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Mercedes gallego
Corresponsal. Nueva York
Domingo, 24 de abril 2022, 00:32
No es un virus silencioso, suena de repente con un estruendo que daña los tímpanos y puede causar la muerte súbita. No hay vacuna que aleje su amenaza, nadie está inmune. Es más peligroso en el exterior. Aumenta en verano, cuando se calienta la sangre. Y resulta hasta más divisivo que el covid.
La epidemia de armas se ha solapado a la pandemia e incluso alimentado de ella. El miedo, ya se ha demostrado, nutre el negocio de los fabricantes de armas. La semana de marzo de 2020 en la que Estados Unidos se enfrentó a la pandemia se batió el récord de venta de armas de fuego, a pesar de que todo estaba cerrado en la mayoría de los estados. Ese año se vendieron 22,8 millones de armas en el país, muy por encima del récord de 16,7 millones establecido en 2016, según las cuentas de la consultoría independiente Small Arms Analitycs and Forecasting, que utiliza los datos del FBI sobre solicitudes de historial criminal (background check) necesario para obtener una licencia al efectuar la compra. Sin embargo, una laguna legal permite adquirirlas de forma privada sin pregunta alguna en 29 estados de la Unión.
Por eso la cifra real es mucho mayor. El Giffords Law Center para la Prevención de la Violencia de Armas estima que un 22% de los propietarios de armas que hay en EE UU adquirieron su último juguete sin que se les comprobase ningún dato. Al cerrar esa laguna en el estado de Connecticut, los homicidios con arma de fuego bajaron un 40% y los suicidios un 15%. Estos últimos representan el 54% de las 45.000 muertes anuales por armas de fuego que se producen cada año en en el país, lo que convierte a los propietarios de armas en sus primeras víctimas.
22% de los norteamericanos que adquieren un arma lo hacen sin tener que presentar un 'background check' o historial delictivo.
Siniestra estadística | Los suicidios marchan a la cabeza El 54% de las 45.000 muertes que se registran al año en EE UU convierten a los suicidas en la principal víctima de esta industria.
144 tiroteos masivos se han producido en lo que va de año. Están al alza, pese a que la venta de armas cayó el 20%. Sin embargo, el 99% de las muertes no tuvo que ver con ellos, sino con rencillas personales y ajustes de cuentas.
Salud mental | Armas en manos inadecuadas Un estudio de la Universidad de Stanford sobre 35 personas muertas al perpetrar una masacre reveló que 28 de ellas sufrían enfermedades psiquiátricas.
Durante la semana negra de marzo de 2020 en la que el mundo se detuvo, los que se aferraban a sus pistolas, dispuestos a defender la casa familiar del apocalipsis, buscaban por internet los teléfonos privados de las armerías más remotas de todo el país para hacerse con las que quedasen. La pandemia no era para siempre. Este mes de marzo se han vendido un 20% menos que el año pasado. Aún así, los tiroteos masivos están al alza (144 en lo que va de año), porque a diferencia del miedo, las armas no se desvanecen. Siguen en manos de justos y criminales, a veces en el cinto, listas para ser disparadas, otras en la vitrina del salón, con llave o sin llave.
La primavera del coronavirus trajo tres millones más de armas. A las revueltas que se desataron en junio tras la muerte de George Floyd le siguió un verano caliente al grito de Black Lives Matter, luego las elecciones, la toma del Capitolio, la vuelta de un presidente demócrata y el habitual miedo a que prohíba la venta de armas… Suma y sigue. Se calcula que hay en circulación 15 millones más que antes de la pandemia. «No tenemos más remedio que vivir con las consecuencias», ha sentenciado el doctor Garen Wintemute, un médico de la Universidad de California especializado en la epidemia de violencia por armas de fuego que ha dedicado su vida -y su fortuna- a prevenirla.
Sólo el fin de semana pasado en Nueva York resultaron heridas con armas de fuego 29 personas. Eso no incluye a las diez que el martes santo viajaban en metro cuando Frank James la emprendió a tiros contra sus compañeros de vagón, después de lanzar una bomba de humo. Pero sí a Stephen Stuart, un joven de 24 años que discutió con una mujer en la cola de un Dunkin Donuts donde se compraba un café, porque a ella le incomodó que no guardase la distancia de seguridad. Su novio sacó la pistola y lo dejó en el sitio. O el de 28 años que el domingo pasado recibió tres disparos en la cabeza de un encapuchado sin mediar palabra cuando esperaba para pagar en una tienda de Brooklyn, de la que era cliente habitual. O el de 27 años que recibió un disparo en el torso mientras esperaba el metro. Los tres en menos de una hora y en la misma ciudad.
