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Como norma general, los noruegos pintan cada lustro su casa de madera (los que la tienen, claro). La dureza del clima obliga a no demorarse en esta tarea, tan anodina como necesaria.
Lo inesperado de esta historia, que empieza de una forma demasiado normal como para ponerse a escribir sobre ella, es que a 3.000 kilómetros de tierras nórdicas se trabaja en el laboratorio para que la necesaria mano de barniz espere algunos años más.
El Inbiotec se encuentra investigando las posibilidades de hacer más resistente la madera dentro del Proyecto 'ProWood', un trabajo conjunto con Alemania, Noruega, Rumanía y Turquía.
El propio director del Inbiotec, Carlos Barreiro, es quien comanda esta investigación. «Lo que estamos haciendo es intentar buscar formas de proteger la madera contra la degradación, protegiendo así casas hechas de madera, puertas o incluso retablos o estructuras», explica, señalando que la idea no es otra que «conseguir microorganismos que retarden esa degradación de la madera».
El método es el siguiente. Con ensayos de competición entre el organismo que degrada la madera y esos posibles microorganismos que hacen ese retraso en la degradación, se va buscando caracterizarlos para incorporarlos posteriormente a barnices, pinturas y esmaltes para madera. Precisamente será una empresa turca, la segunda del país, la que se encargue de comercializar el resultado.
«En León nos encargamos de trabajar en los aislamientos iniciales, la labor más microbiológica, siendo los coordinadores del proyecto», avanza Carlos Barreiro. Noruega se vuelca en mayor medida en las caracterizaciones de los productos que producen los microorganismos y los alemanes producen 'sougel', «más o menos lo mismo de las lacas de uñas». En Rumanía se hacen cargo de los aceites generalizados.
Los resultados animan a creer en las posibilidades del proyecto. «Desde la parte química estamos teniendo bastantes buenos resultados y desde la biológica son bastante halagüeños», confiesa el coordinador.
ProWood se encuentra en el último año del proyecto. «Si conseguimos una solución definitiva sería ideal, pero normalmente suelen ser tóxicas para el microorganismo, para el medio ambiente y para el que lo aplica», comenta Carlos Barreiro, que explica que lo que se busca es «algo que retrase», de forma que permita pintar en vez de cada lustro, cada siete o catorce años.
Una historia que puede cambiar para la vida de la madera en la que si no alcanza la juventud eterna, al menos alargará el periodo entre pinturas.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
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