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salvador arroyo
Jueves, 10 de marzo 2022, 12:18
«Ucrania no puede detener la guerra si el país que la inició no quiere hacerlo». Dimitri Kuleva comprimía con esta frase la percepción generalizada sobre un conflicto, provocado por Moscú, que ha entrado ya en su tercera semana. El ministro de exteriores ucraniano lanzaba ... el mensaje este jueves, al término de la primera reunión de alto nivel entre las partes que, con la mediación de Turquía, se celebraba en la ciudad vacacional de Antalya. Y que fracasó. Estrepitosamente. Porque cuando uno de los interlocutores insiste en negar las evidencias, el diálogo se encona.
Y Rusia, con su canciller Serguéi Lavrov, se quedó clavado en el relato oficial. En esa suerte de realidad paralela que ha ideado el Kremlin, que no acepta hablar de 'guerra' o 'invasión'; que acusa al invadido de sabotear los corredores humanitarios -cuando los bombardeos llevan su firma-; y que frustró la posibilidad si quiera de conseguir un alto el fuego de 24 horas para garantizar la llegada de la ayuda humanitaria y la evacuación de civiles, aunque a última hora del día se descolgaría con un anuncio unilateral de «silencio» que habrá que verificar este viernes. Y todo apenas unas horas después del trágico ataque a un hospital materno-infantil de Maripol que causó indignación planetaria. Lavrov se defendió. A su manera. No dudó en calificar de 'fake' las imágenes pavorosas de ese bombardeo, con mujeres embarazadas rescatadas de entre los escombros. «No fue fácil (escucharle)», reconocía Kuleva sobre Lavrov.
Guerra en Ucrania:
Cinismo de manual que, en todo caso, el político ruso envolvería después con argumentario de guerra. «La maternidad estaba secuestrada por el batallón Azov y otros radicales que habían echado a todas las mujeres embarazadas y a los enfermeros. Era una base de los ultras de Azov», remarcaba en la rueda de prensa que ofrecía en Turquía y que 'pisaba' a la de su oponente ucraniano.
La coreografía de esta negociación ministerial hubiera sido muy básica en circunstancias normales. Pero la situación es la que es. El meollo: reuniones bilaterales del representante turco con cada una de las delegaciones. Y una tripartita que se prolongó alrededor de hora y media. Las expectativas eran medianamente altas por la entidad de los negociadores. Objetivo: parar la guerra. Al menos un día. Y ya hubiera sido un logro para la anfitriona Turquía, además, de evidentemente, un instante de alivio para todos.
Pero el turco Mevlüt Cavusoglu no pudo celebrar nada. Tuvo que asumir ante la opinión pública que en pleno conflicto en un primer cara a cara entre cargos gubernamentales de primera línea «no se pueden esperar milagros». Sólo se anotó una imagen con las dos delegaciones y un deseo como supuestos éxitos. El deseo (porque ni siquiera adquiría el rango de compromiso) es que los presidentes de ambos países compartan mesa en el futuro.
Ni Moscú ni Kiev cerraron la puerta a ese diálogo presencial entre Vladimir Putin y Volodímir Zelenski. Es más, si tiramos de hemeroteca, este último lo vienen reclamando desde hace días, semanas incluso. El matiz (si se le puede llamar así) es que el ministro de Exteriores ruso asumió la posibilidad de ese encuentro «si realmente aporta algún valor añadido» y en todo caso con un guión previo y sobre «temas específicos». Así que, hoy por hoy, ni siquiera esa cita tiene rango de previsión. Una patada hacia adelante.
La cuestión es que cuando hablamos de muertos, heridos y destrucción cada día, esa patada hacia adelante resta total empaque a la diplomacia. De hecho, es importante resaltar que la guerra no se detuvo ni antes de esta reunión ni después. Por contextualizar, en torno a las ocho de la mañana el Ayuntamiento de Mariupol ya denunciaba a través de las redes sociales que la ciudad estaba siendo golpeada con nuevos «ataques aéreos contra residentes». En Antalya ya estaban sentados en la mesa.
