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Una tradición de décadas, fama previa, una ubicación privilegiada y buenas conexiones. Estos cuatro ingredientes recibieron un quinto, y el más importante de todos, que hizo que la Semana Santa de 1991 en Mayorga (Valladolid) sea recordada con una mezcla de nostalgia y cierto miedo por aquellos que vivieron en primera persona lo que ya ha quedado en la memoria como «cuando prohibieron jugar en León».
Las teorías sobre aquella prohibición son múltiples, casi alcanzan la categoría de leyenda urbana (rural en este caso): que si una mujer denunció, que si hubo una pelea en alguna localidad leonesa, que si acabó con heridos, o hubo un robo con un fallecido. Las primeras no se pueden confirmar pero la última sí, y es que en julio de 1990, una partida de chapas en León acabó con un fallecido cuando uno de los ladrones le robó el arma cuando intentaba recuperar el dinero que le habían robado.
Algo que motivó al Gobernador Civil (ahora Subdelegado del Gobierno) en León a retirar los permisos para jugar a las 'chapas' en toda la provincia. Lo mismo ocurrió con la covid-19 pero sin alternativa. Entonces, en 1991, si la había, y era desplazarse unos kilómetros hasta el punto más cercano y con más fama y tradición de la zona: el Centro Cultural Mayorgano.
«Aquello fue horroroso, había gente con pistolas, teníamos pánico«, recuerda Raquel García Valdivieso, conserje junto a su marido del edificio que hace 33 años se llenó de leoneses con ganas de jugar a las chapas: »El 'Guaperas' de León, que así le llamábamos, se jugaba con el de Laguna un millón (de pesetas) a cara. Ese año no se cabía, no podíamos ni pasar con los vasos«.
Su marido, Eustasio Cardeñosa, conocido en Mayorga como 'Cocho', asegura que ya había mucha afluencia pero ese año fue especial: «Quitando ese año que vino mucha gente que no conocíamos, había otros que conocíamos porque en Mayorga había fama de décadas anteriores.» Su esposa Raquel añade: «Años antes venían algunos hasta con maletín para el dinero, y asturianos un montón. En 1991, no había dónde aparcar. Cuando pasaba Roque (un empleado municipal) recogiendo la basura, a las siete u ocho de la mañana, y nos esperaba a que le prepararamos las bolsas, y todavía seguían jugando». Un movimiento de dinero al que ayudaba que «los bancos llegaban a abrir el Jueves y Viernes Santo».
El buen recuerdo se empaña con algunas historias que, por suerte, se quedaron en anécdota: «Mi hija y una sobrina, mientras nos echaban una mano, vieron como sacaban de un coche fardos de billetes y vieron unas pistolas. Ese año había gente muy rara».
Raquel y 'Cocho' hablan de todo lo positivo que dejó aquel episodio tan especial: «Muchas cosas que se hacían antes en el Centro Cultural era gracias a lo que se sacaba esos días. Ahora, en todo la semana santa, sacarán unos tres mil. Entonces eso se podía sacar en una hora. Era toda la semana, hasta el domingo«. Y recuerda con nostalgia que había »mucha gente que te valoraba, que te apreciaba. A pesar de todo la gente, en la sala no había ningún ruido. Ya no viene gente seria porque ahora hay mucha juerga, no se oye nada».
Actuales y pasados miembros de la junta directiva del Centro Cultural Mayorgano, algunos que han sido 'barateros' también, hacen memoria, como Fernando Solís Daniel: «El año anterior, el 90, que hubo peleas en algún pueblo de León o algo así, y llegó el Gobernador Civil o el Delegado del Gobierno y dijo que en el 91 que 'se cierra'. Aquí se pudo jugar a las chapas en varios sitios. Aquí, en el 'Casino' (como se conoce popularmente al Centro Cultural en Mayorga y comarca) nunca hemos visto ningún problema».
Benjamín Herrero Fernández rememora: «No había habido tanta gente en los salones de las chapas de Mayorga, en la vida. Un año (1991) económicamente excelente para el Centro Cultural por el que se beneficiaron muchas asociaciones«. Fernando también suma que »se compraban varios periódicos diarios: El Norte de Castilla, uno de León, varios nacionales y deportivos; y eso es un gasto».
La parte más negativa, comenta Benjamín, es que «por otro lado estaba el exceso de gente. No estábamos acostumbrados y había algo de miedo por las instalaciones. Todos estamos con esa precaución y pusimos a gente en la entrada para vigilar, sin ánimo de prohibir ni nada, y salió todo bien. Todo el mundo quería jugar y los que no somos profesionales de esto intentamos que todo saliera bien y sin peleas. Se pagó muy bien a los empleados, se restaba un poco de las ganancias pero esta bien. Mayorga, entonces era muy reconocida por el juego. Cuando fuimos una vez a sacar la autorización, la funcionaria que recibía los papeles nos dijo que había venido por aquí mucho. Llegaba gente de muchos lugares: Salamanca, Madrid, Asturias…».
Ambos comentan que los beneficios podían haber sido mayores pero uno de los jugadores que había ganado lo había hecho sin fondos que le respaldaran.
«Fue alucinante, era exagerado. Se prohibe el juego en León y aquí se llenó todo. No ha habido tanta gente en Mayorga en la vida. Todo lleno. Coches por todas partes, gente por todas partes, un barullo tremendo. Los bares y los restaurantes llenos», comentan ambos.
Fernando añade: «Una vez que se volvió a jugar en León y según fueron pasando los años ya hay chapas más fuertes que las de Mayorga, como las de Santas Martas», mientras añora aquella época: «Yo me acuerdo, cuando fui baratero, de que la gente era muy espléndida. Te daban la propina sin mirar lo que habían ganado. Y me chocó que, como había tanta gente, se jugaban por detrás mil duros entre tres o cuatro. Lo hacían varios grupos y te montaban mucho lío porque se cruzaban por donde se tiraban las chapas».
Antes de terminar, Benjamin rememora una anécdota de aquel año que resume lo que los juegos de azar pueden suponer: «Había una persona que quería jugar cuatro millones de pesetas (24.000 euros) pero que no tenía sitio para jugar. Yo le hice caso y le busqué sitio, pero pensaba que no se iba a jugar todo eso. Pero me equivocqué, estuvo allí desde las diez de la noche hasta las siete la mañana. Cuando se levantó me dió las gracias y le pregunté qué tal le había ido. Me contestó que le quedaba lo justo para ir a una ferretería, comprar una cuerda y ponérsela de corbata».
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