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El Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León ha ratificado la condena impuesta por la Audiencia Provincial de León contra un hombre que violó «de forma habitual» a una niña de 13 años durante el periodo comprendido entre 2017 y 2019.
El acusado había presentado un recurso de apelación ante la pena de un delito de abuso sexual de dieciséis años -agresión sexual en ese momento-, por lo que se le imponían 12 años de prisión, así como la inhabilitación para cualquier profesión que conlleve contacto con menores durante 18 años. También se le condenó a mantener una distancia superior a 200 metros con la víctima y comunicarse con ella durante 15 años. Por último deberá abonar 30.000 euros en concepto de responsabilidad civil. Una sentencia confirmada íntegramente por la sala de Castilla y León, que le impone costas.
La joven denunciaba los hechos en 2022, varios años después, después de iniciar una relación sentimental con su actual pareja y mostrar evidentes signos de ansiedad, baja autoestima y síntomas psicológicos relacionados directamente con los hechos enjuiciados, propios y característicos del trastorno de estrés postraumático (aunque sin llegar a tener en este momento un cuadro completo de estrés postraumático), como son, recuerdos intrusivos y recurrentes del suceso, hipervigilancia, problemas para conciliar el sueño, irritabilidad, dificultad para concentrarse, sobresaltarse fácilmente y una actitud de alerta. Igualmente, como consecuencia de los hechos, presenta problemas para mantener relaciones sexuales o íntimas con su pareja».
La niña, que había atravesado una complicada infancia que le llevó a un hogar de menores y convivir con una madre con adicción al alcohol, acabó viviendo con su padre en 2017. Allí conoció a un vecino, amigo de su progenitor, con el que estableció una relación de confianza a la edad de 13 años, mientras que él casi alcanzaba los 40.
La situación derivó en que el acusado pudiera acercarse a la menor de 16 años y el padre permitía que hubiera periodos de su ausencia en el que él se encargara de su cuidado.
En un primer acercamiento, besó con la luz a oscuras en una habitación a la chica, momento en el que ella escapó sin entender que ocurría ya que nunca había tenido ningún tipo de relación similar con otro hombre.
Fue en abril de 2017 cuando el condenado la introdujo en una habitación, la empujó haciéndola caer en la cama y la penetró vaginalmente. La niña comenzó a llorar y el procesado no cesó su conducta. Esta situación se repitió «de forma habitual» entre 2017 y 2019, con meses que se producía «prácticamente a diario» y otros de intensidad más baja por motivos laborales.
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Además, le compró un móvil con el que controlaba a la menor y en los que le remitía mensajes de «gran carga sexual».
La víctima no contó nada por la situación de dominio y temor que el procesado había originado en ella y le provocaba «miedo real» a la reacción de su padre si se lo contaba. El condenado conocía la situación de especial vulnerabilidad de la mujer debido a su infancia.
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