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mikel ayestaran, enviado especial
Kiev
Lunes, 21 de marzo 2022, 01:06
Volodímir Runets está en la 'lista negra' de periodistas ucranianos elaborada por el Kremlin. «Los servicios de inteligencia me han dicho que soy uno de sus objetivos y que si me capturan me ejecutarán», asegura este espigado reportero de guerra treintañero a quien le acaban de hackear las cuentas de Instagram, Facebook y Twitter. Desde el día 24 de febrero vive en la redacción de la cadena ICTV en Kiev, grupo que pertenece al oligarca Victor Pinchuk, y que cuenta con tres sedes en la capital. Su nueva casa es su oficina en la tercera planta. El lugar de trabajo en el que antes preparaba sus crónicas de largo recorrido para los informativos de los fines de semana se ha transformado en un refugio improvisado con un colchón en el suelo, comida y objetos de higiene personal.
Una planta más arriba, Julia Senyk, presentadora estrella de pelo amarillo sol, da las noticias del día con los avances rusos en Mariúpol y el último discurso del presidente Zelenski. Esta vez recogen sus palabras dirigidas al parlamento de Israel, en un discurso en el que dijo a los diputados del Estado judío que «tengo derecho a comparar nuestra historia y la de ustedes, nuestra guerra de supervivencia y la Segunda Guerra Mundial». El presidente también hizo alusión a Golda Meir, la que fuera primera ministra de Israel, nacida en Kiev en 1898. No hay gran referencia a la ilegalización temporal de los partidos opositores. Zelenski les acusa de ser próximos a Moscú y les obliga a suspender su actividad mientras dure la ley marcial.
Los padres de Julia soñaron con que siguiera con la tradición familiar y estudiara Medicina, pero acabó en la facultad de Ciencias de la Información y ahora es uno de los rostros más esperados en los hogares para conocer el avance de la guerra. El plató está en el extremo de una gran redacción semivacía de periodistas. Aquí trabajaban antes hasta 500 personas.
A los seis minutos de la emisión, llega una alerta. No cunde el pánico. Julia, el cámara y los cuatro periodistas que estaban allí se levantan y se van, pero el noticiero no se detiene. La señal pasa a manos de Orest Drymalovsky, compañero de Julia que está en el búnker del edificio. La televisión ucraniana emite en formato de 24 horas, sin interrupciones ni publicidad, y los siete grandes canales se han unido en lo que han bautizado como «maratón». Cada seis horas se dan el relevo y esta es la franja de ICTV.
Lo último de la guerra en Ucrania
La guerra estalló el 24, pero «llevábamos tiempo preparándonos porque después de lo de 2014 en Crimea y la situación en Donbás, sabíamos que podía pasar algo así», confiesa Runets. Esa preparación ha incluido, entre otras cosas, la construcción de un estudio subterráneo, donde el plató está en medio del pasillo del búnker y el control central en una habitación próxima. Esto les ha permitido no detener la emisión desde el comienzo de las hostilidades, ni siquiera cuando Rusia atacó la torre de televisión y comunicaciones de Kiev. Tenían preparada una conexión alternativa al satélite y, además, el respaldo del canal de YouTube. Tres semanas después del ataque, la antena ha sido reparada y vuelve a funcionar.
El plató de Orets no tiene nada que ver con el de Julia, que pese a la gravedad de la situación cuenta incluso con peluquería y maquillaje antes de cada telediario. El joven presentador, de traje y corbata y barba cuidada, se sienta en una silla baja de colegio con un pupitre delante donde tiene el ordenador. «Trabajamos desde un refugio, no creo que otros presentadores del mundo vivan una situación igual, ni que otras televisiones tengan estudios bajo tierra. Es una situación a la que nos obliga este horrible ataque de Vladímir Putin», asegura con tono relajado.
Su trabajo depende de la actividad rusa ya que cada vez que suena una sirena, le toca retomar el informativo. «Hace un poco de frío, a veces tenemos problemas técnicos, pero hay que hacer el esfuerzo porque la gente necesita estar informada. Nos debemos a nuestros telespectadores las 24 horas de los siete días de la semana y eso estamos haciendo», opina Orets, que como el resto de compañeros también se ha mudado a vivir a la televisión.
Cuando llega su turno, cierran la enorme puerta metálica de color azul y se hace el silencio. Hay un cámara está sentado frente a él. Detrás se abre un largo pasillo, poco iluminado, con una bandera nacional y hay decenas de colchones para el personal de la cadena que intenta descansar entre turno y turno. Imposible desconectar
«Somos objetivos de Rusia, pero vamos a estar aquí hasta el final. Si toman Kiev no tendremos más remedio que marcharnos, pero hasta ese último momento vamos a informar», apunta Runets, que también ha bajado al sótano como el resto de colegas. Comenzó su trabajo de reportero durante el ataque de Rusia a Georgia en 2008 y desde entonces la sombra de Moscú le ha perseguido hasta situarse ahora a las puertas de la redacción. De vez en cuando consulta su teléfono con la esperanza de una resurrección en redes sociales, pero quien ha borrado sus cuentas ha hecho un buen trabajo y siguen desaparecidas. Desde el inicio de la guerra el 'hackeo' de cuentas de periodistas son una constante entre la prensa local, sobre todo, e internacional.
Se silencian las sirenas y la señal vuelve al plató principal. En uno u en otro, lo importante es que la señal informativa se mantiene encendida las 24 horas y así piensan seguir hasta que la guerra se lo permita.
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