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Con esa música épica y gloriosa que inevitablemente lleva a recordar las 'gestas' del caudillo, (aquellas que el régimen introducía antes de las películas del cine) el NO-DO narraba cómo aquella mañana de 1965 el generalísimo Francisco Franco, junto al ministro de Turismo, Manuel Fraga; inauguraba el Parador de San Marcos.
«Este antiguo hospital y convento, joya del plateresco, es el suntuoso Hostal de San Marcos de León; reedificado por el Instituto Nacional de Industria a través de su Empresa Nacional de Turismo», narraba la inconfundible voz en off aquel 2 de agosto de 1965.
La épica ya no solo estaba reservada para las batallas, para glorificar al caudillo o para poner de manifiesto que la estrategia de Franco no tenía rival. Inauguraciones y visitas se cubrían también de ese halo de heroicidad en la que San Marcos representó el abrazo de España a la modernidad, según el régimen.
La crónica relataba que el Parador de Turismo era «uno de los más refinados establecimientos hoteleros de Europa, con todas las comodidades que se pueden brindar al viajero o peregrino sin haber perdido su sabor histórico» y señalaba que «quizá en alguna de sus 272 cámaras doble dotadas de clima artificial y de los más modernos servicios complementarios estuvo la celda de Quevedo, que pasó preso cuatro años en este lugar por orden del Conde Duque de Olivares».
La trayectoria del Parador no ha dado pocos tumbos hasta la fecha. A escasos días de su reapertura tras una reforma que se ha alargado en el tiempo, el reto está sobre la mesa y nace con críticas: volver a ser el buque insignia de la Red Nacional de Paradores de Turismo, como lo fue antaño, después de una reforma sobre la que no pocos dudan.
Pero dejando atrás el presente, toca remontarse a 1961 para recuperar la historia de lo que fue campo de concentración durante la guerra y los primeros años de la posguerra.
La petición hecha por el Ayuntamiento de León en 1961 a la Comisión Municipal Permanente (CMP) de 'construcción o habilitación de un Hostal, en el edificio de San Marcos y terrenos colindantes' argumentando entre otras cuestiones la escasez de plazas hoteleras de la ciudad, su estratégica situación en el Camino de Santiago y la proximidad de un Año Jacobeo, recibió un informe negativo e incluso se podría decir que algo ofensivo para la ciudad.
Así, la Presidencia del Gobierno respondió que el Ministerio de Información y Turismo consideraba que no eran necesarios más alojamientos en la ciudad, al menos de momento, por ser suficientes los que tenía en funcionamiento la industria privada.
Añadía, en consideraciones similares a las aplicadas para Burgos —que también aspiraba a contar con dicho Hostal—, que la propuesta correspondía a una zona turística «deficitaria durante un periodo de ocho o diez meses al año, pues aunque interesante y pintoresca es sumamente fría e inhóspita, por lo que no invita al desarrollo del turismo más que en verano». El Sindicato Provincial de Hostelería reaccionó formalmente a ese informe desfavorable.
Parece ser que la llegada de Fraga Iribarne al Ministerio de Información y Turismo dio un giro radical a las previsiones. El informe del arquitecto de la obra, Fernando Moreno Barberá, recogido en la tesis doctoral de su hijo Fernando Moreno Barberá von Hartenstein refleja que las labores de ejecución se desarrollaron durante 17 meses «trabajando en dos y tres turnos, a temperaturas bajo cero».
Las dificultades de cimentación, la gran incidencia de la mano de obra en un momento de subida del salario mínimo, la restauración del claustro y la iglesia ajenas a la explotación hotelera, la necesidad de inaugurarlo en una fecha fija —el 23 de julio, antes del día de Santiago— justificaron una fuerte desviación presupuestaria, ya que de los 229,6 millones de pesetas previstos inicialmente se pasó a 477,4.
En sus 50 años de vida, el Parador ha evolucionado al mismo ritmo que la sociedad. Cuando abrió sus puertas la facturación de los pocos clientes que podían permitirse alojarse en él, quizá una veintena, era suficiente para mantener a una amplia plantilla de unos 270 trabajadores, entre los que había categorías impensables hoy en día como un cafetero, encargado exclusivamente de preparar el café, un zumero para hacer los zumos, un ascensorista, un botones... diferentes puestos muy específicos.
Ahora hasta la moneda que se usará en su vuelta a la vida es diferente que en aquel 1965 en el que Franco estrenaba el Hostal.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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