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«Mi madre no es de muchas palabras», avisa Pilar, que desde las 17.15 de la tarde espera en la entrada de la residencia de ancianos Buendía a que su madre, Odolinda, baje para ir de paseo. Algo rutinario hace un año para ... ella, cuando no perdonaba ni un solo día salir a dar una vuelta con su madre de 90 años, pero que el coronavirus ha convertido ahora en un momento especial.
Era el 11 de marzo de 2020 cuando madre e hija encararon como era habitual la recta de Eras de Renueva por última vez, antes de que el virus impusiera sus nuevos hábitos, entre los que se prohibieron las salidas a la calle para los ancianos que residen en unos centros donde bien saben lo que es sufrir las consecuencias de la enfermedad.
Como en un programa de televisión, las puertas del ascensor se han abierto para recibir a Odolinda, cubierta con mantas y ropa de abrigo, dispuesta a salir a la calle este miércoles después de un año de encuentros restringidos tras las puertas de la residencia y con una pantalla de seguridad como testigo. Su hija Pilar ha vuelto a agarrar la silla de ruedas y ambas han cruzado juntas las puertas de la residencia, algo posible después de que este lunes la Junta haya aliviado las medidas en los centros de mayores. Y es que, como las del resto de la comunidad, la residencia Buendía alcanzaba la inmunidad por San Valentín, fecha en la que transcurrían 10 días desde que administraran a los residentes y personal la segunda dosis de la vacuna.
Como bien había comentado su hija, Odolinda no dice mucho cuando es preguntada por cómo se siente por salir a la calle un año después. «Bien, estoy bien. Había ganas de salir, pero tampoco… yo estoy tranquila arriba». Arriba es su habitación, desde la que saludaba a Pilar, que iba a verla por la ventana del cuarto exterior al que cambiaron a Odolinda para hacer más agradable su confinamiento de octubre, cuando padeció el coronavirus sin síntomas graves. «Yo tenía muchas ganas y emoción, más ganas que ella. Ahora ya sé que no la puedo contagiar», cuenta Pilar, y acto seguido contesta su madre… «¿Pero ya no nos ponen más vacunas?».
El plan para hoy es sólo pasear. «Tenemos hasta las seis y diez. La voy a bajar lo más que pueda antes de volver, por ahí por los bulevares», explica Pilar, quien reconoce que más que hablar, lo importante es poder estar juntas. «Contar no tenemos mucho que contarnos, porque hablamos por teléfono todos los días. Pero yo tenía muchas ganas de salir con ella, aunque fuera un ratín».
Aprovechando el típico sol de invierno leonés, madre e hija se detienen en un banco y Odolinda comienza a contar que ha merendado «un yogur y de esas chismas largas». Aunque ella misma reconoce que esta situación «lo ha superado bien», la realidad es que el cambio en esta anciana de 90 años ha sido drástico, pasando de salir todos los días mañana y tarde, a no atravesar la puerta de la residencia más que para visitas al médico y un par de días contados en verano.
Aunque Odolinda ha tolerado bien esta falta de movimiento, parece ser que su hija Pilar es la que más ha sufrido de las dos por esta enfermedad paradójica, que obliga a distanciarte de las personas que quieres para protegerlas. Cuando todo empezó, Odolinda y Pilar se contaban por teléfono «bueno, tranquila. Sólo será 15 días»… y al final 15 días se convirtieron en un año.
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