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El significado de su nombre, quizá, ya daba una pista de lo que iba a llegar a convertirse: Valiente en la batalla.
Benilde Pérez (León, 1984) hace honor a su nombre y desde que acabó sus estudios de Enfermería en la Universidad de Valladolid y especializarse en Urgencias, Cooperación, Medicina Tropical o Salud Internacional no ha parado hasta llegar a ser lo que más deseaba siendo una niña. Un sueño que comenzó en su colegio, el Divina Pastora, después de ver un documental sobre misiones de cooperación en África y que supuso un punto de inflexión en su vida. Ese sueño de ser cooperante y ofrecer ayuda sanitaria a todas aquellas personas que por diferentes circunstancias no pueden acceder a ella ahora es una realidad, y lo hace como responsable del equipo médico a bordo del Geo Barents, el buque humanitario de Médicos Sin Fronteras que desde junio de 2021 ha rescatado a 12.675 personas en 190 operaciones en el mar Mediterráneo.
Se confiesa una persona creativa, activa, a la que le encanta viajar, aprender cosas nuevas y muy casera, dato que puede resultar chocante porque desde que abandonó su León natal ha pasado por Inglaterra, Camerún, Gaza, Brasil o Haití. El primer destino fue para aprender idiomas y el resto, misiones.
Llegó a Médicos Sin Fronteras en 2016 después de un largo proceso de selección: «El día que me dieron la bienvenida no me lo podía creer, fue uno de los momentos más especiales de mi vida porque llevaba con ese sueño desde pequeña. Después, estuve casi una semana sin comer y sin dormir porque me di cuenta que la cosa iba en serio, que era una realidad y que me podían mandar a cualquier lugar en conflicto donde no sabes qué te puede pasar», asegura desde Augusta, al sur de Sicilia, donde el Geo Barents se encuentra anclado en el agua hasta que las autoridades portuarias italianas les den un lugar para atracar y poder volver a León.
Su primer destino fue Burundi en un proyecto que en principio iba a durar tres meses y en el que acabó estando seis. Pero fue allí, a más de 8.400 kilómetros de su casa, dónde se dio cuenta que estaba dónde quería estar: «recuerdo tener la sensación de estar allí y pensar que eso era lo que quería hacer y que estaba dónde tenía que estar», asevera.
El sonido de las bombas cayendo a 500 metros del edificio donde vivió en Gaza durante siete meses no lo olvida, ni las inundaciones de Sudán del Sur en 2020, ni su estancia en el Amazonas para protegerlo del Covid o el brote de cólera que asoló Haití en 2022.
Benilde Pérez
Experiencias que guarda bajo llave en su corazón y que no duda en compartir si alguien le pregunta: «Cuando llego a casa no cuento mucho lo que hago, pero si alguien está interesado no tengo ningún problema en compartirlo porque creo que es importante que la gente sepa cuál es la realidad».
Una dura realidad que le llevó a embarcarse, y nunca mejor dicho, un 16 de diciembre de 2023 en una nueva misión, ser la responsable del equipo médico del Geo Barents donde gestiona y organiza las actividades médicas de una evacuación, así como ser el nexo de unión entre las autoridades sanitarias italianas y la ONG durante los desembarcos.
«Esta misión en concreto es especial porque es de búsqueda y rescate, no es puramente médica porque no somos un hospital. Nuestra prioridad es ofrecer asistencia médica inmediata y de urgencia como pueden ser hipotermias en invierno, golpes de calor o quemaduras en verano y problemas respiratorios a causa de la inhalación de combustible» comenta sobre su trabajo, para después, cuando los migrantes ya están a bordo y la situación es más estable poner el foco en detectar a las personas que puedan necesitar otro tipo asistencia en tierra, «como puede ser gente con enfermedades crónicas, personas que hayan perdido su medicación o que se les ha acabado mientras estaban en medio del mar», comenta.
Benilde dirige a un equipo médico formado por un facultativo, una enfermera, una matrona y una psicóloga, pero en el buque también hay un coordinador de proyectos, un equipo de búsqueda y rescate, dos mediadores culturales, un experto en asuntos humanitarios, un logista y una persona de comunicación. En total, unas 20 personas trabajando unidas y perfectamente coordinadas para que durante el rescate todo salga a la perfección: «Es una intervención de equipo en toda regla. Tenemos que estar bastante coordinados porque muchas veces no hay tiempo y cuando la lancha se acerca al barco y, por ejemplo, hay mucho oleaje y hay que subir a la gente con polea, tenemos que estar perfectamente alineados porque la lancha no puede esperar por nosotros, somos nosotros los que nos tenemos que adaptar a ella», asegura.
Momentos críticos donde no hay tiempo para la duda y por ello ensayan diariamente con entrenamientos específicos, simulacros y análisis de los diferentes escenarios a los que se pueden enfrentar. Pero si hay un instante especial para Benilde, ese es el previo al inicio de un rescate: «Hay un momento justo después de que nos llegue el aviso por radio para rescatar y estamos todos en la cubierta del barco ya preparados antes de que lleguen las lanchas que me he dado cuenta que, inconscientemente, hago un barrido visual, observo a mis compañeros y pienso que todo va a salir bien. Luego rápidamente cambio el chip, me concentro en las informaciones que vamos recibiendo y me pongo a pensar en las personas que vamos a rescatar», confiesa.
