nacho barrio
Sábado, 23 de abril 2016, 19:12
Donato y Mariano se citan en una mañana en la que la lluvia también se apoya en la barra. El reloj del Bar La Candamia no llega a la una de la tarde de un miércoles más en la vida. El ir y venir de ... Hacienda centra la conversación, bien acompañada por un tinto que alegre la escena. Es tiempo de rendir cuentas, pero también de recordar.
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Donato y Mariano representan a la perfección el pasado y presente de un barrio con un sabor añejo, un «barrio barrio», como defiende Mariano orgulloso. Él es el actual presidente de la Asociación de Vecinos del Ejido Extramuros, un núcleo que cumple en éste su sesenta aniversario. Con pequeñas casas de labradores, alguna presa y muchos campos de cultivo, el crecimiento del barrio nació, como tantas cosas, de dar patadas a un balón. «Algunos formábamos el equipo de Santa Marina y, preguntados por el párroco Don Víctor, nos decidimos a crear la Hermandad del Divino Obrero», comenta Donato Pérez, uno de los fundadores de El Ejido.
Pero la cosa no quedó ahí. «Decidimos hacer algo más social y comenzamos con una cooperativa de viviendas de las de antes, de aquellas en las que había beneficio», comenta irónico Donato. Así, cinco grupos de quinientas viviendas comenzaron a cambiar el perfil del barrio, si bien la vida entonces dista mucho de la actual. Hasta allí llegaron los vecinos de los pantanos de Luna y Vegamazán, y El Ejido se fue poblando de «obreros, empleados, pequeños empresarios, guardias éramos una gran familia».
Fruto de aquella mezcla, la vida, sobre todo en el verano, se asemejaba más a la de un pueblo que a la imaginable en León capital. «Sacábamos las sillas al jardín, una tortilla, el vino y charlábamos hasta las tantas» recuerda Donato, que apunta a que en los inicios no había otra cosa que prados y huertas desde la calle Juan XXIII, donde había una presa, «no había construcción alguna hasta el actual Instituto Giner de los Ríos».
Aquella cooperativa con beneficios llegó a comprar incluso el primer campo de la Cultural y Deportiva Leonesa «de cuando jugaban en Primera», asegura Donato, «porque en este barrio empezamos de lo lejano hacia lo cercano, aproximándonos más a la Catedral».
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Del pasado al presente
Mucho ha cambiado todo desde entonces. Ahora El Ejido, que cuenta con mucha población de la tercera edad, echa de menos aquel pasado. «El barrio ahora está un poco muerto, muchos negocios han cerrado y se ha notado bastante la crisis», comenta Mariano Félix. No obstante, hay lugar para la esperanza: «Vamos viendo niños y llega gente joven, que va reparando algunas casas del barrio para quedarse».
Aquel Ejido pretérito era paso obligado para una de las aficiones más consagradas de los chavales leoneses de mediados de siglo: ir a bañarse a La Candamia. «Era la distracción del verano ya que no había piscinas y el agua del Torío no está como ahora, uno podía entrar», señala el fundador del barrio.
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Un paseo con la pareja por las calles ilustra más que cien libros. Donde estaba el caño ahora se mantiene el Bar Ideal, allí estaba la presa y por allí el matadero. Recuerdos que se mezclan con el Ejido actual, en un ejercicio de memoria que resulta fácil una vez comienzan. «El barrio empezó por Daoiz y Velarde, era la arteria principal y ahora está muerto, la calle grande ahora es José María Fernández», conceden los dos.
Un monolito recuerda en la plaza de Don Agustín a los fundadores del barrio. De la lista de nombres, solo Donato Pérez sigue contando anécdotas y chascarrillos: «Uno tiene que estar satisfecho, aun a día de hoy me sorprende cómo nos movimos, siendo tan jóvenes».
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El encuentro acaba ya lindando con Santa Ana. Muchas historias en 60 años de trabajo pero también de momentos entrañables. El Ejido madura como el vino, reinventándose con el paso del tiempo pero con el sabor de los buenos caldos.
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