Juan J. López
Miércoles, 9 de enero 2019, 10:50
La familia Gato Corrales, de la zamorana Morales del Vino, pidió a los Reyes Magos «un pequeño gran deseo» para 2019. «Queríamos que cambiase la suerte, solo eso. Metimos nuestro sueño en un sobre invisible y lo pusimos a los pies del árbol», ... confiesa José Luis.
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Sin embargo, no pensaban que la Dios Fortuna cambiaría tan rápido. Tan solo unas horas después de que la noche más mágica del año finalizase, Sus Majestades de Oriente decidieron concederle su anhelo más preciado. Bueno, Sus Majestades, o, en este caso, los reyes de la Confitería Conrado de La Bañeza, que se disfrazaron de magos para dejarles el roscón más agraciado de las fiestas navideñas en nuestro país.
A la hora del café, y con toda la familia reunida en torno al roscón –«el más justo del mundo», a juicio de los Gato Corrales–, José Luis, uno de esos 'padres coraje' que aprendió a a dibujarse una sonrisa en el mismo momento que a su hija le diagnosticaron leucemia hace cuatro años, volvió a colocarse la careta, esta vez de rey mago. Lo hizo con el roscón debajo del brazo. «Yo no lo quería, y menos de nata, pero mi mujer se empeñó en pedirlo por Internet a Conrado de La Bañeza», afirma.
«El año pasado cuando quisimos hacerlo, ya habían agotado todas las existencias», añade en relación a la locura que rodea a la rosca de la confitería leonesa. Un secreto de 10.000 euros en su interior tiene la culpa de que la página web de pedidos de la pastelería colapsase con más de 700.000 visitas el pasado 3 de enero. «Llegamos a tener 100 visitas por segundo, y claro la web no lo pudo soportar», explica Sergio González, responsable de la pastelería, quien admite que las pasadas fiestas vendieron «miles y miles de roscones» a todos los puntos de la geografía española.
Uno de estos viajó a poco más de 100 kilómetros, hasta la casa de José Luis, Ana Belén y la pequeña Aroa. «Yo no quería comer, pero corté el primer trozo y toqué plástico... En un primer momento, todos los familiares se reían, porque encima de no gustarme pensaban que ya me había tocado la tradicional haba...».
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Sin embargo, y pese a que 'Gato' –como le conocen sus amigos– quiso alargar la broma sin descubrir el plástico oculto por la nata, finalmente accedió a limpiar la bolsita y sacar el 'haba'. «No se me olvidará la cara. Cuando la abrí y vimos que era el cheque... Mi mujer tiró el móvil de la ilusión. Todo eran gritos y casi se nos caían las lágrimas», señala.
Era un boleto de 10.000 euros que financiará aquella promesa a la pequeña Aroa «por la fuerza demostrada». La promesa de una familia volcada con una pequeña, que en los próximos meses conocerá Disneyland París gracias a «la justicia más dulce».
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