En los salones Zalacaín se respiraba nobleza y se saboreaba el magisterio de la cocina. Era un templo en toda regla. Y a ese templo acudían jefes de Estado, miembros de la Casa Real, representantes de las más importantes empresas del país, presidentes de ... club de fútbol y la creme de la vida social.
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Allí se fraguó la arquitectura de la actual Constitución y en sus mesas se concretaron las más importantes operaciones empresariales del país además de acuerdos de carácter internacional. Si sus paredes hablaran las estructuras del Estado temblarían.
Ahora que ha cerrado sus puertas este establecimiento único el expresidente y exgerente de la DO León, Pablo San José, recuerda que en medio de tal torrente político, económico y social el restaurante Zalacaín era además una «embajada de León y de los leoneses».
Recuerda Pablo San José que «un cuarto de siglo atrás, cuando León tenía un peso específico notable a nivel nacional« en las mesas del Zalacaín tenía presencia el vino 'Don Suero', un prieto picudo que el sumiller Custodio López Zamarra aconsejaba a jefes de estado o grandes empresarios, entre ellos el presidente de El Cortes Inglés.
Mientras los jefes de sala José Jiménez Blas y Carmelo Pérez, éste último de origen leonés, se convirtieron en gran des embajadores de la cecina de León. «El corazón siempre tira», recuerda ahora Pablo San José.
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Todos ellos se convirtieron en la mejor tarjeta de presentación de los caldos y los productos leoneses «y de ahí la importancia de que hoy se reconozca su enorme labor».
Todo, cuando el relumbre del restaurante Zalacaín se ha apagado. La casa que daba de comer a las élites políticas y económicas de la Transición, las mismas que emborronaron papeles hasta alumbrar la Constitución de 1978 y sentaron las bases de fusiones bancarias, cierra sus puertas.
La covid ha sido implacable con la hostelería, y el Zalacaín, que debe su nombre a un personaje de una célebre novela de Pío Baroja, no ha resistido la embestida vírica. Aparte de congregar en sus reservados a potentados, aristócratas y deportistas fue el primer restaurante de España en conseguir, en 1987, las tres estrellas Michelin. Después le siguieron otros buques insignias de la gastronomía nacional, como Arzak en 1989, El Racó de Can Fabes en 1994 y El Bulli en 1997.
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¿Qué tenía este templo del buen yantar fundado por Jesús María Oyarbide en 1973? Aparte de unos precios exorbitantes, en su menú figuraban obras de arte como sus patatas suflé (seña de identidad de la casa), un 'steak tartar' que era una extravagancia revolucionaria en esos tiempos en que la ingesta de carne cruda solo se veía en los cuadros de Goya y unas tejas de almendra que quitaban el sentido, informa Colpisa.
Como cualquier restaurante, el Zalacaín retiró sus manteles en marzo, cuando se decretó el estado de alarma. Abrigaba la esperanza de reabrir sus puertas cuando se levantara el confinamiento, pero si la covid-19 ha sido un puyazo para todo el sector de la hostelería, para este negocio ha sido la puntilla. La deserción de los turistas, la contracción del consumo y las restricciones al movimiento han dejado exangüe al mítico establecimiento.
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El plan alternativo para sacar adelante el local, el proporcionar comidas a domicilio, no cuajó, de modo que la única salida ha sido ir al concurso de acreedores y proceder a la liquidación. «Cerramos y no hemos podido volver a abrir. Nos planteamos abrir en septiembre, luego en noviembre, después en 2021. Estudiamos todos los escenarios, pero la incertidumbre ha podido con nosotros», dice Carmen González, directora de operaciones.
Cuando Oyarbide decidió retirarse, traspasó el negocio a su amigo y cliente Luis García Cereceda, dueño del Grupo LaFinca, quien puso al frente de la cocina al chef Benjamín Urdiain, al frente de la bodega y como jefe de sala a Custodio López Zamarra -quien acabó jubilándose en 2013- y como director del restaurante a José Jiménez Blas. Raúl Miguel Revilla, discípulo de López Zamarra, puso a disposición del comensal una carta de vinos que ofrecía más de 1.000 referencias entre tintos, blancos, rosados, dulces y generosos.
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Luego vino un lento declinar. El mítico restaurante resistió mal la eclosión de la alta cocina que trajo el nuevo milenio, contratiempo que intentó encarar con una reforma en 2017. Fue entonces cuando el chef Julio Miralles se puso a los mandos e intentó la remontada. Zalacaín ya había perdido en 2015 su última estrella Michelin. A los próceres de la guía les seducía más la vanguardia que la tradición.
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