Edith Bruck muestra la Gran Cruz 'Cavaliere', el mayor reconocimiento de la República italiana.s. Efe

Edith Bruck, memoria viva del Holocausto

Sensación literaria. La última novela de esta escritora nonagenaria que sobrevivió a los campos de exterminio nazis se coloca entre las finalistas del premio más importante de Italia

darío menor

Domingo, 27 de junio 2021, 00:32

Nacer por casualidad / nacer mujer / nacer pobre / nacer judía / es demasiado / en una sola vida» . Con estos versos Edith Bruck trataba de resumir hace décadas su admirable y conmovedora historia vital, aunque es probable que en breve se le hayan quedado cortos. A sus 90 ... años recién cumplidos, esta encantadora y sonriente señora que fuma sin parar elegantes cigarrillos largos y finos es una de las sensaciones literarias de Italia on su última novela, 'Il pane perduto' (El pan perdido), que está entre las finalistas del premio Strega, el galardón más importante de la narrativa contemporánea en la lengua italiana y cuyo ganador anual se hace público en julio. El libro, que todavía no ha sido publicado en español, va ya por la décima edición y le ha dado una enorme visibilidad a su autora.

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«Mucha gente me ha descubierto ahora, pero yo llevo escribiendo desde poco después de que nos liberaran del campo de exterminio nazi. Necesitaba contar lo que habíamos sufrido, pero a nadie le interesaban entonces demasiado mis historias y las parangonaban con su sufrimiento. Todos decían que habían pasado miedo, hambre y frío, pero nada se puede comparar con Auschwitz. Las palabras me estaban ahogando por dentro, así que cogí un cuaderno y un lápiz y comencé a escribir».

Nacida en 1931 en una familia de humildes campesinos judíos húngaros, en 1944 Bruck fue deportada por los nazis junto a sus padres, una hermana y un hermano a un campo de concentración local y de ahí pasó luego al infierno de Auschwitz, Dachau y Bergen-Belsen. Solo salieron con vida su hermana Judith y ella. Aquel horror lo narra en 'Il pane perduto', en el que también describe los «momentos de luz», las casualidades y golpes de fortuna que le permitieron sobrevivir y no perder la esperanza. Una de esas situaciones fue cuando un guardia le preguntó su nombre, devolviéndole así de golpe la conciencia de su identidad; otra, cuando un soldado le pidió que le limpiara una taza del desayuno, en cuyo fondo le había dejado un poco de mermelada.

Su capacidad por enseñar a las nuevas generaciones cómo mantener la humanidad en medio de la barbarie ha sido aplaudida tanto por el Papa Francisco como por el presidente de la República italiana, Sergio Mattarella. El primero la visitó en su casa el pasado febrero tras quedar maravillado por su historia personal al leerla en un artículo en 'L'Osservatore Romano', el diario de la Santa Sede; mientras que el jefe de Estado la recibió a finales de abril para entregarle la honorificencia de 'Cavaliere', el mayor reconocimiento de la República italiana.

Bruck tiene en el salón de su casa, apoyado sobre un mueble, el estuche abierto donde se ve la Gran Cruz que le entregó Mattarella y al lado conserva el elegante pergamino del nombramiento. El jefe del Estado alabó la labor social que hace la escritora no solo con sus libros, sino también visitando cientos de escuelas para abrirles los ojos a los estudiantes ante la barbarie que supuso el totalitarismo.

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«Los jóvenes necesitan saber y escuchar lo que pasó. Aunque obviamente la situación no es hoy la que le tocó vivir a mi generación cuando éramos niños, el peligro sigue ahí. Vuelven el fascismo, el antisemitismo, el racismo y las injusticias hacia los demás. Debemos identificarnos con los que sufren y tienen hambre, con quienes quedan en los márgenes de la sociedad, sea cual sea su categoría, raza, religión o nacionalidad. A mí me preocupa la humanidad», cuenta. Bruck habla emocionada de sus encuentros con los escolares, que en muchas ocasiones se prolongan con las cartas que le escriben los chicos, en las que le prometen que nunca permitirán que el fascismo vuelva a imperar en su tierra. Estas charlas, no obstante, no son siempre fáciles.

Cosas que no se cuentan

«Hay cosas que no se pueden contar o que precisarían de una lengua nueva para describirlas, porque la nuestra ya ha sido exprimida al máximo y no es capaz de reflejar ese horror. Y luego tienes esos rostros limpios de chavales de 13 o 14 años que me llevo encontrando desde hace décadas en las escuelas. ¿Cómo les dices que has visto jugar al fútbol con la cabeza de un niño? No osas hacerlo. A veces me siento muy incómoda por contar lo que he vivido, es como si les escupiera a la cara toda la monstruosidad humana. Al final no les digo las cosas peores porque no les quiero quitar la esperanza en la humanidad».

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A Bruck, que tuerce el gesto mientras rememora aquellos recuerdos, le pesa la etiqueta de superviviente del Holocausto. Es una parte de su identidad que, en ocasiones, asfixia a las demás. «Es algo que no se borra nunca. Yo primero soy superviviente, luego testigo de la barbarie nazi y, finalmente, escritora. En una escuela hubo una chica que incluso me llamó 'Señora Auschwitz'. Fue terrible, aunque lo más grave de todo es que me volví cuando me lo dijo». Tras 60 años de carrera literaria y haber cumplido ya los 90, Bruck probablemente haya conseguido por fin darle la vuelta a su lista de identidades y es considerada hoy en Italia una escritora por encima de cualquier otra etiqueta.

