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La polémica estaba servida. La misa en honor a Franco y a José Antonio Primo de Rivera programada para este miércoles 20 de noviembre por el aniversario del fallecimiento de ambos había caldeado el ambiente en León. Y la cosa no se quedó sólo en redes sociales.
Alrededor de una veintena de manifestantes, principalmente jóvenes, se habían concentrado frente a la puerta de la iglesia Santa Marina la Real, en pleno barrio Romántico, aunque la policía les mandó al Corral de San Guisán, a unos 100 metros de la entrada al templo. Allí, con un notable arrebato de enfado, rabia e impotencia se concentraban con una pancarta en la que aparecía una bandera republicana y el logo del Partido Obrero Reunificado.
La tensión se podía cortar con el filo de un cuchillo. Los republicanos iniciaron cánticos como «al fascismo no se le discute, se le combate» o el de «democracia coronada, democracia secuestrada». Los gritos iban cada vez sobrepasaban más límites: «Te vamos a quemar la iglesia como en el 36», exclamó un manifestante.
Enfrente tenían a una decena de señores, que habían formado filas y de manera casi espontánea alzaron el brazo y comenzaron a cantar el Cara al Sol para hacer frente a las proclamas de los que protestaban contra la misa a la que asistirían con posterioridad. Al himno franquista le siguieron vivas tanto a Franco como a José Antonio Primo de Rivera, acompañados de gritos hacia los manifestantes entre los que se pedía «libertad».
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Hasta el lugar se habían desplazado dos furgones de la Policía Nacional en vistas de lo que podía pasar y no pasó. Porque lejos de llegar al enfrentamiento físico, la tensión y los nervios se quedaron en simples consignas de uno y otro bando. Y en un momento donde el silencio se apoderó del lugar, Antón de la Iglesia, el portavoz del Partido Obrero Reunificado, tomó el altavoz para improvisar un duro manifiesto: «Esa gente está haciendo un acto de celebración y apoyo al fascismo, que ningunea a las víctimas de la República y el dolor de nuestros abuelos y nuestros padres», aseguraba el joven, que incidía en la responsabilidad del pueblo en protestar ante los actos franquistas.
Con una palpable furia, a veces contenida y a veces no, Antón subía poco a poco el tono de su discurso: «El Gobierno central al permitir esto está apoyándolos y debería impedir estos actos como este, desdeñables y que se están haciendo por toda España». «Es nuestro deber como estudiantes y trabajadores hacer esto, porque si el Gobierno no lo hace lo haremos nosotros», aseveraba, a la vez que señalaba a la Iglesia como «cómplice» por no «prohibir estos actos». «Lo que de verdad defiende la democracia es la República», sentenció, a lo que le respondían ironizando desde el otro bando con un breve «ducháos».
Entre vivas a la República, a Franco y a Primo de Rivera, y tras unos minutos de disputa verbal, separados siempre por una columna de seis policías, los que fueron a la misa entraron con la cabeza alta, mientras que el puñado de manifestantes aguantaron no más de veinte minutos desde el comienzo de la eucaristía.
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