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Hubo un tiempo en el que el conocido como Molino Sidrón se erigía imponente en los extramuros de la capital. Ni Espolón, ni Álvaro López Núñez, ni ronda interior ni vislumbrar San Mamés. Hubo un tiempo en el que León terminaba donde se cerraban sus murallas, y la vida al otro lado no se imaginaba con la realidad actual. Y en ese tiempo, allá por el siglo XIX, el Molino Sidrón se levantaba en la Era del Moro como uno de esos edificios que pasarían a la historia del patrimonio industrial de la provincia. En actual estado de ruina, la rehabilitación en 2021 de la Era del Moro se completará con la reforma integral del edificio, que llegó a ser fábrica de harinas, y que ya tiene la vista puesta en su remodelación.
Pero antes de hablar del Molino hay que conocer la historia de la presa que dio origen al edificio. Poco más de un siglo atrás todavía era posible observar extramuros el trazado de la que se conocía como Presa de San Isidro, que captaba sus aguas del río Torío al norte de la ciudad. Su origen se remonta a mediados del siglo XII, y daba servicio desde la abadía de San Isidoro hasta el monasterio de San Claudio. Fue una de esas presas históricas que abastecían el centro de la capital leonesa y que en la década de los años 60 del pasado siglo pasó a formar parte del llamado Canal de Desvío construido al nordeste de la ciudad.
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Esta presa, a las puertas de la muralla tardorromana de León ocupando el espacio conocido como La Era del Moro, dio servicio también al Molino Sidrón. Según recoge el Ayuntamiento de León en la documentación sobre este edificio, se trataba de un primitivo molino harinero hidráulico que con el tiempo se modificó y amplió hasta dar lugar a una fábrica de harinas única en la capital. La noticia más antigua documentada del molino data de 1868 y se recoge en el Boletín Oficial de la Provincia de León (BOPL), concretamente en los números 87 y 88. Allí aparece este anuncio: «Se arrienda la acreditada Fábrica de Harinas que fue de D. Antonio Santos, sita en las afueras de esta ciudad; para tratar de ajuste podrán verse con su Sra. Viuda en dicha fábrica». Al año siguiente aparece otro anuncio similar (BOPL, nº 124, 20-08-1869) que aclara: «Se arrienda por la Sra. Viuda de D. Antonio Santos, la acreditada fábrica de harinas, sita en la Era del Moro y término de esta ciudad».
Años más tarde, sin fecha exacta, el Molino pasa a ser propiedad de los hermanos Pilar y Mariano Santos, quienes impulsan su modernización ya entrado el siglo XX. Es en este tiempo cuando aparece el nombre del agrimensor y maestro de obras Andrés Valcarce Martínez, contratado para realizar una ampliación de las instalaciones. El 8 de abril de 1904 se presenta al Ayuntamiento de la capital el proyecto, que busca respetar los dos edificios existentes y, entre ambos, realizar un gran silo adecuándolo a la arquitectura tradicional industrial leonesa existente y utilizando, igual que en el primitivo molino, ladrillo macizo con elementos decorativos con detalles en madera.
Los años pasaron y la mayor parte del Molino Sidrón fue cayendo en el olvido hasta conservar solo una pequeña parte de la estructura que en su día ocupó la manzana y que actualmente se mantiene solo en las proximidades de la avenida de Ramón y Cajal. La estructura original todavía se aprecia con las vigas en las que se sustentaba las ruedas y el resto de engranajes, y parte del piso de madera que daba acceso a los cárcavos y rodeznos. En cambio, de la maquinaria en sí no queda prácticamente nada, al ser durante años utilizada la construcción como garaje. Los tres cuerpos están comunicados de tal manera que los cárcavos o arcos, ya sin agua que pase por ellos, permanecen cegados en su parte inferior. Esta zona está además incluida en el Inventario del Patrimonio Arqueológico Industrial de la provincia de León desde el año 2011.
Según recoge el Ayuntamiento en la memoria del proyecto de rehabilitación del Molino Sidrón, este espacio es «uno de los pocos elementos arquitectónicos que aún perviven en la ciudad de su patrimonio industrial». Además, se justifica la necesidad de restaurarlo por la «debilidad constructiva de sus paramentos, de ladrillo macizo y cajones de tapial o cantos cogidos con cal». Con la actuación que cuenta ya con un millón de euros para su nueva vida se quiere garantizar la pervivencia de un edificio icónico en León para que disfruten de él las futuras generaciones en forma de espacio cultural.
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José A. González y Lidia Carvajal
José A. González y Álex Sánchez
Borja Crespo, Leticia Aróstegui y Sara I. Belled
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