Benilde Pérez
En el escaso año que la leonesa lleva a bordo del buque, ha vivido operaciones de rescate duras y complicadas, ya no sólo por los peligros y dificultades que conllevan a nivel físico sino por las historias detrás de cada persona que se sube a ese barco: «Cada operación es totalmente diferente pero lo más difícil es la incertidumbre, nunca sabes lo que va a pasar ni lo que te vas a encontrar».
Recuerda especialmente una operación en la que tuvieron que rescatar once cuerpos que llevaban semanas flotando en el mar, «quizá esta haya sido una de las más inesperadas», afirma.
Un golpe de realidad al que no se está acostumbrado y que reconoce necesario para saber la realidad que viven miles de personas en el continente africano: «La gente no cruza el Mediterráneo por capricho. Realmente han pasado cosas muy duras. Hemos tenido padres cruzando con sus bebés, una mujer que cruzó con su abuela ciega, su hijo, su nuera y sus tres nietos, ¿realmente pondríamos en peligro a nuestros hijos o a las personas a las que más queremos cruzando el Mediterráneo en un barco sin saber lo que te puede pasar? Nadie haría eso si no estuviera desesperado», se pregunta.
Le preocupan, sobre todo, los adolescentes no acompañados. Jóvenes que comenzaron el viaje siendo niños y que por el camino han perdido a sus padres o a los familiares con los que viajaban, se sienten solos y perdidos en un mundo que desconocen y que los rechaza por el simple hecho de tener un acento o un color de piel que no se corresponde a los cánones establecidos.
«Mucho de ellos fueron separados por la fuerza de sus familiares porque fueron raptados, otros huyeron de su país por amenazas, maltratos, abusos o violaciones», afirma mientras recuerda uno de lo casos que más le ha impactado durante estos meses. Era la historia de un joven de 16 años que había huido de su casa «porque no quería casarse, quería seguir estudiando y su padre le había agredido varias veces y fue su propia madre la que le animó a que se fuera. Él nos contaba que no se esperaba todo lo que le había pasado durante el viaje, que incluso había sufrido abusos sexuales y nos decía que echaba de menos a su madre y a sus hermanos pero que esperaba que ahora que estaba en el barco pudiera continuar estudiando en Europa y llegar a ser alguien».
Entre operaciones, desembarcos y rotaciones, no tiene tiempo para aburrirse: «Sí que intentamos encontrar tiempos libres, pero es intenso, a veces lo que más necesitamos es estar solos, piensa que el barco se convierte en nuestra casa y es una casa que se mueve todo el rato, con muchas escaleras y donde estamos encerrados», reconoce, «pero eso te permite también conocerte mucho más».
Supo desde el principio los riesgos a los que se expondría si entraba a formar parte de Médicos Sin Fronteras. Nadie le ocultó nada y siempre fueron muy claros con ella: «Desde el minuto uno que entras a formar parte de la organización te informan de lo que te puedes encontrar y que pese a todos los esfuerzos, el riesgo cero nunca existe», afirma.
Benilde Pérez
¿Y el miedo? El miedo, según ella, es libre y es consciente de dónde se ha metido: «Para aceptar este trabajo tienes que saber dónde te metes. Yo lo acepté y todavía a día de hoy sigo convencida y tiro para adelante. No tengo miedo porque sé lo que puede pasar y lo acepto», sentencia.
Por el momento no se plantea volver a la tranquilidad que puede ofrecer la enfermería asistencial porque sabe que la tranquilidad la lleva consigo sabiendo que está donde quiere estar, «estar mucho tiempo en un sitio no es lo mío, esto es una forma de vida que de momento me hace feliz. Cuando vea que ya no es así pensaré en el siguiente paso, pero por ahora esto me aporta muchas cosas, aunque no descarto nada».
Un futuro incierto a largo plazo pero que en lo inminente pasa por volver a León estas navidades y reencontrarse con su familia. Una familia de la que se sienten afortunada porque la aceptan tal y como es. Un refugio al que siempre puede volver porque sabe que ellos van a estar ahí: «Este trabajo me ha hecho relativizar todo. Yo sé que puedo volver cuando quiera, tengo esa opción. Pero veo que las personas que rescatamos no tienen esa posibilidad, dejan todo atrás, dejan a su familia, a sus hijos y no saben cuándo van a poder volver a verlos o si lo volverán a hacer. Saber que yo tengo esa posibilidad de volver a León, que mi gente está ahí, que me aceptan, que están contentos y orgullosos, para mí ya es suficiente», asegura.
Noble, trabajadora, objetiva, ambiciosa y diligente. Unos adjetivos que describen sin lugar a dudas tanto su nombre como a ella misma. Una valiente sin armas ni banderas que batalla día a día contra su gran oponente, el mar.
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