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Cáritas es un término que procede del latín, Charitas, que significa amor. Y el amor no cierra, ni siquiera durante una cuarentena. De hecho, es en esos momentos donde «el amor se vuelve imprescindible», tal y como señalan los voluntarios de esta ONG en la parroquia de Jesús Divino Obrero, y es que, más allá del reparto de alimentos, «hay que entender que no solo de pan vive el hombre».
Aunque dos veces al mes reparten comida, es el trato humano lo que les hace tan necesarios. «Lo importante no es dar de comer. También hay que escuchar y hay que ver», explica Félix, quien asegura que la importancia de mostrarse cerca cogió aún más importancia una vez comenzada la cuarentena. «Podríamos haber hecho la ayuda alimentaria por una transferencia bancaria, pero creo que hubiera faltado la parte humana», afirma.
Este apoyo emocional, que se ha vuelto imprescindible en tiempos de especial dificultad, es una lucha constante contra lo que desde la organización describen como una de las grandes pobrezas de la sociedad actual, la soledad. «Es gente que vive sola, que quizá tienen familia en otro sitio, pero aquí están solos. Interesarte por saber cómo está, cómo está su familia, preguntar si están sanos. Aunque sea solo eso, una vez cada pocos días. Muchas veces entre las semanas que no hay reparto, les ponemos un Whatsapp o les llamamos, solamente que sepan que estás ahí», cuenta este voluntario. «Esas cuatro 'cosinas', poder decirle a alguien si están bien, o si no lo están, incluso aunque te digan que están aburridos, pero que sientan que estás ahí», indica, mientras no para quieto.
Y es que en Cáritas Jesús Divino Obrero es día de reparto de alimentos. Enfundados en guantes, mascarillas y pantallas faciales hechas por ellos mismos, una decena de voluntarios preparan las bolsas que recogerán las 27 familias que actualmente se alimentan de ese servicio. «Tenemos un protocolo establecido, de forma que cada quien tiene su área de trabajo y no hay contacto entre nosotros», señala Félix, mientras los usuarios esperan separados por la distancia de seguridad.
Pese al miedo a la enfermedad, «porque todos hemos pasado miedo y lo seguimos teniendo», los voluntarios no han abandonado su labor. «Al principio solo veníamos tres a repartir lo que nos enviaba el Banco de Alimentos», y es que, aunque fuera un servicio mínimo, «no podíamos abandonarles, sabíamos que ellos no podían llenar el frigorífico». Al final, son conscientes de que su trabajo, «no es más que un granito de arena», pero a ellos les basta con saber que «hemos hecho lo posible para que pasen esta situación de la mejor forma».
Ana llegó a Cáritas cuando su marido y ella se quedaron en paro, pues «nuestra situación cambió de la noche a la mañana y no teníamos ingresos para llegar a final de mes». Frente a la necesidad de alimentar a sus hijos, acudió a la organización. Con la llegada de la pandemia, temió por su situación:
«Todos hemos pasado mucho miedo a la enfermedad. Ellos tienen sus familias, hubiera sido entendible que se hubieran quedado en sus casos. Si eso hubiera pasado, yo no sé si hubiéramos podido comer durante estos tres meses», agradece. Para Ana, la labor de los voluntarios es impagable. «Ellos han puesto su salud en juego para seguir ayudando a desconocidos y eso es algo que jamás podremos pagarles. Es algo que solo Dios sabe cuanto agradecemos».
Pero para ella, como para su marido, hay una cosa aún más importante. «Saber que hay alguien que se interesa por ti, por saber cómo estás, que pregunta por tu familia, que te escribe. Saber que hay alguien que se preocupa por ti, cuando nadie más lo hace, es algo que te da fuerzas para seguir», asegura. «Más allá de cubrir nuestra necesidad, sentirte comprendida, sentir que alguien te escucha, no sé explicarlo bien, pero te da una tranquilidad, especialmente por tus hijos».
Tras más de una hora repartiendo las cajas de comida, toca hacer visitas a domicilio.«Aquellos vecinos que tienen problemas de movilidad o aquellos que son población de riesgo no les dejamos venir hasta aquí, a veces son ellos los que no pueden. Vamos nosotros, muchas veces también les hacemos la compra», indica el voluntario mientras empuja el carrito de la compra donde lleva las provisiones.«Son dos hogares donde viven con la pensión mínima, que se les va solo en el alquiler».
Conscientes de la importancia y de la necesidad de su labor, poco a poco han ido recuperando actividad, aunque no todos los voluntarios han vuelto aún. «Lo primero que hicimos fue mandar a los más mayores a casa. Aún no les hemos dejado regresar». Por el otro extremo, los de menor edad, tampoco han vuelto. «Nuestra voluntaria más joven tiene 12 años, se encarga de revisar que los juguetes funcionan y se muere de ganas por volver».
Parejas jóvenes sin trabajo, inmigrantes que se encuentran solos, familias sin recursos o pensionistas que no llegan a final de mes. El perfil del usuario de Cáritas es muy variado. «Tenemos gente que cobra 400 euros de pensión y paga 300 de alquiler, tenemos el trabajador que hace unas pocas horas, tenemos el que malvive gracias a las ayudas porque está en paro. Algunos con familias, otros solos». En cuanto a nacionalidades, predominan los españoles. «Hay tres familias latinas, dos de Marruecos y dos familias que se dedican a la venta ambulante».
La previsión, según lamentan, es que cada vez haya más usuarios. «Empezamos con 19, ahora ya vamos por 26 y ya nos han avisado que se incorpora uno más que nos mandan desde Cáritas Diocesana. Pero en cuestión de cuatro meses nuestra previsión es que llegaremos a los 50», dice con tristeza. «La situación de muchas familias está al límite», indica y avisa que realizan control sobre una veintena de familias que podrán pasar a ser usuarios en las próximas semanas. «Es gente que está perdiendo sus trabajos. Tenemos que seguir aquí hasta conseguir que esto se cierre por falta de 'clientes'», finaliza Félix.
La organización a nivel de la diócesis ha seguido trabajando en sus diferentes programas. Debido al frágil equilibrio que mantenían con trabajos precarios y poco estables e ingresos reducidos se ha visto trastocado por la actual situación y al quedarse sin trabajo y en situación de vulnerabilidad, han tenido que acudir a Cáritas cerca de 1.200 familias leonesas durante la cuarentena, 300 de ellas por primera vez.
Además, la ONG ha proporcionado ayuda de medicamentos para las personas acogidas en el pabellón San Esteban que el Ayuntamiento ha habilitado. También se les proporciona ropa cuando la necesitan, así como ayudas para acudir al comedor de la Asociación Leonesa de Caridad.
El albergue de Cistierna está acogiendo a personas que necesitan un alojamiento temporal, como por ejemplo personas transeúntes ó excarceladas sin recursos ni familia que les pueda acoger a su salida de prisión.
Los programas de la Infancia han continuado mediante seguimientos telefónicos de las familias para ver qué necesidades pueden tener y sobre todo saber si los menores necesitan apoyo escolar, de la misma manera que los programas de empleo, que han proporcionado cursos telemáticos de formación.
Por último, aunque las visitas a la Cárcel Villahierro están suspendidas, los voluntarios de la organización han continuado el acompañamiento a las familias mediante las nuevas tecnologías y han establecido un sistema de contacto postal con los reclusos.
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