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Seis orejas se cortaron y dos toreros abrieron (que no salieron) por la puerta grande en la corrida de toros de San Juan y San Pedro celebrada la tarde de este domingo en la plaza de toros de León. Un festejo, y nunca mejor dicho ... a tenor del ambiente en los tendidos, en el que se contaron tantos pases completos como los dedos de una mano. La generosidad extrema de la presidencia y el fervor de un público entregado a las figuras permitió a 'El Cordobés' y 'El Fandi' triunfar por todo lo alto, a pesar de que los toros de Hermanos Torney fueron mansurrones y, en algunos caso, inválidos.
Hubo un cambio no anunciado y fue, finalmente, El Fandi el que inició la Lidia del primero de la tarde. El matador tenía un compromiso en América y abandonó la plaza tras finalizar su lote. Un toro negro zaino, algo cojo de la de la pata trasera derecha, que repitió con la cara a media altura ante una terna de chicuelinas aseadas del matador. Había saludado astado previamente con dos largas cambiadas que calentaron a una afición ávida de toros.
Tras un tercio de varas cumplidor, el granadino cogió las banderillas y demostró ese noble arte arrumbado por las primeras espadas del escalafón.
Volvió a echarse al suelo con la muleta El Fandi y consiguió sacarle dos embestidas con cierta codicia al animal.
En la faena a pie, el veterano matador apostó por la derecha y el animal le acompañó en repetidas ocasiones, si bien es cierto que sin humillar. Dos molinetes precedieron el tiempo del acero. Un estocazo que fulminó al animal y le concedió una oreja.
Tiro de incentiva El Fandi en el segundo de su lote, el cuarto de la tarde. Empezó con un precioso farol pegado a las tablas del tendido 1. Aprovechó que el animal galopaba para dejar dos delantales más estéticos que ajustados.
Fue el toro más picado de la tarde. Solo entró al caballo una vez, pero por primera vez al animal se le castigó como mandan los cánones.
En banderillas el Fandi volvió a conquistar al público con la que es, sin duda, su mejor virtud.
En la muleta, Hojalata -así se llamaba el astado- hizo algo que no se había visto en toda la tarde: humillar. El Fandi aplicó su clásico toreo de distancia, ligó varias tandas de molinetes, mas no apostó por el natural. Se fue a por el acero tras lo que, a juicio de lo que se oía y festejaba en la plaza, parecía haber sido una faena de enjundia. Falló en su primera entrada a matar, hundiendo la espada en el lomo del animal y sacándola en el mismo movimiento; clavó con más acierto en el segundo intento, pero aun así la estocada resultó trasera y caída hacia la izquierda. El toro cayó y el público pidió con ansia las dos orejas, que le fueron concedidas con generosidad infinita por parte de la presidencia.
El primero de la tanda de él Cordobés presentaba una cornamenta digna de la plaza de León. Sin embargo, el trapío inicial del animal quedó en nada al salir de la suerte de varas. No se excedió el picador, pero el animal salió sin tracción del caballo.
Con el capote, el torero de 54 años no pudo sacarle nada al animal. De igual manera, tampoco pudo completar más de dos pases con la muleta. El astado no iba y si se le bajaba la mano, se caía. Perdió los cuartos delanteros en infinidad de ocasiones, tuvo que ser devuelto aunque nadie en la plaza lo pidió. Manuel Díaz acompañó al animal con la derecha, lo templó y le dio su tiempo para poder construir algo que no existía. El público acompañó con olés y El Cordobés se echó la muleta a la izquierda. Completó dos buenas tandas y finiquitó con un esbelto trincherazo.
Cumplió con el acero el de Arganda del Rey, pero el animal tardó demasiado en caer. El aplauso del público fue jjsta recompensa para el esfuerzo del torero.
En una plaza donde se premia casi todo, se oyó algún pito y algún grito de desagrado con la presencia de los pitones, por llamarlos algo, del quinto toro. Un animal descastado, sin bravura y abanto. Únicamente se empeñó en el caballo, algo que no gustó en los tendidos, que afearon al picador el castigo infligido al animal.
Se pasó con prontitud a los naturales ayudados El Cordobés, que apostó por la distancia y la lentitud. El matador lo intentó con unos derechazos altos bastante aplaudidos. El toro pasaba, pero no humillaba, no completaba los pases y la ligazón era imposible.
Cabe reconocerle a Manuel Díaz su empeño. El maestro no desistió y trató, por todos los medios a su alcance, de dibujar una faena que, sencillamente, un animal como Hojalatero hacia arduo complicado.
El Cordobés alargó la faena innecesariamente, pinchó una vez a la hora de entrar a matar y dejó una mala estocada, caída y trasera, en la segunda intentona. Resultado: dos orejas y casi el rabo con un toro inválido que no permitió completar un solo pase.
Saludó Cayetano al tercero de la tarde, el primero de su lote, con delicadeza y mano firme. Lo acompañó en dos pases alambicados y una bien ejecutada media verónica.
En el tercio de varas apenas si se dañó al animal, pero aun así este aquejó el puyazo y empezó a perder las manos cada vez que el maestro le exigía bajar la cara.
En la muleta mostró una actitud casi idéntica al segundo de la tarde, el primero de El Cordobés. Cayetano enlazó dos tandas algo desabridas de derechazos, no pudo sacar nada en el natural y tampoco con los doblones. Sí que sacó algo más con el ayudado por alto.
Pinchó con la espada en el primer intento. Mató con solvencia en el segundo intento con una estocada trasera. De forma inopinada, el presidente tuvo a bien concederle la oreja.
Con la puerta grande ya asegurada para sus compañeros de cartel, Cayetano trató de aplicar el natural en el sexto, otro animal sin recorrido alguno, que tropezó en innumerables ocasiones y que, además, protestaba por ambos pitones, soltando tornillazos durante las embestidas.
El matador aplicó la derecha sin mucho lucimiento, insistió con el natural y se frenó frente a la cara del toro en dos ocasiones (a El Cordobés esto le valió para dos orejas). En un pase de pecho el animal cayó desplomado. Se levantó entre los vítores del público, que no pidió su devolución.
Volvió a fallar con la espada como ya hiciera en el primer toro de su lote. El estoque finiquitó a un animal que resultó epítome de una corrida sin lustre, pero sí con muchos premios.
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