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El periodismo afloraba en la mirada de Astrid Rodríguez, limpia, pura, serena. Hay profesionales que tienen fibra para esta 'maldita' profesión, y Astrid era uno de ellos.
Creció en la prensa escrita y se pasó años en la Subdelegación del Gobierno de León ejerciendo como ... jefa de prensa. Y desde allí, un puesto siempre controvertido, mostraba lo mejor de su enorme calidad profesional.
Nunca tuvo un desliz, jamás tropezó con sus compañeros, siempre mostró la mano tendida y en la medida de lo posible supo sumar y ayudar.
No queda mucha gente como ella, tan llenos de periodismo, tan cargados de entusiamo por la profesión.
Ahora que al periodismo lo carcome la especulación y el sinsentido su recuerdo permite albergar la esperanza de que volverán los tiempos en los que los profesionales tengan margen para hacer su trabajo, simplemente su trabajo.
Astrid dio lo mejor de sí hasta que el cáncer, esa palabra odiada, se cruzó en su vida. Supo resistir con entrega y sacrificio, sin perder la sonrisa, dando ejemplo, dejando un rastro de admiración en todo su entorno.
El periodismo le debe orgullo sin descanso, memoria y recuerdo. Y todo mientras llora una ausencia imposible de soportar. Sin Astrid todos estamos huérfanos, un poco más huérfanos.
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