Hay bares que son capaces de devolverte a la juventud, que con solo nombrarlos los buenos recuerdos se vienen a la mente. En León uno de esos es El Porrones, que nunca se llamo así. Ahora, después de más de 40 años, cierra sus puertas.
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Carlos y su mujer Luisa celebran este viernes, 29 de septiembre, la despida con todos sus clientes que ya son amigos. «Llegó un momento que era uno más de los grupos, ya no era el dueño. Les veía por ahí y tomaba algo con los clientes o más de una vez cuando cerraba te subías con ellos a tomar una copa», apunta Carlos Gómez.
Primero con La Bodeguilla y luego con El Porrones, que coge tras jubilarse su padre, Carlos, junto a su mujer, llevan toda la vida dedicados a la hostelería y en el mismo barrio. Han visto como ha crecido la zona y sus clientes que siempre han sido de los más variopinto.
Veteranía y juventud se juntaban en esta barra. «Los fines de semana, desde las 18.00 horas, que abría la sesión de tarde de la Tropicana, y luego la de la Oh!, ya estaba lleno, trabajando el comedor y los chavales. Cuando salían de comer, mucha gente que era mayor, veían esto lleno de juventud con los 'cachis' y, claro, al principio se extrañaban», apunta.
Una mezcla de edades que ha sido la seña de identidad de este bar. Un lugar en el que los jóvenes aliviaban por primera vez la sed mientras los mayores tomaban sus últimos tragos. «El viernes y el sábado, a partir de las 19.00 horas, ya solo pasaban al bar cuatro señores que iban con las botellas para llenárselas, porque tenía cubas de vino, y ya entraban asustados al ver tanto joven», detalla.
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Miles de historias tienen como punto común este bar que casi nadie conoce como Mesón Valdevimbre, una forma diferente de servir los cubalibres fue quien le dio el nombre. «El famoso porrón, que todavía tengo alguno, era la forma de beber. Cogía el embudo, le echaba hielo, luego whisky o ginebra y el refresco», explica Carlos.
Y ahora la gran pregunta, ¿qué va hacer cuando se jubile?. «Pues tengo el nieto y las hijas en León y dar un paseo por los Pinos que lo echo de menos porque nosotros vivimos siempre aquí, y abría la ventana y no había polígono, veías todos los pinos y todas las lomas», afirma.
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Cuando llegaba la hora de cierre, Carlos siempre solía repetir: «¿Es qué no tenéis casa?». Y lo cierto es que estaban en ella. Por ello son muchos los jóvenes leoneses que, desde la nostalgia, recuerdan los grandes momentos que allí pasaron y agradecen a Carlos y a Luisa que más que dueños de un bar, eran sus amigos.
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