Isabel Carrasco, que desconcertaba siempre y nunca dejó indiferente a nadie, si con algo se mostraba tajante por encima de todo lo demás era con las informaciones sobre su entorno familiar y personal. Ese fue siempre para ella y con ella un terreno infranqueable. Que ... nadie osara preguntarle sobre esa materia, que le caía una mala contestación. Hacía saber que ella no dejaba a nadie inmiscuirse en sus asuntos, menos aún si estos se situaban en su plano personal. Quien lo hacía ya sabía a lo que se arriesgaba.
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Quienes colaboraban con ella siempre advertían de que si algo le sacaba de quicio es que se preguntase por su ámbito privado. Hasta sobre los detalles más normales. Un botón de muestra: el primer currículum suyo que en 1995 difundió la Junta de Castilla y León como consejera de Economía y Hacienda no incluía datos personales, más allá de un escuetísimo «Nacida en Santibáñez de Bernesga y madre de una niña», comenzaba el escuetísimo perfil, que se limitaba a unos pocos datos profesionales. Hubo que esperar a que pasaran los meses para que fueran amigos y adversarios los que difundieran algunos detalles de su vida privada, pero sin profundizar. Hasta incluso su trágica muerte fue la confirmación oficial de lo que era algo conocido, que tenía pareja, con quien compartía relación desde hacía años y que esta no era el padre de su hija. De este se había divorciado en los años 90.
Tan celosa era con su vida privada que cuando el 7 de julio de 1995 se hizo público su currículum al ser nombrada consejera de la Junta, aquel que comenzaba con «Nacida en Santibáñez de Bernesga y madre de una niña», se omitían su edad y su estado civil. Es más, para no dar esos datos de ella, se omitieron también en los que se difundieron sobre la consejera de Educación y Cultura, Josefa Fernández Arufe. Eso sí, en los de los seis consejeros que integraban con ellas el Ejecutivo de Lucas aparecían edad y estado civil.
Y si en el plano público mostraba un perfil duro, arisco a veces, distante, cuando no lejano, la mayoría de las ocasiones, en el plano privado se transformaba. El desdén hacia sus adversarios o a sus compañeros de partido, en el plano personal cambiaba de manera radical. Escuchaba si su interlocutor le hacía partícipe de una desgracia personal o familiar; y mostraba incluso una empatía que podía parecer extraña en ella. Siempre iba de cara, siempre. Firme en la acción, pero cercana en lo humano. Distante en lo político, pero entrañable en el plano personal. Fría como el hielo cuando alguien perdía su confianza, pero próxima si la desgracia afligía a un colaborador o conocido, por muy adversario político que fuese.
Y en ese plano público, procuraba no pasar inadvertida. Es más, le gustaba ser la protagonista hasta tal extremo que anulaba por completo otras presencias políticas, que no las institucionales, donde en todo momento se ajustó a los cánones de la diplomacia y el saber estar. Pero donde se encontraba era imposible que no se hiciese notar. Y si alguien osaba traspasar la línea relativa a su ámbito privado aparecía la Isabel Carrasco más temible, por su carácter y manera de hacer, y la menos empática; la más irritable y la menos tranquila. Si debía saberse algo de alguien, que fuera de los demás, pero nada de ella, ni de su familia, ni de sus allegados. Aquel inicio del curriculum de consejera («Nacida en Santibáñez de Bernesga y madre de una niña») fue toda una declaración de intenciones: en el plano político y público, hasta donde se pudiera llegar en lo informativo, que era hasta donde ella decidía, que para eso manejaba la información que quería difundir; en el plano privado, ni acercarse.
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