Como era de esperar, los resultados del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea han abierto la caja de los truenos. Las implicaciones políticas a corto plazo serán las esperadas: caída de las bolsas, dimisión de Cameron, el caos burocrático en ... Bruselas. De las consecuencias a medio plazo una de ellas será, sin duda, su impacto en las relaciones transatlánticas y la reconfiguración de la "relación especial" entre el Reino Unido y Estados Unidos.
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El problema de la forma en que se articularía la relación con Estados Unidos en el caso de una salida de la UE ha sobrevolado la campaña en los meses previos al referéndum, con ambos bandos queriendo erigirse como la opción que aseguraría el vínculo con la otrora colonia británica.
El impacto del Brexit supondrá un reto importante en diversos frentes. Desde el punto de vista económico y comercial, el aislamiento británico complicará la firma del ya tambaleante tratado de comercio entre EEUU y Europa (TTIP). El Brexit obligará además a replantear su estrategia a muchas de las corporaciones norteamericanas que eligieron Londres como base para sus operaciones en Europa. A pesar de las promesas de una vida feliz exenta de las regulaciones de la UE, es de esperar el éxodo de muchas compañías de servicios financieros norteamericanas a centros alternativos como Frankfurt o Dublín.
En materia de seguridad, a pesar de que aunque la estructura de la OTAN no se vea alterada, es un hecho que el aliado más fiel de Estados Unidos perderá capacidad de influencia en discusión sobre seguridad Europea.
Como buen pescador de aguas revueltas y pésimo estadista, Trump declaraba a la prensa tras aterrizar en un campo de golf en Escocia, que "el Reino Unido ha recuperado el control, y eso es algo grande". Obama, por su parte, al conocer los resultados ha reiterado el respeto al resultado y la "relación especial" que une a ambos países. No podía ser de otra forma. Los partidarios del Brexit, sin embargo, parecen no haber entendido todavía que la "relación especial" con el Reino Unido es, para Estados Unidos, todo menos un romance entre dos. Su importancia ha consistido siempre en servir de gozne entre la superpotencia anglosajona y los asuntos de la Europa continental. En la Segunda Guerra Mundial sirvió para derrotar a Hitler y en la Guerra Fría para contener el avance comunista. Está por ver si, después del Brexit, esa relación sirve para algo más que conseguir que, ya sin motivos de envidia por parte de los miembros que se quedan, el inglés sea finalmente la única lengua oficial de la Unión Europea.
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(David Blázquez es director de Programas de Aspen Institute España)
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