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Su día a día poco ha cambiado en los últimos días, más allá de su vestimenta. Ella sigue haciendo lo que hacía, aunque ahora lo hace con más felicidad si cabe.
Cristina Sanz es una chica normal, de 35 años, natural de Guadalajara, que ha encontrado en León aquello que llevaba una vida buscando.
Este pasado sábado se convertía en la primera novicia en casi una década en el Convento de las Madres Carbajalas Benedictinas de León, un paso adelante que la ha permitido dar sentido vocacional a su existencia.
Su llegada al convento de la plaza del Grano fue por pura casualidad. En unas jornadas espirituales le hablaron del monasterio leonés y sor Ernestina fue su primer contacto.
Solo necesitó unos días entre las hermanas de la congregación de San Benito para darse cuenta de la realidad. «A los dos días lo vi clarísimo, que esto era lo que llevaba buscando desde siempre y aquí encontré el sentido de mi vida, la plenitud, y desde entonces aquí estoy».
Ella viene de una familia de tradición católica y recibió de sus padres una educación como tal. Desde pequeña participó en actos de la Iglesia, recibiendo los sacramentos y teniendo «una relación con Jesús especial». Al hacerse mayor, se fue identificando e intensificando su relación con Jesús, hasta que llegó a plantearse cuestiones más trascendentales para su vida. «Tenía esa inquietud vocacional y he estado buscando mi lugar en el mundo desde los ojos de Dios», afirma desde el claustro de las Benedictinas. «Buscaba lo que Dios quería para mí porque para mí siempre el centro ha sido Jesucristo y he intentado ir conformando mi vida hacia su figura».
Cristina, docente, psicopedagoga y trabajadora social, se sintió desde el primer momento como en casa o, como ella reconoce, como cuando te pones unas zapatillas. En las Carbajalas obtuvo una sensación «maravillosa» con gente que no conocía de nada y se sintió en familia. «Son muy acogedoras todas, muy cariñosas y viven en un ambiente de mucha sencillez, naturalidad de familia; es lo mismo que percibes cuando vas a una casa, se percibe aire de cariño y familia».
Tras un periodo de discernimiento, en el que comprobó que este era su sitio, asumió el periodo de postulantado, haciendo ya vida en la comunidad con una formación más específica. A lo largo de estos meses ha ido comprobando que este es su sitio y ha decidido incorporarse como novicia con la ceremonia de toma de hábito monástico.
Su día a día transcurre en base a tres pilares: oración, trabajo y vida comunal. Rezan varias veces en el coro de la iglesia, siempre abierto a los feligreses; cada una de las 13 hermanas aporta su labor al monasterio; y al menos una vez al día se reúnen para dialogar. «Llevo la misma vida. Desde el principio estoy muy insertada en la vida de familia y colaborando. Nuestro ritmo de vida es en base al trabajo, la oración y la fraternidad, los pilares de nuestro carisma; es lo mismo que hacía antes».
La nueva novicia Cristina es ya una más del convento, como lo lleva siendo desde que llegó. Sabía que en Jesús iba a encontrar «el centro de mi vida», y así ha sido. Pero, además, se ha dado cuenta de que ser cristiana es también «encontrar el lugar que Cristo había pensado para mí». Y eso la llena de plenitud. «Me parece un privilegio poder decir que he encontrado, por fin, el sentido de mi vida; y soy feliz, es algo grandioso. Ojalá todas las personas pudieran decirlo», da gracias por ello.
Cristina tiene cita con sus hermanas minutos después de estas palabras. Nos acompaña hasta la puerta. Mientras, sor Ernestina ha ido a hacer el llamamiento para la oración en la capilla. Ella nos despide con una sonrisa, con la viva imagen de la felicidad que esta joven alcarreña ha encontrado en León.
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