

Secciones
Servicios
Destacamos
Un reciente informe del CIS recoge que un 21% de mujeres adultas reconoce haber sufrido una agresión sexual en algún momento de su vida. Hay al menos tres millones y medio de mujeres que reconocen haber pasado por esta traumática experiencia, mientras otras -¿la mayoría?- prefieren callar por miedo al agresor, por vergüenza, por miedo a no ser creídas.
Pasar por una vivencia así y que encima tengas que preocuparte de si te creerán o no… Tiene narices. ¿Se imaginan a alguien denunciando que ha sufrido un atraco, un robo, una estafa, y que surjan un montón de voces desconfiando de la versión?
Que levante la mano quien tenga la suerte de no tener en su entorno a ninguna mujer que haya pasado por algo así, en un grado más o menos grave. Quien no conozca a una chica que vuelve a casa mirando cada poco de reojo si oye pasos cerca, si ya es de noche, a una mujer que después de una noche de cena o de fiesta no se escribe con sus amigas para certificar que todas están a salvo ya en sus casas.
Y no sólo de noche, porque ocurre demasiado, con un susto que a veces se te queda en el cuerpo para siempre aunque el desenlace no sea tan crudo como otros que conoces. La mayoría vamos con mil ojos cuando es de noche, cuando apenas hay gente por la calle, en los portales, en los garajes, pero hay casos a todas las horas, en cualquier ciudad y circunstancia.
El terror de una encerrona no se te olvida en la vida: esa falta de aire, ese miedo paralizante, esa sensación de no saber cómo escapar, de echar a correr desesperada, de no poder respirar durante horas. No puedo ni imaginar cómo se superan situaciones similares en las que haya violencia, agresiones con desenlaces más o menos fatales.
A mi amiga Z. le duraron las marcas del cuello dos semanas, tardó años en volver a subirse sola al ascensor de su casa. R. no salió más a correr sola por la Condesa, a ninguna hora. Si salimos a cenar, A. pilla un taxi y le pide al taxista que espere a que entre al portal. L. lleva el móvil en la mano hasta que abre la puerta de casa. Y podría seguir, conozco demasiados casos de sustos que afortunadamente quedaron en eso, situaciones incómodas que fueron convirtiéndose en miedos, en precauciones, en desconfianzas. Se lo digo a mis amigos hombres: ninguno de vosotros volvéis a casa con miedo si apenas hay gente por la calle, pero pregunta en tu entorno. Y quien tenga pareja, hermana, madre, amigas sabrá de lo que hablo.
De las entrevistadas por el CIS, dos de cada diez mujeres adultas reconocen haber sufrido algún tipo de agresión sexual a lo largo de su vida. Dos lo cuentan, y me pregunto cuantas siguen tragando saliva sin haber sido capaces de verbalizar situaciones de terror de las que salieron más o menos airosas, y al menos vivas.
Cómo no comprender a esa chica que acaba de denunciar otra salvajeviolación grupal que ocurrió hace más de dos años, vistas las reacciones de muchos. Es más que comprensible. A veces, muchísimas, las mujeres no son capaces de contar lo ocurrido porque temen al agresor, porque les da vergüenza que se conozca lo que les hicieron, porque tienen pánico a que se dude de sus testimonios.
Tres chicas han denunciado agresiones sexuales en un colegio mayor de León en los últimos meses. Tres casos que están siendo investigados, pero sobre los que todos hemos leído ya demasiadas opiniones que dan vergüenza ajena: «Y lo denuncian ahora, vete tú a saber, ellos no cuentan eso, hay muchas versiones…».
Como hay quienes parecen saber de todo, quienes tienen la necesidad de opinar sobre todo, de juzgar sin tener ni puñetera idea de lo que hablan, imagino que estas tres chicas vivirán con el miedo añadido a lo que se diga de ellas. Hay que ser muy valiente para denunciar, para sobreponerse a tantos juicios sumarísimos.
Como esa otra chavalina que tuvo las agallas de denunciar que un deportista famosísimo la había agredido y violado en un cuarto de baño de una discoteca de Barcelona. «No me van a creer, no me van a creer», lamentaba.
A día de hoy, esta es la realidad de las mujeres. No que todos los hombres sean sospechosos de agredirnos sexualmente, pero sí que siempre hay alguien dispuesto a dudar de nuestra palabra, y no sólo son ellos. Es asquerosamente cierto que siempre que alguien denuncia hechos tan espantosos hay quienes vienen a sembrar la duda poniendo el foco en ella: hace no tantos años, que si la ropa, que si vaya horas, que si por qué andaba sola o con esas compañías; pero ahora también sobran cagasentencias, en las redes, en conversaciones de bar, entre amigos: por qué tomaron algo con ellos, por qué entró a ese cuarto con él, por qué no huyó, por qué no le echó de la habitación…
Que dos de cada diez mujeres cuenten que han pasado por la pesadilla de una agresión sexual es una barbaridad. Dos de cada diez reconocen ese infierno, pero serán muchas más.
Quienes tanto dudan de esos testimonios y denuncias, que piensen qué dirían si quien lo cuenta rota es su hermana, su novia, su hija, su madre… ¿También de ellas dudarían?
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.