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JOAQUÍN ALDEGUER
Pedro Castillo y su sombrero pierden crédito en Perú
Perfil

Pedro Castillo y su sombrero pierden crédito en Perú

A este maestro rural, que hacía campaña con un lápiz, le han sobrepasado sus primeros seis meses en la presidencia de Perú. Su Ejecutivo encadena cuatro remodelaciones, la última por culpa de un primer ministro maltratador

Domingo, 20 de febrero 2022, 00:09

Uno no puede evitar la tentación al verle 'coronado' con ese sombrero grande, de paja de palma, de imaginar al niño que jugaba a los vaqueros, sólo ante el peligro. Tampoco la sensación de que ahora, lloviendo piedras, lo necesite más que nunca. Pedro Castillo, ... presidente de Perú desde el 6 de junio, parece a merced de los elementos. El hombre que prometió a sus conciudadanos «no defraudarlos» con su «gobierno del pueblo» lleva encadenadas cuatro remodelaciones del Ejecutivo en apenas seis meses. Lastrado por la exigua victoria que cosechó ante Keiko Fujimori, no ha conocido un momento de reposo. Es algo más que la piñata contra la que se estrellan los furibundos ataques de la derecha. A finales de julio un terremoto de magnitud 6,1 en la escala Richter le obligó a abandonar el desfile de las fuerzas armadas el día de la independencia y sumergirse en los escombros. Desde entonces, esa ha sido la metáfora de su mandato.

Los titulares aparecidos desde su elección evocan un auténtico descenso a los infiernos. «La elección del primer ministro del ala más dura de Perú Libre desata tensiones (Guido Bellido acabaría siendo relevado)». «Crisis en el gobierno de Perú por la dimisión del ministro de Exteriores». «Allanan oficinas del partido del presidente en el marco de una investigación sobre lavado de dinero». «La Fiscalía investiga al ministro de Defensa por supuestas presiones para ascender a oficiales afines al gobierno». «El partido Perú Libre rompe con Castillo». «Castillo destituye a su primera ministra Mirtha Vázquez». Y una semana más tarde, «Renuncia Héctor Valdez (su sustituto) debido a la acumulación de denuncias por violencia familiar». Una fiesta, vamos.

Recapitulemos. Pedro Castillo, 52 años, era maestro rural y líder sindical antes de que se dejara arrastrar por los cantos de sirena de la política. De padres analfabetos y tercero de nueve hermanos, viajaba con su padre por todo Perú para desempeñar trabajos estacionales, sin renunciar a vender periódicos o helados con lo que pagarse los estudios. Ha sido docente de primaria, la misma ocupación que su mujer Lili, a la que conoce desde la adolescencia y con quien tiene dos hijos. Bueno, tres, porque adoptó a la hermana pequeña de su esposa que ha formado siempre parte de la familia.

Con su 'chotano', el emblemático sombrero de Cajamarca, su poncho y las sandalias hechas con neumáticos viejos no es de extrañar que Pedro guste de referirse a sí mismo como «el primer presidente pobre de Perú», quién sabe si influenciado además por su admirado Múgica. Pero no se imaginen un progresista al uso. El hombre que cita a Lenin y Castro en su programa de gobierno cuando se refiere a la necesidad de que el Estado regule a los medios de comunicación y hasta los contenidos que emiten, es católico convencido y devoto de la Virgen de los Dolores, y por ende contrario a la legalización del aborto, la eutanasia y el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Castillo se dio a conocer allá por 2002, cuando se postuló sin éxito como candidato a la alcaldía de Anguía por las filas de Perú Posible. También había sido 'rondero', como se conoce a los campesinos inscritos en organizaciones comunales para combatir la delincuencia. Pero no fue hasta 2017 cuando su popularidad se disparó, al ponerse a la cabeza de la huelga que reclamaba mayor remuneración para los docentes y un incremento de los presupuestos para educación.

«Pobres en un país rico»

Cuando se presentó a las elecciones de 2021, Castillo lo hizo al grito de «No más pobres en un país rico», armado con un lápiz enorme y su emblemático sombrero. Muchos creían ver en él una suerte de 'Lula del campo'. No tenía una misión fácil por delante. Excepción hecha de Francisco Sagasti, el presidente interino que con 76 años se había prestado a servir de vehículo para una transición ordenada, los últimos seis inquilinos del Palacio de Gobierno de Lima habían abandonado sus funciones por la puerta de atrás.

Contra todo pronóstico, logró colarse en la segunda vuelta con un 16,6% de los votos, lo que da una idea del atomizado panorama electoral del país. A pesar de eso y de la enconada oposición de Keiko Fujimori -que llegó a plantear 943 recursos contra el triunfo de su rival-, Castillo salió victorioso de la contienda con un 50,13% de los votos. Fue, posiblemente, su último motivo de satisfacción.

«Hay conceptos fuera del alcance de un maestro de pueblo», dice el que fuera hasta hace unas semanas su ministro de Economía

El antiguo sindicalista se ha propuesto redactar una nueva Constitución, generar un millón de puestos de trabajo y que el país recupere el control de sus riquezas energéticas y minerales, lo que ha sembrado la inquietud entre los mismos empresarios que acabaron dando la espalda a Fujimori. Pero sus intentos no han pasado de los meros deseos, con un Congreso bastante fragmentado que le es desfavorable, una opinión pública volátil y un contexto económico difícil.

Castillo ha tratado de devolver la tranquilidad a los agentes sociales, negando que el suyo sea un gobierno de chavistas o de comunistas. «No hemos venido a desestabilizar el país. No haremos expropiaciones, ni nacionalizaciones, ni tampoco un sistema de control de cambios que te impida comprar y vender dólares», dijo en julio por boca del que fuera su ministro de Economía, Pedro Francke, cuya elección había sido entendida como una apuesta por la moderación.

Siete meses más tarde, Francke ha presentado su renuncia y critica la falta de rumbo estratégico de Castillo, de quien dice «tiene cierta dificultad en asimilar conceptos económicos, arcanos que pueden no estar al alcance de un maestro de pueblo».

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