«La primera vez que doné fue el día que cumplí 18 años y no hay nada en el mundo que pague cómo te hace sentir»

«Siempre quise ser donante, tenía eso ahí metido y en cuanto pude, no lo dudé», cuenta al recordar aquella primera vez que «no me dio dolió nada». Desde entonces, cada cuatro meses siempre que la salud y las circunstancias se lo han permitido ha vuelto al bus los miércoles en la plaza de Santo Domingo «donde me es muy cómodo ir a donar».

Lo cierto es que las pocas veces que por temas de tensión o alguna intervención quirúrgica no ha podido donar, suponían «una gran desilusión». «Para mí no es una obligación, pero es algo que sé que tengo que hacer porque además de ayudar, que es lo fundamental, me siento muy bien haciéndolo», reconoce.

A sus 61 años Ana María ha recibido todas las medallas y reconocimientos a los que un donante puede aspirar, pero asegura que eso no es lo importante porque «lo que das y o que haces no se paga con dinero ni con todas las condecoraciones del mundo. Es el acto de generosidad más grande que un ser humano puede hacer por otro».

En la Hermandad ha encontrado un lugar en el que se siente parte de una familia, una «gran familia en la que llevo desde 1978 y donde soy importante, donde tengo muchos amigos y donde siempre tenemos los brazos abiertos a todo el que quiera entrar».