No hay animales, ni se tiran tartas, ni mucho menos hay payasos pero nadie duda de que son una escuela de circo. Se llaman La Pequeña Nave y cumplen diez en León.
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En este lugar se aprenden técnicas de este arte. Malabares, equilibrios, ... telas aéreas y acrobacias destinadas a todas las edades. «La edad mínima para asistir son nueve años, a partir de ahí, tenemos talleres a partir de 13 años, grupos de mayor edad y luego tenemos un taller para mayores de 60 años», explica Pablo Parra, fundador junto a Elena Cennerelli de esta escuela.
La idea de este proyecto nace de casualidad. Pablo y Elena buscaban un local grande para guardar su material y poder ensayar. A nivel presupuestario tenían el dinero justo para pagar un año de alquiler y con el fin de buscar algo de financiación nacen los cursos.
Los comienzos nunca son fáciles, «de hecho, el primer año, cuando ofertamos el primer taller de telas se apuntaron cuatro personas y había un único taller», explica Elena. Ahora, más de 60 alumnos acuden por trimestre a las clases, existiendo lista de espera.
Un logro conseguido de la manera más tradicional; el boca, oreja. «Hay mucha gente que ha venido a probar y se ha quedado, pero no solo eso, sino que los siguientes que se apuntaban siempre eran amigos o familiares de ellos. Nosotros prácticamente no hacemos publicidad de los cursos porque en cuanto abrimos las inscripciones se llenan», apunta Cennerelli.
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Después de diez años, cada vez son más los que conocen este espacio, «aunque todavía está el perfil de persona que viene sin saber muy bien dónde se está metiendo, es mínimo pero alguno todavía nos dice: -pensé que me ibais a poner una nariz roja-», afirma, entre risas, Parra.
La Pequeña Nave ya se ha convertido en un espacio con personalidad en la ciudad que cada vez tiene más auge pero «de aquí no se saca dinero, o sea, todo lo que se saca de los talleres y de los entrenamientos va para mantener limpio, acogedor y que funcione este sitio», argumenta Elena Cennerelli.
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El objetivo es otro y en estos diez años han ido forjando lo que quieren ser. «Ha evolucionado hacia un proyecto comunitario. Estamos intentando acercarnos más a la sociedad y que sea la gente la se acerque al circo y pierda el miedo o los prejuicios al tipo de actividad y lenguaje que hacemos», apunta Pablo Parra.
El camino no ha sido fácil, pero ya han logrado encontrar el equilibrio. La Pequeña Nave ya es un proyecto de altura en el que Pablo y Elena han conseguido que León pueda hacer acrobacias.
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