «Pasamos unos años muy malos porque el puente estuvo cortado un año para ensancharlo, y luego el tramo de la autovía que llegaba hasta aquí. Hubo un tiempo de mucho miedo porque todos conocemos pueblos en España que les ha pasado la autovía y han muerto, de tener mucha actividad comercial a desaparecer. En Puente Villarente creo que se ha dado un caso excepcional».
Ese hecho insólito se debe, en parte, a que «tenemos el Camino de Santiago». Jesús y Reyes atienden a la clientela mientras hablan de lo que creen es clave: «Durante mucho tiempo cogían el autobús desde Mansilla para no cruzar el puente sobre el Porma y se iban hasta León. Cuando por aquí pasaban diez mil vehículos diarios, muchos camiones enormes, era un peligro. Con la construcción de la pasarela eso hace que el riesgo haya desaparecido, y a mayores tenemos albergues, restaurantes... El peregrino pasa y es una fuente de ingresos permanente. Tiene que desayunar, comer y cenar todos los días y Puente-Villarente es un buen punto para eso».
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C. González González
Además, se suma otro beneficio para el copropietario del Horno de Eladia: «En calidad de vida se ha ganado: tranquilidad, ruido, vehículos pesados cero…» Punto de vista que comparten en Villamoros de Mansilla sobre la seguridad vial pero no en cuanto al negocio: «La gente marcha por las autovías y por aquí el que tiene mucho interés pues viene a por el pan pero si no pues no. Teníamos mucha gente de Cistierna, Sahagún o Santas Martas que han dejado de venir, pero bueno», relata Inmaculada Aláez mientras ayuda a su hijo Ignacio despachando en la panadería Miguélez.
Un pequeño negocio que conserva clientela previa a la autovía: «Hay algunos que se desvían porque lo conocían de antes pero claro, es más cómodo coger la autovía. Gente nueva, poca. Los pueblos van a menos. La gente, o marcha a las residencias, fallece o marchan para León o donde haya algo porque en los pueblos no hay nada, y en éste, quitando la panadería casi no tiene nada más».
Quizá sea por la experiencia que da la edad pero Justo Lozano, del bar y tienda que lleva su apellido, comparte opinión con Inmaculada a pesar de los trece kilómetros en línea recta que les separan: «A no querer, siempre paraba algún coche, y tengo venta de pan, y se nota. Un porcentaje de la clientela sí que se ha ido. Y los pueblos vamos aflojando y vamos aguantando de mala manera pero hay que subsistir, pero aquí estamos hasta que llegue el momento de jubilarnos, y no hay otra más que aguantar».
También con un bar, el Mesón los Arcos, Alejandro Rodríguez, sabe por los anteriores propietarios lo que él y su compañera Lidia ya no experimentan: «Nos han contado que era exagerado, que paraba mucha gente a comer y tomar café. Ahora es gente de la zona y poco más, los pocos que se desvían».
Camino González, al frente de su farmacia desde hace treinta y cinco años, sí recuerda de primera mano el enorme cambio que ha supuesto la autovía: «No hay más que ver la circulación de la carretera. Antes, sobre todo en verano, era tremendo, había mucho tráfico. No es que esta sea una farmacia de parar mucho pero siempre, al haber más tráfico, siempre había alguien, sobre todo camiones que paraban; y en verano si se ha notado que ha bajado la venta libre».
Fausto, Lorena y Cristina comienzan la jornada laboral en embutidos Hompanera con ilusión y movimiento para matar el frío de la mañana. «Antes siempre paraba gente nueva todas las semanas porque, quieras que no, pasaban por la puerta» comenta Fausto. Cristina añade: «Se nota que paran menos en el bar, que hacía que vinieran más aquí» y Lorena apostilla que «si no hubiera el impedimento este de la autovía seguramente sería más aún» en alusión a que ellos no han notado un descenso de ventas, aunque no gracias a la autovía.
«A nivel de negocio no ha mermado porque vamos teniendo más clientes pero más que nada por las nuevas tecnologías y, sobre todo, por el boca boca que es lo que más hace». Con veinte años de historia, Lorena achaca sus buenos datos a las nuevas tecnologías y a la promoción: «en la furgoneta tengo el lema: las mejores vitaminas, jamones y cecinas», recuerda Fausto, que ve el lado positivo de la autovía para el pilar de su negocio: «El 80% de lo que vendemos lo vendemos fuera de León, Cantabria, Burgos, Asturias».
Cristina resume la situación con una pregunta: «¿Qué hubiese sido si hubiéramos estado en pleno apogeo? Nunca lo sabremos», porque como cierra Fausto: «La autovía viene bien para unas cosas pero mal para otras». Porque ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos y que lo que hoy parece importante mañana puede no serlo.
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