Larysa Liashok, tapada con una manta, junto a su nuera, a la izquierda, que intenta hablar con su esposo por el móvil. Z. Aldama

«Mis padres siguen allí, han perdido el miedo»

Iskra está entre las decenas de miles de refugiados que llegan a diario a países como Polonia, Hungría o Eslovaquia

Zigor Aldama

Enviado especial al Przemysil

Sábado, 12 de marzo 2022, 00:09

Cada día llegan a Przemysil entre 40.000 y 50.000, pero, con pequeñas modificaciones, su historia es una sola. La que cuenta Larysa Liashok. «Cuando los bombardeos se intensificaron, mi marido me dijo que teníamos que marcharnos, que había que salvar a los niños. ... Él y nuestro hijo se han alistado en las milicias para luchar contra los invasores», relata esta abuela aterida de frío mientras la nuera trata de conectar con su esposo a través del móvil y los nietos se calientan con la sopa de verduras que les han dado unos voluntarios alemanes.

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Todos los miembros de la familia han recibido comida, mantas y hasta una tarjeta SIM para poder hacer llamadas y conectarse a internet en la coqueta estación de tren de esta localidad fronteriza de Polonia. Pero su mente continúa en Ucrania. «Ha sido un viaje muy duro, hemos pasado mucho frío –la temperatura roza los diez grados bajo cero–, y todavía no sabemos qué hacer a partir de ahora», comenta Liashok. A diferencia de lo que sucedía con los refugiados que llegaron en los primeros días, los que hacen el viaje ahora carecen de familiares o contactos en otros países, por lo que son más vulnerables y necesitan más apoyo.

Afortunadamente, el mundo se ha volcado con ellos. En la estación de tren hay hasta payasos para arrancar una sonrisa a los más pequeños y activistas de los derechos de los animales que cuidan de las numerosas mascotas que llegan con los refugiados. «Ni loca dejo a mi gato allí para que lo maten los rusos», comenta Olena mientras trata de calmar a su felino negro manteniéndolo agarrado contra su cuerpo.

«Vemos que el número diario de refugiados dibuja ya una meseta. Se ha estabilizado en unos 40.000, y creemos que puede bajar en los próximos días. Pero, lógicamente, todo dependerá de qué suceda en la guerra», afirma en una entrevista con este periódico el alcalde de la ciudad, Wojciech Bakun, que se ha hecho mundialmente famoso por haber afeado en público al político ultraderechista italiano Mateo Salvini durante su visita a la localidad. «Está claro que vamos a necesitar ayuda, pero creo que debemos elegir la de quién», dispara el político, que puso a Salvini una camiseta con el rostro de Putin cuando daba una rueda de prensa.

El dolor de sus compatriotas

El periodista ucraniano Constantin Iskra es de la misma opinión. Está preparando un documental sobre las consecuencias humanas de la guerra y cree sin fisuras que Vladimir Putin no se quedará satisfecho cuando conquiste todo el territorio ucraniano. «Es un loco que quiere revivir el imperio», comenta. Ve con especial tristeza el dolor de sus compatriotas, pero rechaza viajar al frente a luchar por una razón de peso: «Tengo diez hijos que no tendrían sustento si muero».

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La cámara es el arma de Iskra, pero cree que será difícil llegar al público que más le interesa: el ruso. «Mi mujer es de etnia coreana, pero tiene nacionalidad rusa y sé que hay buena gente allí. Desafortunadamente, Putin es muy bueno con la desinformación y la censura, y así ha logrado que su popularidad crezca», analiza. No por eso va a dejar de hacer todo lo posible para que las historias que recoge lleguen a Rusia. «Esta situación solo cambiará si los rusos hacen algo», confía.

Hasta que eso suceda, mujeres, niños, gatos y perros continuarán llegando a Polonia, Hungría o Eslovaquia, los tres países que más refugiados han acogido hasta la fecha. Pero algunos se resisten a abandonar Ucrania. «Mis padres tienen 84 años y no quieren irse de Kiev. Son demasiado mayores y yo creo que ya han perdido hasta el miedo», sentencia Iskra con una sonrisa de resignación.

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«No vamos a ver campos de refugiados en Europa»

La crisis humanitaria que ha provocado la invasión se siente en toda Europa oriental. 2,5 millones de personas han escapado de la guerra a través de las fronteras de media docena de países. Pero ninguno está recibiendo a tantas como Polonia; ayer contaba más de 1,5 millones. A pesar de las dificultades para gestionar este enorme volumen de refugiados, el portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Chris Melzer, aplaude la eficiencia con la que el país está gestionando la crisis. Y sabe de qué habla. Su organización registra a quienes llegan.

«El principal problema es el alojamiento, y lo va a ser durante mucho tiempo», avanza en una entrevista con este periódico. No obstante, Melzer descarta que se vayan a dar situaciones como las de continentes menos desarrollados. «No vamos a ver campos de refugiados en Europa, porque es un continente rico que se está volcando con los refugiados».

Eso sí, reconoce que su número puede variar mucho. «Nuestras primeras estimaciones iban de uno a cuatro millones, y creo que pronto superaremos los tres. Si la guerra se agudiza y los civiles se convierten en objetivo, podrían ser muchos más». La inmensa mayoría no quiere ir lejos. «Al principio pensábamos que el 70% se quedaría en Polonia, pero vemos que solo el 10% buscará refugio más lejos. Quieren estar cerca para regresar a sus casas. Todos me preguntan cuándo podrán volver», explica emocionado desde el centro de mando que ACNUR ha establecido en Polonia.

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