La Policía francesa toma posiciones en la Plaza de la República.

Estampida humana en la plaza de La República

Cientos de personas reunidas en este céntrico lugar salen corriendo tras el estallido de una bombilla de un restaurante y se refugian en cafés y calles

Francisco Apaolaza

Domingo, 15 de noviembre 2015, 10:37

Cientos de personas, reunidas espontáneamente en la plaza de la République de París en señal de duelo por los atentados del viernes en la capital, han salido hoy corriendo en una estampida colectiva. La gente, aterrorizada tras el estallido de una bombilla en un restaurante, ... buscó refugio en cafés y calles colindantes, mientras la Policía despejaba la plaza y sus alrededores, según relataron testigos. Minutos después, la plaza comenzó a recuperar la normalidad, sin que aún se haya establecido el origen del episodio de pánico.

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París es una ciudad amordazada. La capital del silencio. Alguien en la plaza de La République ha conectado los altavoces de su teléfono y ha pinchado 'Imagine' de John Lennon, que se está convirtiendo en el himno de la desolación en la capital francesa desde que un tipo con un piano móvil la tocara el sábado frente a la sala de fiestas Bataclan. Todo son susurros salvo algún sollozo. Estos que se oyen a la puerta de Le Carrillon son de Julie, una de las clientas habituales que el viernes cambió la cita por la suerte. "Tenía pensado venir y al final me quedé en casa. Es horrible. Estamos bloqueados, no sé qué decir". El suelo está tapizado de casi todo: de velitas apagadas por el viento, de flores, papeles, dibujos, un crucifijo, un pitillo, una pulsera, un peluche, un sobre, inscripciones en árabe y hasta una botella de medio litro de cerveza. Audrey se agarra el pelo que le nace junto a las sienes y propone en alto frases inconexas: "Liberté, egalité, fraternité. ¿Qué es la barbarie? No nos cogeréis vivos". Seis cámaras de todo el mundo la alumbran con sus focos en una suerte de 'varietés' del desgarro.

En la pared del restaurante que todavía salpica la sangre, alguien ha colado un ramo por el agujero de un balazo del tamaño de un puño como si quisiera llenar el vacío. En la puerta de la pizzería La Cosa Nostra todavía no se ha limpiado la arena y el serrín que empaparon los charcos rojos. Da la sensación de que todo en París es sangre, flores y agujeros de bala. Son pequeños, redondos, blancos como copos de nieve y cada uno está acompañado de una pegatina de balística. Tienen nombre y apellidos y abren agujeros de diverso calado en los cafés donde las mesas quedan aún intactas, con sus sillas de mimbre, sus cubiertos, sus velas nuevas y esas servilletas de papel enrolladas dentro de los vasos que ahora parecen flores en honor de los comensales muertos. La escena está dotada de una niebla macabra que lo llena todo. "Mira, alguien se dejó el paraguas", comenta un paseante. En la acera todavía se arrastra un floulard de mujer pisoteado que nadie se atreve a tocar.

Por las ventanas se dibujan siluetas de vecinos que asisten en silencio al desfile de la indignación. El viernes por la noche escucharon el motor de un coche, disparos y muchos gritos. Cerca de allí, frente a una lavandería ametrallada, alguien ha colocado un círculo de cinta con un altarcillo de flores y velas y unas letras indignadas escritas con prisa: "Aquí ha muerto una persona. Por favor, respeten el espacio". Pasar página no va a resultar un juego de niños.

El viernes noche El Elíseo prohibió las manifestaciones. "Gritar es lo único que nos quedaba, pero entiendo que seríamos un blanco demasiado fácil", dice Patrick, un cartero jubilado. La rebeldía toma poco a poco el espacio de la tristeza, pero de momento, La République y su monumento tapizado de pintadas es el único espacio de protesta informal. "No tenemos ni siquiera miedo", reza uno de los carteles.

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