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El 8 de septiembre de 2010 el Musac inauguraba una de sus piezas más visuales y entretenidas. Desde Brasil llegaba, en barco, una obra innovadora, novedosa y nunca antes vista en León. Llegó como una donación de una artista brasileña, a lo que el Museo de Arte Contemporáneo no pudo decir que no por ser precisamente eso: arte contemporáneo. Más de 14 años después, en la puerta del parque aparece un cartel que prohíbe el paso a su interior.
Bajo el título de «Reacción en cadena con efecto variable», esta curiosa instalación surgió de manos de la brasileña Carla Zaccagnini, que previamente lo había presentado en el bienal de Sao Paulo en el año 2008 y que acabó en tierras leonesas. Desde entonces forma parte de la colección Musac, que empezó a adquirir obras en 2003 y cuenta ya con 1.144 obras de 426 artistas diferentes.
El concepto sorprendió en la ciudad. Era algo que no se había visto nunca, pero que fue simplemente «de cara a la galería»: apenas duró abierto tres semanas. Lejos de representar una tecnología moderna o de estar hecho de materiales acorde con las dimensiones sobre las que se habló en su momento, la pieza artística no tenía nada más allá. «Los juegos de piezas eran muy antiguos, estaban hechos de hierro y eso en esa época ya no se ponía. Estaba obsoleto», explica Ángel Ramos Pérez, uno de los encargados de la instalación.
El proyecto era «muy chulo» y le daba un plus a la colección artística tanto del Musac como de la ciudad. Y es que «con materiales modernos eso hubiese sido bestial», reconoce Ángel. El sistema no era muy complejo: había dos pozos de agua bajo tierra «de unos 70 litros» conectados mediante tuberías y bombas de presión, que hacía que cuando se movía cualquier objeto instalado el agua saliese «disparada y a presión» por la fuerza humanada ejecutada. «El agua iba hasta un surtidor y salía como en una fuente normal», detalla.
Los lamentos de Ángel porque eso no saliese adelante son constantes: «De verdad que era un proyecto muy interesante, en León no había otra cosa que mezclase de esa manera el agua con el juego». «En un principio yo creo que apostaron por el proyecto, que era básicamente instalar una cosa novedosa como esa, y apostaron más por eso que por la calidad de los materiales», opina uno de los encargados de poner a punto la obra, que cree también que las bombas de agua «ya venían usadas».
«Las bombas de agua, las de presión, al venir usadas estaban deterioradas y no daban la presión necesaria», comenta, de modo que al no haber la presión suficiente el agua no podía salir disparada hacia la fuente con la fuera necesaria para que llegase, con lo que el sistema no funcionaba y carecía de sentido. «De hecho, tuve que cambiarlas varias veces y adecuarlas a la estructura», cuenta mientras recuerda que tras los cambios la obra volvió a funcionar. Pero había otro problema y ese sí que no tenía mucha solución.
El frío. El mayor enemigo del parque hidráulico eran las bajas temperaturas invernales. ¿Por qué? Porque se helaba y no había forma de hacer funcionar eso. «Cada poco había que mirar el agua, porque si no se mueve se quedaba estancada y en invierno se podía helar», apunta Ángel, que dice que «era más la novedad en sí que la efectividad» de la creación. Además, en las instrucciones de uso y en la explicación del sistema en uno de los carteles que hay, se especifica que «desde octubre hasta mayo el circuito de agua se encontrará desactivado por cuestiones climatológicas».
Ya son más de 14 años el tiempo que el proyecto está ahí, cerrado al público sin que funcione el sistema hidráulico. En el mismo sitio, justo enfrente del Musac y sin que nadie le preste un mínimo de atención. Casi década y media después, según ha podido saber este periódico el Museo de Arte Contemporáneo de León ha iniciado los trámites para investigar el estado de la obra «para ver si se puede reparar o no». Es decir, que no es que vayan a ponerle remedio, sino que estudiarán la posibilidad de si se puede hacer o no. Sin embargo, el técnico que lo estaba realizando cayó de baja y cuando se reincorpore volverán las actuaciones sobre la viabilidad de la restauración.
En el caso de que se pueda reparar, Ángel, que la última vez que tocó esa estructura fue cuando la reparó, cree que «habría que cambiar todo: las bombas, el sistema, la presión...». «Eso creo que costaría bastante y no sé si merecerá la pena», añade.
En total, seis juegos típicos de un parque de niños que escondían bajo tierra un secreto novedoso y obsoleto al mismo tiempo. Nunca supuso un avance real, no era tecnología recientemente descubierta ni mucho menos contenía sistemas complejos. Simplemente era algo llamativo y que por su poca o nula efectividad se quedó ahí. No fue a más.
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