Llega a Santo Domingo con la intención de dirigirse hacia la Catedral. A la derecha se encuentra con la iglesia de San Marcelo y siguiendo de frente, a la izquierda, se levanta la esplendorosa Casa Botines de Gaudí. Prosigue su camino por la coqueta calle Ancha advirtiendo sus decorados balcones sin percatarse que, justo al comenzar la vía, se encuentra haciendo esquina un majestuoso edificio conocido en León como Palacio de los Guzmanes.
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El Renacimiento leonés tiene nombre y apellidos: San Marcos. De eso no hay ninguna duda. Pero este Palacio de los Guzmanes, convertido hoy en sede de la Diputación de León, contiene una rica, interesante y desconocida historia perteneciente también al tiempo renacentista. Para explicar su amplia historia hay que retrotraerse hasta el siglo XVI y Ana García Merayo se ha esmerado en resumir de manera brillante y determinada cómo surgió y por qué cree que dicho palacio está inspirado por la familia de los Guzmanes.
Anduvo en los finales del XV y principios del XVI por León un noble convertido desde 1503 como «regidor perpetuo» de la ciudad y definido por Merayo como «un hombre de acción, cultura y reflexión». Era Ramiro Núñez de Guzmán, un «políglota y polígrafo» con estrechas relaciones con la monarquía de los Reyes Católicos y «hombre fuerte de León» que cayó en desgracia tras apoyar al infante Fernando, hermano de Carlos I, en la Batalla de Villalar de 1521. Entre las numerosas funciones que desarrollaba en su vida, Ramiro destacó especialmente por la traducción al latín que hizo sobre el Mio Cid, hecho atribuible a la última parte de su vida y de vital importancia en la formación de Felipe II.
La importante familia leonesa cayó en una relevante desgracia social, política y económica. La derrota de su bando -elegido únicamente por la lealtad- en la Batalla de las Comunidades supuso la pérdida de todos los bienes y propiedades que atesoraban, una situación que se remontaría un siglo después con el tataranieto de Ramiro: Ramiro Felipe Núñez de Guzmán. Sin embargo, fue con su hijo Martín con quien la familia comenzaría a recuperar, muy poco a poco, su estatus en la sociedad. La amnistía de 1527 concedida por Carlos I gracias a la estrecha relación de Martín con su hermano, el infante Fernando, fue el primero de los pasos para ello.
Fallecidos tanto Ramiro como su esposa, la construcción del palacio corrió en gran parte a cargo de Martín y de, sobre todo, su yerno Gonzalo Núñez de Guzmán, mientras que fue Isabel de Rojas y Acuña quien gestase matrimonios cruzados entre ambas familias para aumentar la masa económica. También hipotecaron numerosas propiedades con el fin de obtener préstamos y adelantar pagos corrientes de la construcción del inmueble, además de la obtención de una licencia real para hipotecar el mayorazgo, concesión que sólo podía autorizar el rey y que llegó tras el aposento Felipe III y Margarita de Austria en el Palacio en 1601.
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Aunque en un principio con esas medidas consiguieron financiar el edificio, no tardaron en llegar las curvas por la bola de nieve que suponía el hecho de hipotecar cada vez más propiedades. Las deudas se acumulaban y para pagarlas tenían que endeudarse aún mas, ante lo que tuvo que intervenir de nuevo Francisca, esta vez con el Conde Duque de Olivares, para gestar un matrimonio de «extraordinaria conveniencia» y obtener «la solución definitiva».
La «ingeniería económica» llevada a cabo por las generaciones de la familia Guzmán sirvió para que la eternidad fuese testigo del legado de lo que había sido la estirpe tiempo atrás. Un fortísimo linaje que se vio envuelto en su cada más revuelta historia que acabaría por llevarles primero a una desaprobación política, económica y social y, después, a un círculo vicioso de deudas, que finalizó con el honor recuperado y su historia más que latente.
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Esa es la historia que Ana García Merayo recoge, investiga y analiza detalladamente y con gran solvencia y detenimiento en la segunda edición de Feje, la revista cultural leonesa y heredera de Tierras de León. Una historia en la que la autora reivindica la «asignatura pendiente» que León tiene con Ramiro Núñez de Guzmán, quien a su juicio y junto a su mujer fueron los inspiradores del Palacio. «La dignidad se adorna con la Casa, pero no toda la dignidad se resume en la Casa» es una de las frases que reza la fachada de la edificación, haciendo referencia «a la lealtad de la familia puesta por encima de la razón y el instinto político».
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