Darío Menor
Corresponsal en Roma (Italia)
Lunes, 6 de mayo 2019, 21:29
En el glosario del pontificado del Papa Francisco merece ocupar un lugar destacado el término 'periferias'. A ellas, a las físicas y a las existenciales, lleva dirigiendo buena parte de sus esfuerzos Jorge Mario Bergoglio desde que fue elegido obispo de Roma hace poco más ... de seis años. Lo está demostrando una vez más estos días de viaje a Bulgaria, el país más pobre de la Unión Europea y en el que los católicos son una minúscula minoría de 44.000 personas en una población total de siete millones de habitantes. En su segundo día en esta nación de mayoría ortodoxa, el Pontífice volvió a centrar su atención en los migrantes y refugiados que tratan de alcanzar el sueño europeo entrando en territorio búlgaro.
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Lo hizo al visitar el centro de acogida 'Vrazhdebna', situado en la periferia de la capital, Sofía, donde le esperaban los cincuenta iraquíes y sirios que allí viven. Los niños le dedicaron unos bailes y canciones de acogida, que Francisco respondió improvisando un discurso en el que agradeció a los pequeños por poner «alegría» en el camino del exilio de estas familias. «Hoy el mundo de los migrantes y refugiados es un poco una cruz, una cruz de la humanidad, es la cruz que tanta gente sufre», dijo el Papa, que el día anterior había pedido a las autoridades búlgaras que no cerraran «los ojos, ni el corazón, ni la mano a quien llama a vuestra puerta».
Antes de viajar este martes a Macedonia del Norte, el Pontífice completó su agenda en Bulgaria oficiando una misa en la ciudad de Rakovski, en el centro del país, en la que 245 niños recibieron la primera comunión. También mantuvo un encuentro con la comunidad católica para participar al final del día en una ceremonia por la paz con representantes de distintas religiones presentes en el país celebrada en la plaza Nezavisimost (Independencia) de Sofía. «Estamos llamados a ser constructores, artesanos de paz», dijo el Papa en este encuentro bajo la lluvia ante la llamativa ausencia en el palco de los prelados ortodoxos, que vivieron su visita como una injerencia.
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