La autora de 'Il pane perduto' tiene todavía un ligerísimo acento extranjero en su italiano y se ríe a carcajadas con la pronunciación española de su interlocutor. «Yo estoy enamorada de las lenguas latinas. A mí el italiano me ha dado mucho, ha sido el idioma de mi salvación. Me ha permitido expresarme con gran libertad y con una cierta distancia, pues no es mi lengua materna. No me han insultado y ofendido con ella, como ocurre con el húngaro. Es mi barrera de defensa. Yo puedo escribir 'pan' en italiano y mantengo una cierta distancia, pero si lo hago en húngaro, me brotan todos los recuerdos de aquellos panes que tuvo que abandonar mi madre cuando nos echaron de casa».

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Bruck solo escribió en húngaro un borrador inicial de 'Quien así te ama', su primer libro y el único traducido al español, pero lo reescribió por completo en la lengua de Dante cuando se asentó en Italia tras varios años de continuos cambios de países después de salir del campo de exterminio.

Aunque resulte difícil de creer, la autora asegura que nunca odió a los alemanes. Así lo explica: «Me tocó desnudarme unas 100 veces delante de ellos, pero nunca sentí vergüenza. Y eso que tenía 13 años. Para mí es como si no fueran humanos. En cambio, cuando llegaron los soldados angloamericanos y nos pidieron que nos desnudáramos, por primera vez me avergoncé terriblemente».

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Cuenta que desde que la liberaron «tenía claro que la única salida era respetar a los demás y que no iba a arreglar nada con las ganas de venganza. Era la peor enfermedad que me podía haber llevado de allí».

Sin raíces en Israel

Esa profunda voluntad pacifista le impidió echar raíces en Israel, adonde llegó a finales de 1948, pocos meses después del nacimiento del nuevo Estado judío. «Para mí era un sueño, significaba pisar el paraíso terrestre del que me llevaban hablando desde que era niña. Muchas noches me dormí con el estómago vacío, pero tranquila, gracias a aquellas fábulas que me contaba mi madre acerca de que un día iríamos a un país para nosotros los judíos, en el que no habría persecución y alcanzaríamos la felicidad total».

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El choque con la realidad fue abrupto. Nada más desembarcar en el puerto de Haifa le preguntaron qué riquezas llevaba y, poco después, le dijeron que tenía que hacer el servicio militar. «Yo nunca había tenido dinero ni bienes, provenía de una familia pobre. Y sentía horror ante los uniformes y las armas. Así que me fui de Israel al poco tiempo». Tras pasar por varios países, acabó llegando con una compañía de bailarinas a Nápoles, donde a pesar de que no entendía ni una palabra de lo que decía la gente por fin sintió que había encontrado su lugar en el mundo: Italia.

Edith Bruck recibió en febrero en su casa al Papa, que le agradeció su labor pedagógica en los colegios. Efe

«Cuidar a mi marido con Alzheimer fue la experiencia más hermosa»

En el salón de la casa de Edith Bruck, ubicada en el centro de Roma, hay un sillón con dos peluches encima. Está situado junto al sofá donde la escritora pare sus novelas escribiéndolas a bolígrafo en un cuaderno de cuadritos que se coloca en el regazo, sobre un cojín. «Tengo una relación muy física con la página», cuenta. Los peluches eran de su marido, el también escritor y director de cine Nelo Risi, fallecido en 2015 tras pasarse los últimos diez años de vida enfermo de Alzheimer. «Paradójicamente fue el período más hermoso de mi vida por poder cuidarle y acompañarle. Los médicos me decían que se iba a morir al día siguiente, pero aguantó más de una década. Fue muy dulce, como un niño bueno, como el hijo que nunca tuve».

En aquella época de cuidados continuos a su marido, Bruck no abandonó sus cuadernos y escribió dos libros sobre aquella experiencia, el amor y su relación de pareja: 'Ti lascio dormire' (Te dejo dormir) y 'Le rondine sul termosifone' (Las golondrinas en el radiador). «Son probablemente los más bellos que he escrito», asegura.

Bruck y Risi mantuvieron durante años una estrecha amistad con otro superviviente de un campo de exterminio nazi que también describió con maestría aquel horror. Se trataba de Primo Levi, autor de 'Si esto es un hombre', 'La tregua', y 'La llave estrella', con la que ganó en 1979 el Premio Strega al que, 42 años después, aspira ahora Bruck. «Fuimos muy amigos de Primo hasta el final. Recuerdo que hablé con él por teléfono cuatro días antes de que se suicidara. Estaba entonces muy deprimido y decía que no había esperanza. A veces venía de Turín a Roma para verme y paseábamos por las calles, pero él era incapaz de disfrutar de las cosas hermosas. Caminaba como si fuera un clandestino».

Aunque afirma que nunca hablaron de cómo afrontaron su permanencia en el campo de exterminio, Bruck asegura que ambos «se entendían con una mirada» y recuerda cómo eran las comidas compartidas con Risi, Levi y su mujer, Lucia Morpurgo. «Habían pasado muchos años, pero bastaba vernos en una mesa a los cuatro para saber quién había estado en un campo de exterminio. Primo y yo rebañábamos el plato y no dejábamos ni las migas, mientras que mi marido y su mujer no tenían problema en dejarse algo de comida».

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