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La ciudadanía, la sociedad civil, puede confiar en sus sanitarios y solo en sus sanitarios.
Ese crédito se lo han ganado a lo largo de la pandemia con su empeño y su sacrificio, con su profesionalidad, con esa sensación de entrega hasta el límite en ... las condiciones más adversas que nunca se pudieran imaginar.
Su mano tendida, su sacrificio, alienta a quienes ahora se sienten abandonados frente al virus.
Hoy son los sanitarios el único y último aliento en medio de temor y el desconcierto. Y mientras, la ciudadanía tiene más que nunca, y con argumentos, la sensación de estar abandonada a su suerte.
La clase política, toda la clase política, ni está ni se la espera. Se ha borrado de esta guerra que ahora cada cual libra como puede.
Ruinmente escondidos y con la calculadora electoral en la mano la peor clase política imaginable se mantiene inmóvil, indolente, silenciosa y especuladora hasta límites que rozan lo insoportable.
Cada día, en León, al menos una familia acude al cementerio para enterrar a uno de sus seres queridos víctima de un virus que se revuelve sin remedio. Este mismo jueves la provincia ha sumado el mayor número de casos desde que el coronavirus SARS-CoV-2 asomara la cabeza.
Mientras la sociedad civil enferma y muere los políticos, nuestros políticos, se rascan el mentón haciendo cálculos electorales y buscando qué posición les permitirá salvar el trago con el menor desgaste posible. Están de perfil, y así seguirán.
A estas alturas, con todas las cartas sobre la mesa, solo queda encomendarse a la sanidad y a la prudencia individual. Estamos solos. Los políticos, nuestros políticos, han abandonado. Gracias, por nada.
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