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Íñigo Gurruchaga
Domingo, 4 de abril 2021, 00:22
Alas cinco de la madrugada del 18 de septiembre de 2014, Nicola Sturgeon subió en Glasgow a su coche oficial de viceministra principal de Escocia y partió hacia Edimburgo, donde la esperaba Alex Salmond. Su Gobierno había perdido el referéndum por la independencia. Cuando el líder le confirmó su intención de dimitir, Sturgeon intentó persuadirle entre lágrimas de que se diese unos días para pensarlo fríamente.
Podría ser una escena de su serie preferida, Borgen, un retrato de las vicisitudes de la política danesa, con la primera ministra, Brigitte Nyborg Christensen, como principal protagonista. Salmond ya le había adelantado en julio su intención de dimitir si la causa por la que habían trabajado juntos durante dos décadas era rechazada. Sturgeon lloró a pesar de que la decisión de su mentor la catapultaba al liderazgo.
Fue elegida sin rivales en noviembre de ese año para encabezar el Partido Nacional Escocés (SNP) y confirmada como ministra principal en un Parlamento en el que tenía mayoría absoluta. El relevo se consagró en una conferencia del partido de grandes emociones. Había recibido un aluvión de nuevas afiliaciones en los días posteriores a la derrota del 'sí' y despedía a un Salmond que la llevó desde la oscuridad electoral a la antesala de su objetivo.
Las semanas que siguieron fueron de 'Nicolamanía', en la descripción de la prensa. Cinco meses después de tomar el relevo, el SNP pasó de tener 6 diputados en Londres a contar con 56 de los 59 escaños escoceses. Habían pulverizado al Partido Laborista. Pero, un año después, los votantes de Reino Unido decidieron marcharse de la Unión Europea y el SNP perdió su mayoría absoluta en Edimburgo.
Nicola Sturgeon nació y creció en la comarca de Ayrshire, en la costa sudeste de Escocia. Su padre era jardinero, su madre enfermera. Votaban al SNP pero no charlaban en casa sobre política. La mayor de sus dos hijas era una buena estudiante y lectora voraz de novelas históricas. Su impulso era la justicia social, pero veía al laborismo como un partido anquilosado por el ejercicio del poder.
Acudía cada fin de semana a una discoteca de patinaje sobre hielo y le gustaba la música de Duran Duran, un grupo bautizado como los «nuevos románticos». Pero sus padres se hartaron de oír en su casa 'Carta desde América', cantada por un dúo de gemelos con guitarras acústicas, 'The Proclaimers', que se convirtieron en baladistas del movimiento por la independencia.
Había nacido en 1970 y el telón de fondo de su despertar político fue la era de Margaret Thatcher. «Odio todo lo que representa», dijo de ella. Estaba ya comprometida con el SNP cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Glasgow. La canción de 'The Proclaimers' era un himno melancólico a la emigración causada por la destrucción de la industria en la era 'thatcherista', que afectó particularmente a Escocia.
En la universidad compaginó los estudios con la política gracias a dos virtudes que señalan sus amigas de entonces. Nicola es una trabajadora incesante y organizaba muy bien su vida. Su disposición para las tareas latosas de las campañas políticas le llevó a la cúpula de la organización juvenil del SNP. Tuvo su primer novio. Sus parejas, también su marido, han sido miembros del partido. En su despacho, tiene fotos de sus sobrinos.
Fue pasante en un despacho de Glasgow y luego trabajó en otro de Stirling, pero no le interesaba la práctica privada. Se enroló, de nuevo en Glasgow, en un despacho dedicado a la asistencia legal de personas sin medios. Se especializó en la defensa de amenazados por desahucio. Progresaba en el partido pero perdía todas las elecciones a las que se presentaba, para concejalías o escaños en Westminster.
La larga lista de adjetivos aplicados por periodistas, colegas o adversarios a la joven política en sus primeros años de notoriedad -siguiendo la biografía de David Torrance- incluyen estos: muy seria, determinada pero tímida, feroz pero elocuente, levemente hombruna, amargada, negativa, sin gracia, nunca sonríe, siempre indignada,... Confesó a la prensa que no le gustaba ir de compras o la peluquería.
Si Thatcher explicaba a otras mujeres que tendrían que trabajar el doble que los hombres para ser tomadas en serio, Sturgeon ha explicado que aquella imagen era, además de prejuicios masculinos, el resultado de acentuar su seriedad para que no fuese descalificada a priori. Desde que Salmond la elevó a vicelíder, cultivó un gusto por los tacones altos, las planchas para alisar su pelo, los trajes de chaqueta y falda, preferentemente de color rojo.
En sus primeros años de afiliación, Sturgeon se identificaba con la facción fundamentalista frente a los moderados. Pero, igual que aceptó las servidumbres estilísticas de la vida pública, se le cuenta ahora, ante los dilemas del Brexit y de un segundo referéndum, entre los cautos. Su izquierdismo ha dado paso a una actitud más ecléctica. Ya no manifiesta su republicanismo pero mantiene su rechazo a las armas nucleares.
El balance de su gestión es un inevitable híbrido de aciertos y errores. Su enfrentamiento con Salmond tras las denuncias al exlíder por supuestos delitos sexuales ha añadido tormento privado y agotamiento físico a una política ya en su cincuentena. Ha ganado popularidad por su dedicación y toque humano durante la pandemia. No puede asegurarse que crea realmente que la independencia sea posible en este momento. Ahora inicia la campaña para las elecciones de mayo, que pueden sellar el fin de su carrera y de su ideal.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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