Los tiroteos masivos que acaparan titulares y dan la vuelta al mundo estremecen a propios y extraños, porque cualquiera podía haber sido víctima de esas caprichosas masacres que atrapan a víctimas inocentes en los sitios más insospechados, pero verdaderamente encubren una realidad mucho más siniestra. La mayor parte de las muertes se deben a disputas personales o ajustes de cuentas entre bandas. «Hemos bajado el listón del nivel de afrenta o de insulto necesario para que la violencia parezca legítima», opina Wintemute.
Los 144 tiroteos masivos que se contabilizan en lo que va de año son solo la punta del iceberg, porque el 99% de las muertes por armas de fuego que ocurren en EE UU no forman parte de tiroteos masivos, definidos como aquellos en los que resultan heridas de bala al menos cinco personas, sin incluir a la que aprieta el gatillo. El que ocurrió en la madrugada del domingo pasado en una fiesta organizada en una casa alquilada en Airb&B a la que acudieron 200 chavales, según la policía, se postula para la lista negra del año: dos adolescentes muertos y cinco heridos. A pesar de que no faltaban testigos, nadie vio nada. La policía peina las redes sociales en busca de los vídeos del tiroteo que dejó 90 casquillos de bala en la escena, tras lo que pudo haber sido solo una discusión entre chiquillos. Las dos víctimas mortales tenían 17 años.
La solución depende del cristal por el que se mire. Los votantes republicanos piden leyes más estrictas que castiguen implacablemente a los delincuentes, como la tolerancia cero de la era Clinton, que supuso un boom para la industria penitenciaria y agravó la marginación de las minorías raciales. Los demócratas también quieren leyes más estrictas, pero para controlar la venta de armas.
La amenaza de sentencias más duras tendría poco impacto en las masacres más llamativas, porque la mayor parte de quienes las perpetran están dispuestos a morir con las botas puestas. Anthony Cusimano, un expresidiario que dice no ser de ninguno de los dos partidos, apunta a la salud mental: «Las armas no matan a nadie. Las personas sí», afirma.
Detonante El miedo nutre el negocio de las armas que durante la pandemia aumentó su facturación hasta un 27%
Leyes más estrictas Los republicanos buscan penas más severas y los demócratas mayor control en la venta de armas
En su opinión, lo que falla en Estados Unidos es la salud mental, que deja sin atención a quienes sufren enfermedades mentales, saturados de fármacos sin el debido seguimiento. Un estudio de la Universidad de Standford sobre 35 personas que murieron al perpetrar una masacre reveló que 28 de ellos habían sido diagnosticados con enfermedades psiquiátricas.
Como las estadísticas demuestran que por llamativos que resulten son un porcentaje mínimo las muertes por armas de fuego, Wintemute apunta hacia el Congreso y su decisión de dejar escapar a los fabricantes de armas. Para ello se remonta a los años 60, cuando empezaron a dispararse las muertes por accidentes de coche. «Si el Congreso se hubiera centrado entonces en la conducta de la gente en lugar del producto, hoy tendríamos cientos de miles de muertos en las carreteras, en lugar de 40.000 al año. En su lugar creó legislación que regula desde el cinturón de seguridad hasta la construcción de las carreteras», explicó a PBS tras testificar en el Congreso.
La industria armamentística constituye el lobby más poderoso de EE UU, con la Asociación Nacional del Rifle (NRA) a la cabeza, que en la campaña electoral de 2020 invirtió 84 millones de dólares, según Open Secrets. Para las de noviembre próximo su director de comunicación, Andrew Arulanandan, está convencido de que la oleada de violencia que ha seguido a la pandemia, con un 35% de aumento en el número de homicidios con respecto al año anterior, facilitará al Partido Republicano la reconquista de las cámaras. «Vemos muchas oportunidades», concluyó satisfecho.
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