A pesar de las diferencias, Samir y Hadi coinciden en la misma conclusión cuando echan la vista atrás. Ninguno de los dos se plantea volver a Siria algún día. En sus ojos se refleja el sufrimiento por una decisión que les aleja de una ... patria que un día dejó de ser la suya. Un país que se deshumanizó al ritmo que marcan los disparos. Una tierra en la que la única opción posible es dejarla atrás cuanto antes.
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Samir ahora ve la vida de otra manera. No oculta su sonrisa y no hay razones para hacerlo. Firmó un contrato hace unos días y ahora es peluquero en un nuevo local del centro comercial. Está orgulloso y no es para menos, aunque asegura que aquí nuestros peinados son demasiado clásicos. En Jordania, tierra a la que llegó en su huida de Siria, se llevaban cortes más modernos. Quizá sus propuestas calen en su nuevo 'curro' leonés, ese que además de un sueldo le da una felicidad que comparte con su pareja y sus cuatro hijos.
Samir, Hadi, Katia y Nayibe son solo algunos de los 67 refugiados (la mitad de ellos menores de edad) con los que trabaja el Hospital San Juan de Dios en León. 67 historias de éxodo forzado en el que la guerra, el conflicto, el hambre o la intolerancia empujaron hacia la frontera.
Hadi se va haciendo al castellano porque, como asegura, está estudiando mucho y tiene «una profesora gran profesora que sabe enseñar». Él todavía no ha encontrado un trabajo como Samir, pero se abre a todas las posibilidades. «En León la gente es maja y agradable y me encantaría trabajar de lo que fuera, en Siria hice muchas cosas». Allí dejó a dos tíos. El resto de la familia y los amigos también cogieron las maletas.
Desde el año 2018 el Hospital San Juan de Dios en León desarrolla el programa internacional, financiado por el Ministerio de Trabajo, con el que se acoge a personas que han sufrido estas situaciones «de forma que puedan desarrollar su vida en un entorno de paz y seguridad», como explica el director gerente del centro, Juan Francisco Seco. Siendo pioneros en el país, la orden hospitalaria les ofrece formación y vivienda para capacitarles de cara al futuro.
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Para que su nueva vida en León sea como merecen, están ellos.
Los educadores sociales del programa internacional del Hospital San Juan de Dios hacen posible que su llegada sea la mejor y que su estancia sea productiva. Abarcando dos fases, la de acogida y la de autonomía (en la que se les forma para ser autosuficientes), Soufiani explica en primera persona como educador social la clave de la experiencia. «La base es empoderar a estas personas y que ellas sean protagonistas de su cambio y de su estancia aquí».
La voluntad del Hospital San Juan de Dios es clara con este programa. «La orden hospitalaria es conocida por muchas razones, pero sobre todo en la atención a los sectores en situación vulnerable», señala Juan Francisco Seco, director gerente del Hospital.
Con este programa nacido en 2018 y financiado por el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social la institución sanitaria ofrece una alternativa sólida a las personas refugiadas que llegan a la capital y necesitan de protección internacional. «Acogemos a personas que lo han pasado mal y les damos una segunda oportunidad de forma que se puedan involucrar en la sociedad en un entorno de paz y seguridad», explica Juan Francisco Seco.
En la actualidad el Hospital, que es pionero en la materia, recibe además a personas que piden asilo en los aeropuertos de Madrid y Barcelona y a aquellos que vivían en campos de refugiados.
«Les ayudamos con el idioma, la documentación y la búsqueda activa de empleo», concluye el director gerente.
De hecho, el educador social trabaja con el poso de haber sido inmigrante. «Por mis orígenes sé lo que es venir a un país nuevo, no conocer el idioma, adaptarte a un nuevo entorno y a otra cultura y costumbres, es un proceso totalmente nuevo y obviamente lo conozco. Tener a alguien de referencia es fundamental», asegura.
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Refugiadas también son Katia y Nayibe. Nicaragüense y venezolana, ambas salieron del continente americano cuando pasó lo que nunca hubieran imaginado. «Salí de mi país por la situación sociopolítica, fue un estallido social, un cúmulo de descontento de las clases sociales», recuerda Katia. En aquella Nicaragua «la policía entraba en tu casa y podía llevarte, como hicieron con un hermano mío. No había más opciones que salir de allí, porque al participar en manifestaciones controlaban quién eras», lamenta.
Katia, madre de una niña, ahora encuentra razones para comenzar a ser feliz. Ya es refugiada de pleno derecho.
Por su parte Nayibe añora la Venezuela de otros tiempos. «Pensé en salir de allí para proteger la integridad de mi hija, porque llega un momento en el que hay personas vigilándote. Cuando empiezas a vivir estos episodios ves que no hay otra solución».
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La llegada a España no fue sencilla. «Había que salir sí o sí, el plan aquí era estar a salvo y luego buscar la manera de empezar una vida, pero te guía la desesperación». Afortunadamente y tras pasar por varias organizaciones, Nayibe rehace su vida en la capital.
Sus historias tejen vidas en las que la huida fue la única salida. Los refugiados ahora luchan a diario por ser uno más en este León acostumbrado a ser tierra de acogida.
Una experiencia de éxito en la que las fronteras no duelan tanto como dolieron.
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