En las catacumbas romanas, lugar de sepultura de incontables cristianos de los primeros tiempos, se leen en humildes teselas de barro los nombres, solo los nombres, sin otras referencias salvo una paloma, una ramita de olivo, el monograma de Cristo o la expresión «in pace», ... en paz, en la paz que nuestro Redentor prometió y aseguró en la última Cena con sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Jn 14,27).
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Hoy es sábado santo. El sacerdote sabio, fiel y preparado como pocos, D. Antonio, el «Querido Antonio» de tantos amigos y personas agradecidas que participamos en aquel homenaje, inesperado para él pero muy merecido, ha acudido con presteza y desapego a la llamada del Maestro para entrar en el propio descanso de Cristo en plena noche del Viernes Santo. Hasta en esa circunstancia el cristiano y el sacerdote ha culminado su identificación personal y existencial con el Señor de la vida y de la esperanza.
Cuando la Iglesia calla y medita en el silencio sacrosanto, en espera del anuncio de la resurrección, la Diócesis de León, su presbiterio y su obispo pierden a uno de sus más valiosos y esforzados trabajadores de la viña del Señor. Pero, en realidad, lo recuperamos aunque de otro modo, con la esperanza alimentada en la fe y con la mayor gratitud ante su vida y testimonio.
Descanse en paz.
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