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noelia brandón
Lunes, 8 de agosto 2016, 13:44
Salama y Mbarka no se acostumbran a dormir en la altura de una cama y por las noches el colchón se traslada al suelo de las habitaciones en su casa de acogida en León. A pesar de ser el quinto verano que los dos saharuis ... pasan en la localidad de Trobajo del Camino, esta es una de las circustancias que no consiguen olvidar de vivir en las duras condiciones del Sahara. Algo que no deja de sorprender a sus padres españoles, como el propio Salama les llama, pero que ambos entienden a la perfección tras conocer de primera mano el desierto donde los pequeños viven en Tinduf, al suroeste de Argelia. Mariluz y Raúl, los acogen a través del programa Vacaciones en paz durante dos meses, pero en realidad no dejan de ayudarles durante todo el año, creando un «vínculo» también con su familia africana.
Así lo siente Raúl, padre adoptivo de Salama Y Mbarka, con los que mantiene «contacto telefónico casi a diario desde hace un año gracias a los teléfonos de nueva generación». Las nuevas tecnologías han llegado con retraso, pero ahora el contacto es «mucho mejor» que cuando empezaron con este programa a través de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Esta iniciativa permite que niños menores de 13 años vengan a España durante un periodo de cinco años consecutivos como máximo, pero cuando finaliza pueden acogerse a otro donde los niños son escolarizados en España y sólo regresan al desierto durante la época estival.
Solidaridad con un pueblo olvidado
Para ellos esta es una «forma de solidarizarse» con un pueblo que lleva 40 años en una situación penosa ante la indiferencia internacional. Es precisamente ahora, en verano, cuando las condiciones del desierto se vuelven más adversas, en un terreno pedregoso, sin agua corriente y con el apoyo humanitario como único medio para subsistir.
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Gracias a esta especie de vacaciones, van al médico, pasan revisiones y reciben materiales que se llevan de vuelta al Sahara. «Cuando marchan nos quedamos un poco vacíos porque son dos meses muy intensos y son niños encantadores que dan mucho cariño», admite Raúl.
Salama y Mbarka son dos de los 39 niños saharauis que han venido a León. Se emocionan al recordar las personas que han dejado a 2.500 kilómetros de distancia, pero la sonrisa les invade cuando piensan en la oportunidad que les ofrece el altruismo de su familia leonesa. Están contentos de «estar en otro país que tiene muchas cosas que no tengo allí, la playa, la piscina», explica Salama en un casi perfecto castellano. Mbarka, más tímida a la hora de hablar el idioma, también reconoce que la playa y la piscina es lo que más le gusta.
La indecisión al vestirse cada mañana
Los dos niños enseñan con orgullo sus habitaciones, donde no faltan la bandera de Sahara libre ni peluches que han ido coleccionando a lo largo de estos años, así como un retrato de cada uno que Raúl ha pintado para ellos. En el cuarto de Salama destaca la cantidad de gorras que colecciona y lo bien que se lo pasa con sus coches teledirigidos. La ropa es lo primero que enseñan, Mbarka la guarda como un tesoro y con toda seguridad la llevará por el desierto de Tinduf cuando regrese.
Lidia, su prima española, destaca de su convivencia con ellos la cantidad de deporte que hacen con los patines o en el parque y lo mucho que disfrutan de la pizza o el helado, aunque lo que más le llama la atención es que «tardan mucho en vestirse porque tienen mucha ropa y no saben que ponerse».
Cuando finalice agosto tocará regresar al continente vecino con toda la ayuda y los recuerdos de un verano inolvidable del que Salama y Mbarka se llevarán seguro un pedazo de León en la memoria.
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