El corazón del León católico guarda como oro en paño la pequeña iglesia de Santa Ana. Una reliquia anclada al pasado en un barrio que ha evolucionado en las últimas décadas.
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De la historia de la parroquia da buena cuenta José Antonio Blanco. Aunque nos advierte de que él tiene poca historia, pero mucha memoria, poco a poco se va soltando y nos va contando todo lo que ha vivido en sus 60 años como siervo de Jesús.
Nació en 1940, en una dura posguerra, como recuerda, por lo que ya peina 84 años. Se crió en su pueblo, Villaquilambre, y su padre le matriculó en Maristas, donde pasó por los tres centros que tuvieron en León: Padre Isla, Dámaso Merino y Álvaro López Núñez. Allí recibió la llamada o, más bien, la encomienda por parte de un fraile. «Yo no pensé en ser sacerdote, pero preguntó quién quería ser cura y levanté la mano tontamente». Y de ese gesto, al seminario.
Don José Antonio se ordenó sacerdote el 23 de mayo de 1964, en el marco de un congreso eucarístico que acogía León y que contó con la visita del cardenal Tarancón.
Su primera misión fue en los pueblos de la zona sur de León: Joarilla de las Matas, Valdespino y San Miguel, estrenándose como cura con solo 24 años. «Entonces había gente en los pueblos, no como ahora. Muchos niños y jóvenes que empezaban a emigrar a Barcelona y el País Vasco», recuerda. Allí estuvo ocho años.
Con 32 años aterrizó en León y desde entonces aquí ha permanecido. Durante 31 años compartió la iglesia del Mercado con Don Enrique y los últimos 20 los ha cumplido en Santa Ana. «Tengo una larga historia, pero poco que contar. He sido muy feliz y me he llevado muy bien con todos los curas». Han sido más de medio siglo al servicio de la Iglesia en la ciudad, lo que le ha convertido en el más veterano de todos los sacerdotes de la capital leonesa. «He conocido a todos los obispos. Cuando nací estaba Carmelo, luego Almarcha, Legarreta, Belad, Sebastián, Vilaplana, Julián y el actual -Luis Ángel-», a quienes califica de «todos distintos, pero buenos pastores».
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No ha tenido una parroquia preferida durante toda su carrera sacerdotal. Recuerda la «ilusión» del joven de 24 años que estrenó la nueva forma de dar misa en Valdespino -antes se hacía de espaldas a los feligreses y en latín-; fue muy feliz en el Mercado y pone en valor las comunidades de Santa Ana.
Tantos años sí le han servido para comprobar los cambios entre el público que asiste a las celebraciones. «Tenemos gente mayor, los jóvenes ya nos vienen», lamenta José Antonio. También la pandemia ha marcado la asistencia a las iglesias, que ha disminuido por el miedo al contagio. También ha cambiado el motivo de las ceremonias extraordinarias que oficia. Recuerda haber tenido 180 bautizos al año, mientras que ahora son una quincena, mientras que los funerales han crecido muchísimo en los últimos tiempos por la gente mayor que habita en el barrio. También recuerda la cantidad de bodas que ofició en el Mercado, con cuatro en un mismo día, algo que después se prohibió. «En los funerales la gente es puntual, pero en las bodas la novia siempre llega tarde y se retrasa todo; la gente de las mismas de en punto tenía que esperar y ellos no tienen la culpa».
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«Antes teníamos mucho movimiento», reflexiona también sobre cómo los grupos parroquiales han ido desapareciendo, llegando a tener más de 20 en Santa Ana. Se trata de una parroquia con mucho carácter social donde hubo grupos de personas con enfermedades mentales que venían a jugar a las cartas con jóvenes voluntarios; también tienen gente de Alcohólicos Anónimos y un grupo de gente comedora compulsiva.
Desde 1972, este cura ha trabajado de forma ininterrumpida en León, y lo de ininterrumpidamente es literal, ya que muchos años ha estado incluso sin vacaciones. Ahora cuenta con ayudante y la mano amiga de las voluntarias de Cáritas. De su gran experiencia vital se lleva todo lo aprendido de los parroquianos que acuden cada día a sus homilías. «Sobre todo de la gente sencilla. El Evangelio puro está en esas personas, en la fe con la que vienen, y es maravilloso verlo. Yo constantemente he aprendido de la gente, que son los grandes maestros». De esa gente no espera que le recuerden como una persona extraordinaria, solo quiere que piensen en él como una persona que les acompañó y les sirvió y que estuvo a su lado.
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José Antonio no piensa en la jubilación, a pesar de que a los 75 años, tal y como manda la Iglesia, puso su cargo a disposición del obispo. «Mientras pueda, estoy dispuesto a servir a la Iglesia. El sacerdote no se jubila nunca; sí del cargo, pero siempre eres sacerdote y yo estoy a disposición del obispo».
Vive feliz con su sobrina y, mientras pueda, y se encuentra bien, advierte, seguirá acudiendo a Santa Ana y cumpliendo con su caminata de ocho kilómetros que hace todos los días. «Y no me canso».
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