Cuando se levantaron distintos medios ucranianos se hacían eco de nuevos bombardeos no solo a Mariupol, también a otras ciudades como Zhitómir, Járkov o Jersón. La agencia de noticias local Unian hablaba de «incendios» y varias «viviendas» afectadas en distintas localizaciones.
Por sintetizar. Kuleva viajó a Turquía con «un alto el fuego de 24 horas» como primer objetivo. Y Rusia se sentó en la mesa recordando sus exigencias para hacerlo: el reconocimiento de la independencia de las repúblicas separatistas del Donbass (Donetsk y Lugansk), que Kiev digiera que Crimea, el territorio que gfagocitó en 2014, es legítimamente territorio ruso. Y que simultáneamente, garantice vía reforma constitucional su desmilitarización y su neutralidad. El blanco y en botella que desde el lunes ha remarcado el Kremlin: que Ucrania se comprometa a no formar parte de «ningún bloque internacional». Y eso incluye no solo la OTAN, también la Unión Europea. «Esas demandas suponen la rendición y eso no es aceptable», aseguraba el ministro de exteriores ucraniano.
Las partes aseguraron que van a dar continuidad a las rondas de negociación que se vienen celebrando en Bielorrusia. «Hay determinadas cuestiones que se tienen que tratar en esa mesa», planteaba Lavrov. Aunque, como es sabido, vienen arrojando resultados bastante pobres. Ahí están esos acuerdos sobre 'pasillos' para la evacuación de la población civil que vienen fracasando sistemáticamente.
«Todos los días intentamos abrir corredores humanitarios, pero no nos dejan evacuar a la gente», se defendía el ruso. Defensa y ataque. Porque Lavrov también lanzaba desde Turquía su advertencia de turno a occidente. «Aquellos que envían armas a Ucrania y a los emrcenarios deben entender el peligro de lo que están haciendo, incluyendo a la UE», apostilló.
La sorpresa llegaba por la noche. El Ministerio de Defensa ruso anunciaba que desde las diez de la mañana de este viernes (ocho en España) declaraba un «régimen de silencio» y estaba «dispuesta a proporcionar corredores humanitarios» este viernes. Sería para cinco ciudades son Kyiv, Sumy, Kharkiv, Chernihiv y la casi derruida Mariúpol. También hubo otros días atrás, pero no se respetaron. Eso sí, pedían a los ucranianos les dieran listas de personas y datos de sus vehículos.
Lo que se presumía como un ataque fugaz -esa suerte de 'guerra relámpago' que incluso el Kremlin tenía en mente- va tomando cuerpo cada día como una contienda de duración indeterminada y desenlace imprevisible. Pero que ya está teniendo un alto coste en vidas; que seguramente dejará una factura inasumible de víctimas. Y que ya está provocado una crisis humanitaria con más de dos millones de refugiados.
La resistencia del ejército ucraniano ha sorprendido a Moscú, como también la cohesión de occidente y la cascada de sanciones que están asfixiando su economía. La invasión que Vladimir Putin negó que fuera a llevar a cabo se le está atragantando, según coinciden muchos analistas. Pero la reacción del líder ruso es una incógnita. Su perfil, inquieta.
Indiscutible lo que está sucediendo sobre el terreno. Las tropas rusas se están enfangando ante una resistencia ucraniana que no esperaban. Además varios países occidentales, España entre ellos, están entregando material bélico para apoyar esa inercia, lo que complica aún más la situación del invasor y contribuye a la resistencia del invadido.
La OTAN, por su parte, no atiende a las peticiones Volodímir Zelensky de imponer una zona de exclusión aérea sobre el país. El objetivo: evitar que la guerra salga de las fronteras de Ucrania. Pero nadie sabe cómo puede evolucionar.
Jim Townsend, ex subsecretario adjunto de defensa para política europea y de la Alianza Atlántica aseguraba recientemente en 'The Washintong Post' que, teniendo en cuenta todos estos factores, «el final del juego será bastante complicado, y el final del juego tendrá que lidiar con Putin y también tendrá que lidiar con qué hacer para que Ucrania vuelva a ponerse de pie y también con las sanciones».
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