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El neerlandés, visto desde la óptica de una región hermana como Flandes, aquí en Bélgica, es un tipo eficiente, directo y práctico, de mentalidad progresista y ruidoso festero. Pero además, se percibe como excesivamente directo (incómodo), sin mucha autocrítica, con fijación por las reglas, propenso ... a dar lecciones de moralidad. Y como colofón, un poco tacaño. Son simples tópicos. Pero ya se sabe… La cuestión es que algo de ello destila la conducta del primer ministro de Países Bajos, Mark Rutte (La Haya, 1967), uno de los líderes más veteranos de la UE.
El coronavirus ha convertido a este hombre tranquilo en una especie de 'bestia negra' para los países del sur de Europa. Ya lo fue durante la crisis financiera de 2008 y desde entonces ha continuado como un molesto grano ante cualquier intento de avance integrador (léase unión bancaria, impuesto a las grandes tecnológicas, ejército europeo, etcétera, etcétera). 'Mr. Nee' ha dicho no sistemáticamente sin despeinarse. En nombre de esa Nueva Liga Hanseática que agrupa a los abanderados de la austeridad (Finlandia, Suecia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, República Checa y Eslovaquia). O haciendo el trabajo sucio a la todopoderosa Alemania.
Y eso, curiosamente, cuando toda Europa respiró con alivio en 2017 después de que Rutte frenara a la ultraderecha en su país, al islamófobo Geert Wilders. Porque sí, el político liberal siempre se ha considerado europeísta. Y lo es. A su manera. Y su manera la guía un criterio fundamental: le basta con que la UE sea una unión comercial fluida. Es lo que le va bien a Países Bajos. Eso y actuar como pseudoparaíso, con ventajas fiscales a multinacionales (Sturbucks, por ejemplo) por las que ha sido condenado.
Lo demás, crisis incluidas, son de otros. En la de hace una década, La Haya tiró de la fábula de la hormiga y la cigarra para reprochar a Grecia, España, Portugal o Italia haberse gastado el dinero «en licor y mujeres» para luego pedir ayuda. Y en la del coronavirus ha vuelto a aflorar en el discurso oficial neerlandés ese «riesgo moral» con la demanda de los coronabonos, una emisión de deuda pública paneuropea.
Su actual ministro, Wopke Hoekstra acusó a Italia y España de malgastar el dinero y quedarse sin recursos para enfrentarse a la pandemia. «Repugnante», fue la respuesta que recibió del portugués Antonio Costa. «La fijación neerlandesa por historias morales durante una crisis de salud mortífera e indiscriminada no le ha hecho ningún favor a La Haya», le reprochaba el Financial Times hace unos días.
Rutte está ahí. Y no de tapado. Comparte y encarna ese rasgo de la tradición calvinista, aquello de no ostentar o derrochar dinero. Pero exhibirlo entre cifras insoportables de muertos es eso, «re-pug-nan-te». Miembro de la iglesia protestante, licenciado en Historia, y antiguo responsable de Recursos Humanos en el sector privado, disfruta pese a todo de popularidad en su país. Ya lleva nueve años en el poder. Y hace escasas semanas, en plena crisis del coronavirus compareció en un discurso televisado (inédito desde la década de los 70 con un ministro-presidente) de 10 minutos y 20 segundos que medios como Volkskrant consideraron «suficiente para unir a todo el país».
El tipo es afable, innegable. Tiene una sonrisa ruidosa que contagia y exhibe cercanía. Toca el piano (iba para concertista), adora la música clásica pero también es fan de U2 y recientemente incluía a Bruno Mars entre sus otros artistas favoritos. Acude con regularidad al gimnasio, y la bicicleta es su medio de transporte (hasta hace tres años alardeaba de tener un viejo Saab al que apenas daba uso).
Lo mismo se monta en velocípedo para ejercer de profesor de historia (dos horas semanales), que para desplazarse a las instituciones o a audiencias con el rey Guillermo y antes con su madre, Beatriz. De su vida privada pocos detalles reseñables. Hijo de familia numerosa y soltero, aunque no ha dudado en exhibir su 'affair' con una presentadora de televisión (con coqueteos en sesión fotográfica conjunta) para un medio neerlandés.
Con su imagen pública ya es suficiente. Y en ella hay de todo, lo ya dicho. Y, por ejemplo, un 'no' a Donald Trump ante los periodistas cuando éste le deslizó que las disputas comerciales EE UU-UE podrían beneficiar a ambos países. «No, eso hay que solucionarlo», le cortó. También imágenes 'trending topic' como un fregado (literal) ante las limpiadoras del parlamento después de habérsele caído el café; un «tenemos papel para estar cagando durante diez años», en su visita a uno de los centros de una cadena de supermercados. Y también, en pleno Covid-19, el apretón de manos descuidado a su acompañante en una comparecencia en la que, segundos antes, había pedido a los neerlandeses chocar los pies o los codos para evitar la propagación de la pandemia.
Él es así. Aparentemente ingenuo, sorteando sin excesivos problemas las crisis (internas y externas). Hasta ahora. Porque la postura egoísta de su gobierno podría pasarle factura. Su ministro de Finanzas ha admitido que no fue «lo suficientemente empático» con sus socios del sur. Toda la oposición se ha echado encima de Rutte, incluso se ha abierto una fisura con dos de los socios de su gobierno de coalición. Hasta su Banco Central le exige solidaridad. Ha respondido con una donación, como si no fueran socios. La moralina persiste.
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